
Cuántas veces a lo largo de nuestra vida nos habrán formulado la pregunta de qué haríamos si nos encontrásemos con una bolsa repleta de billetes. ¿Iríamos a la policía? ¿Intentaríamos localizar a su dueño? ¿Nos la quedaríamos? Pero sobre todo la gran pregunta: ¿en qué clase de persona nos convertiríamos si optásemos por la última opción? Imagínense ser un joven de 36 años, poseer un doctorado en filosofía y aún así ganarse la vida como repartidor y cobrar un salario apenas decente. Imagínense que durante su turno de trabajo presencia un atraco, los atracadores salen corriendo y estos dejan atrás dos grandes bolsas de dinero. ¿Se las quedarían entonces? Este sería el caso de Pierre-Paul, protagonista de ‘La caída del imperio americano‘, cuarta película de la saga “El declive”, comenzada en 1986 por su director, Denys Arcand, con el largometraje ‘El declive del imperio americano’ y a la que seguirían la aplaudidísima y multipremiada ‘Las invasiones bárbaras’ y ‘La edad de la ignorancia’.
Partiendo de un argumento y de una pregunta tan sencilla y atractiva como la que se plantea, nada debería ir mal en la película de Arcand. Un protagonista con el que empatizar, un secundario carismático, ritmo frenético, dosis de humor equilibradamente repartidas y varias interrogantes planteadas son los elementos que construyen una película que mantiene al espectador en vilo durante toda la trama pero que, sobre todo, la hace preguntarse al mismo si realmente es un final feliz el que le corresponde al protagonista.

Sin embargo, no todo va bien en la película del director canadiense. Hay un problema de contradicción a lo largo de todo el filme que no permite que todos sus engranajes funcionen a la perfección. Su intención de discurso idealista, anticapitalista y de compromiso social se ven empañados por una multitud de estereotipos que pueblan absolutamente toda la película: atracadores negros, policías corruptos, prostitución, mujeres hermosas… Más que intentar provocar la caída del imperio americano la trama se nutre continuamente de clichés manidos tomados del propio cine norteamericano creando un producto más que, pese a ser entretenido, no puede ocultar su vaho industrializado.
A destacar, no obstante, la estupenda escena inicial en la que Pierre-Paul, previo a ser dejado por su novia, sostiene sin tapujos que sólo las personas estúpidas pueden ser plenas en este mundo, únicamente los ignorantes pueden alcanzar la felicidad.