
La oscuridad de la pantalla, lienzo en el que depositar nuestras pesadillas, siempre ha producido monstruos. Ya lo expuso Vincente Minnelli en ‘Cautivos del mal’ (1952). ¿Por qué la oscuridad ha monopolizado el género del terror? “Porque tiene vida propia, y en ella otras cosas cobran vida”. Sin embargo, en ‘Midsommar’ Ari Aster se desvincula de esa corriente tenebrista. El terror se nos presenta ahora ante un sol abrasador, muy lejos queda el oscurantismo de su anterior filme ‘Hereditary’ (2018). Con el fin de sobreponerse a los traumas ocasionados por la muerte de sus padres y su hermana, Dani (Florence Pugh) emprenderá con su pareja (Jack Reynor) y un grupo de amigos un viaje a Suecia para ser partícipe de un arcaico festival veraniego.
Lo idílico, bajo la falsa protección de la luz del día, da paso a la pesadilla. Como si de un trampantojo se tratara, los paisajes de ensueño que rodean esta pequeña aldea sueca esconden en su interior la brutalidad y la visceralidad de la condición humana. No obstante, los tintes sangrientos no hacen más que apuntalar una propuesta que toma como eje vertebrador de su discurso el desconcierto. Conforme iba avanzando el metraje, me planteaba incluso si esta incursión en el folk-horror terminaría de apuntalar su camino hacia un espacio dominado exclusivamente por lo antropológico, dado el peso que tiene esta rama científica en el filme.

Todo parece indicar que la estética Aster acabará por ocupar un lugar importante, si no lo ha hecho todavía, en el género de terror. Su catálogo deambula entre las geometrías del plano general y la búsqueda del detalle y la minuciosidad por medio de los primeros planos. Un aspecto destacaría por encima del resto: su capacidad para construir aberrantes iconos de carne y madera, una deforme comunión entre lo humano y la naturaleza.
Más allá de las particularidades de este estilo, no sé hasta qué punto esa estética presente en ‘Midsommar’, y por momentos llevada a su hipérbole, impera ante la lógica del relato al que pretende dar vida. El gusto por el preciosismo y el impacto ha de ir acompañado de un sentido formal, sino su reiteración acabará por conducirnos a un cine de postales.