
‘A la vuelta de la esquina‘, la nueva película del cineasta alemán Thomas Stuber, comienza con varias elevadoras moviéndose entre los pasillos de un supermercado, al son de Johan Strauss hijo, como si bailasen, formando una coreografía dulce y suave. Una metáfora que servirá a la película para indicarnos que la historia de Christian tendrá en todo momento algo de feo y bello, algo de doloroso y placentero a la vez. Un drama romántico que tuvo una gran acogida, tanto por parte del público como de la crítica en la Berlinale del año pasado, pero que no deja de ser una cinta previsible y excesivamente larga, aunque con interesantes detalles.
Christian es un joven que empieza a trabajar en el turno de noche de un supermercado. Ahí irá conociendo poco a poco a sus compañeros y se acercará sobre todo a Bruno, su maestro, y a Marion, la chica de la zona de «Dulces». Thomas Stuber construye una especie de ‘Los lunes al sol’ alemán, pero que consigue acercarse en muy pocos momentos al altísimo nivel de la historia de León de Aranoa.
Lo mejor de ‘A la vuelta de la esquina’ es su sencillez y la atmósfera de compañerismo que se genera entre los distintos trabajadores del supermercado. Por este sentimiento y por su crítica a los sinsabores del capitalismo, recuerda en ocasiones a momentos del cine social de Ken Loach, salvando las honrosas distancias. Sin embargo, lo peor es que se trata de una historia previsible que se alarga hasta las dos horas sin necesidad alguna para ello. Sería mucho más agradecida si su metraje no se hubiese estirado tanto.
Esa sensación de comunidad que comentábamos antes se debe principalmente a dos grandes aciertos de la película, por un lado el guion, que consigue ir introduciendo con pequeñas pinceladas a los distintos trajadores, y ofreciendo pequeñas dosis de compañerismo durante toda la película; y por otro, por el elenco de actores, la mayoría muy acertados.

Mención especial para los protagonistas Franz Rogowski, Sandra Hüller, a quien ya vimos hacer un gran papel en ‘Toni Erdmann‘, y Peter Kurth, que componen el triángulo principal de personajes. Los dos primeros construyen una relación de amor entre pasillos de supermercado, miradas, pocas palabras y café de máquina. Y el tercero se convierte en el tutor que cualquiera quisiera tener en su trabajo, exigente pero cariñoso y, ante todo, buena persona y buen compañero. Ellos tres conforman las dos principales tramas de la película: la de amor y la de aprendizaje, bien construidas, pero como decíamos, con derivas excesivamente previsibles.
En el plano de la dirección, el manejo de la contención de los actores y la interpretación del guion son un gran acierto de Stuber. Sin embargo, la dilatación del tempo de la película, que en algunas ocasiones funciona, en otras hace que la película caiga en el tedio. Por otro lado, lo que en muchas ocasiones es un acierto, mantener la película muy contenida, en otras contribuye a que no salga de una planicie que hace que el espectador desconecte sin miedo a perderse nada.
‘A la vuelta de la esquina’ es una película pequeña, pero con grandes sentimientos que no llega a más por ser excesivamente plana y por alargar su tiempo en pantalla. Se entiende su buena acogida por parte de público y crítica en la Berlinale gracias a su construcción de la comunidad, al respeto por la melancolía de los trabajadores del supermercado, y a su crítica a la alienación de la jornada laboral, pero a mi modo de ver le falta una mayor conexión emocional con el espectador, que no alcanza con su gran apuesta: la relación de amor de los protas.
El intento de Thomas Stuber por construir una historia pequeñita revela buenos sentimientos, se ve frenado por su excesiva planicie, y se eleva por un buen guion y unos grandes actores. Si el espectador toma unas referencias u otras determinará que conecte con la película y que le parezca algo muy interesante; o, por el contrario, que se quede con alguna escena, como la del baile inicial de las elevadoras, pero que le parezca que esas elevadoras de supermercado no terminan de arrancar.