
Unas manos se entrecruzan nerviosamente en el plano que abre la segunda película de la francesa Jeanne Herry. El rostro de Alice (Élodie Bouchez) se tensa, a la espera de saber si, finalmente, después de casi diez años de espera, podrá adoptar un niño. La cámara, durante los primeros minutos de metraje, se centra en filmar su cara, sus reacciones, sus miedos, sus emociones, sugiriendo que ‘En buenas manos’ podría suponer un estudio del cuerpo, pero este pensamiento no tarda en evaporarse ya que que la película no tarda demasiado en ser incapaz de ocultar lo ordinario, rutinario de su propuesta.
El principal problema que atraviesa el filme lo constituye su extremada ambición. No es que Jeanne Herry, directora y guionista, nos ponga en la piel de una mujer –Alice– cuyo deseo es adoptar un hijo y nos muestre lo mucho que esta ha podido (o no) sufrir a causa de los escollos que se ha encontrado durante el camino, sino que ‘En buenas manos’ intenta abarcarlo todo: desde el parto no deseado de un niño (donde vemos las múltiples opciones que se le dan a la madre antes de dejar que otras personas cuiden de él), hasta el cuidado del recién nacido los primeros meses por parte de un hombre que trabaja para los servicios de adopción, además de ser testigos de las dificultades que puede suponer elegir un tutor legal para la criatura.

Por tanto, la cantidad de múltiples puntos de vista, además de un caprichoso cambio entre ellos, son los causantes del desborde del filme. Todo el material del que se hace uso parece más propio de un documental expositivo de la situación que de una película de la ficción, lo que conlleva que, si bien el espectador tiene mucha información acerca de lo que supone una adopción, sus personajes se tornan vacuos vehículos para el desglose de la misma. Un ejemplo de ello se ilustra en la relación que se entreteje entre los dos trabajadores sociales protagonistas, donde casi al final de la cinta se intenta imponer una historia de desamor pese a que se haya dedicado el metraje anterior única y exclusivamente a centrarse en el recién nacido, resultando impostado y falto de interés.
Lo cual no evita que el filme intente emocionar a toda costa cuando la vida sonríe a sus personajes protagonistas, echando mano de música extradiegética de manual melodramático de sobremesa para recompensar lo que su guion es incapaz de hacer por sí solo: que nos importen mínimamente sus personajes. ‘En buenas manos’, como advertíamos, ve lastrado el potencial que su propuesta pudiese contener al intentar abarcar campos demasiados amplios, convirtiendo lo que podría haber sido un notable drama en un ejercicio relegado a la exposición y a la información.