
La mayor parte del cine de superhéroes que actualmente monopoliza nuestras pantallas ha hecho de la figura mesiánica su particular dique de contención frente a los males que acechan sin tregua a la humanidad en sus ficciones. El espectador cuenta con la seguridad de que, llegado el momento, el superhéroe responderá a esa obligación que se considera intrínseca a su ser de hacer el bien, sea cual sea el sacrificio que tenga que llevar a cabo. No hay espacio para el claroscuro moral ni la duda. David Yarovesky libera a su última película, ‘El hijo‘, de esa atadura.
La película de Yarovesky recorre una vía distinta, que sin embargo es habitual desde hace tiempo en el ámbito del cómic, a las establecidas por la dicotomía hegemónica Marvel/DC. Así pues, ‘El hijo’ actúa como la génesis de “lo que pudo haber sido” el universo cinematográfico de los superhéroes: la historia del que se espera que actúe como protector y finalmente se rebela contra la comunidad que habría de salvaguardar. Tomando como punto de partida los orígenes de Superman, arquetipo clásico de este imaginario, el filme nos presenta la adolescencia de Brandon Breyer (Jackson A. Dunn), un extraterrestre adoptado por un matrimonio incapaz de engendrar hijos (Elizabeth Banks y David Denman), y los cambios que experimenta durante una inusual pubertad donde el camino del héroe se torna en una oscura conversión hacia su rol antagónico.

Esta producción arraigada en la serie B, no es casual que los hermanos Gunn también estén detrás de esta obra (Brian y Mark en el guion y James en la producción), combina distintos géneros cinematográficos sin encontrar un espacio propio dentro de su particular mare magnum. El fino hilo conductor podríamos encontrarlo en un paródico melodrama familiar que no termina por explotar sus potencialidades, diezmadas por la constante necesidad de dar paso a las escenas de acción. Desde este espacio la narración se abre a los principios estéticos de lo paranormal y del slasher, con una construcción del suspense y una ejecución de la violencia propios de un largometraje protagonizado por Jason Voorhees o Michael Myers.
De este modo, ‘El hijo’ se pierde debido a las innumerables puertas que abre a lo largo de su metraje. Si bien algunas de las secuencias pueden resultar atractivas dada su puesta en escena y la independencia que les otorga el constante cambio de género, su apresurado encaje desemboca en una película incapaz de adecuarse a las formas híbridas. En definitiva, Yarovesky opta por las imágenes impactantes, por acelerar la trama para situarlas lo más cerca posible, dejando en segundo término la coherencia de un relato que hubiera agradecido una mayor duración con el fin de asentar definitivamente sus pilares.