
‘Fast & Furious: Hobbs and Shaw’ es el primer spin-off oficial de la saga ‘A Todo Gas’, ya que enfoca su protagonismo en los personajes de Dwayne Johnson y Jason Statham. La película está dirigida por David Leitch (‘Deadpool 2‘) y escrita por Chris Morgan y Drew Pearce. Los conflictos entre los integrantes del reparto de ‘A Todo Gas’ (sobre todo Johnson y Vin Diesel) han provocado una ruptura en la que ambos han tirado por caminos separados. Johnson cuida mucho sus proyectos y su nombre como marca, así que optó por separar a su personaje del resto y llevarse consigo a Statham, tras la buena química que hubo entre ambos en ‘A Todo Gas 8’. Esta película tiene un presupuesto de 200 millones de dólares, y se nota que el estudio no ha reparado en gastos para que Johnson construya su propia franquicia con este personaje. Y quizás ese ha sido el problema, porque ‘Fast & Furious: Hobbs and Shaw’ es un festival CGI absurdo y excesivo que me ha dejado exhausto a la par que indiferente.
Abrazar el exceso
Intentar encontrarle lógica a ‘Fast & Furious: Hobbs and Shaw’ es una tarea inútil. La película no se toma en serio a sí misma, y el espectador tampoco debería hacerlo. Sin embargo, el filme alcanza cotas tan absurdas que la falta de lógica interna (por mínima que sea) acaba por ser un arma de doble filo. Los personajes tienen características de verdaderos superhéroes, y llega un punto en el que aburre ver cómo son capaces de sobrevivir a todo tipo de locuras, a ganar todos los combates cuerpo a cuerpo independientemente de su dificultad. Y en este sentido quiero hablaros de una noticia que ha aparecido estos días en los medios. Por lo que tengo entendido, tanto Jason Statham como Dwayne Johnson tienen personas encargadas de valorar las escenas de acción de sus filmes para que en ningún momento luzcan débiles o peores que el resto del reparto. Literalmente, Statham entró en la sala de montaje para asegurarse que su personaje luciera bien en las peleas y no pareciera que se llevaba una paliza especialmente dura en dichas secuencias. Por su parte, Dwayne Johnson contrata a productores, editores y coreógrafos para asegurarse que nunca recibe más daño del que su personaje genera. Esta situación tan ridícula queda reflejada en la película, y en ningún momento sientes que los personajes están en peligro, porque sabes que siempre acaban saliendo ilesos por muy descabellada que sea la situación.
Sin embargo, el problema alcanza niveles alarmantes cuando las secuencias de acción no sólo son inverosímiles, sino que son alargadas innecesariamente hasta conseguir que el espectador (o al menos yo) acabe exhausto y desconecte de lo que está ocurriendo. Uno de los aspectos fundamentales de un filme de acción es el ritmo que se le imprime a una secuencia. Para que funcione en su justa medida, dicha secuencia debe durar lo justo y necesario para que nunca se vuelva reiterativa y la atención del espectador se mantenga. Esta película comete este error en muchas ocasiones y alarga como un chicle varias escenas (no solo de acción, sino también cómicas) hasta el punto de crearme sentimiento de rechazo.
Hay una escena de diálogo en un avión en la que tres personajes se ponen a hacer coñas que me resultó eterna, sin gracia y redundante, y solo deseaba que terminara de una vez y acabara con mi sufrimiento. La película está encantada de conocerse, y desea de forma tan desesperada ser guay TODO el tiempo que acabas harto de tanta sobrada y frase lapidaria. Para que la urgencia dramática funcione de manera adecuada, tienes que construir el conflicto con una base sólida, y mostrar las imperfecciones de los personajes y sus errores para que haya una sensación de evolución. Pero los personajes no han aprendido prácticamente nada al final de la película. Su actitud es igual y en ningún momento temí por sus vidas. Además, los “conflictos” que le proporcionan son tan tópicos y están tan superficialmente escritos que le sigues la corriente con hastío y resignación.

Autocomplacencia
El filme está demasiado preocupado por regalar escenas chulas, planos épicos y frases divertidas a los personajes, y se acaba convirtiendo en un proyecto audiovisual onanista al servicio de Dwayne Johnson y Jason Statham. Hay referencias y homenajes a filmes anteriores de ambos e incluso el clímax final introduce una subtrama metida con calzador para que Johnson abrace sus raíces y muestre con orgullo de dónde viene. El guion de Chris Morgan y Drew Pearce no busca en ningún momento la verosimilitud ni el riesgo, simplemente intentan proporcionar al dúo protagonista de un arsenal de gags, planos y frases que alimenten su gigantesco ego. En muchos momentos puse los ojos en blanco porque veía venir ciertos chascarrillos a kilómetros o simplemente porque veía claramente que un plano estaba compuesto de una forma concreta con el único propósito de realzar a uno de los dos protagonistas.
Bajo mi punto de vista lo más interesante de la película es Vanessa Kirby, en un papel prototípico pero con cierto margen para brillar. Kirby tiene un personaje que circula por una línea de grises que vuelven interesante su presencia, y ella exprime cada plano aportando empatía, intensidad y cierto realismo que la película pide a gritos para que nos la tomemos mínimamente en serio. La actriz no solo demuestra tener mucho talento para el drama sino también para los combates cuerpo a cuerpo, y gracias a su presencia la película se vuelve digerible. Una lástima que acabe siguiendo el patrón típico de este tipo de personajes, porque es de lo poco salvable y agradecido de la historia.
Antes os dije que la película busca desesperadamente ser guay, y este aspecto es especialmente sangrante con las canciones. Hay tanto tema cantado en esta película que a ratos parecía un videoclip. Incluso en las transiciones entre escenas meten canciones que matan el tono de éstas y generan una ligereza que liquida el poco drama que ofrece. Parece que Idris Elba tiene un conflicto que van a explorar, pero acaban repitiendo las mismas escenas una y otra vez y se vuelve todo tan redundante que acabas agotado.
En cuanto a la dirección de David Leitch, me gusta lo que veo pero, de nuevo, la película es tan innecesariamente larga, las escenas se sienten tan excesivas y hay tan poca variedad a la hora de plantear las secuencias de acción que al final no existe frescura. Perdí la cuenta de las veces que Leitch enfoca a uno de los protagonistas golpeando en el rostro a uno de los malos y vemos cómo la cámara sigue al cuerpo del malo hacia donde aterriza. Comprendo que puede ser una seña de identidad del director, pero cuando tienes cuatro o cinco escenas de acción gigantescas, el filme necesita imperiosamente mayor variedad en la forma de establecer las bases de dicha escena. Tras cierto momento de la película, honestamente pensaba que estábamos asistiendo al final de ésta, pero me encontré con 20 minutos extra que perfectamente pudieron ser utilizados de manera más inteligente. Pero los fuegos artificiales priman en este filme por encima de los personajes y sus conflictos. Por cierto, hay que saber diferenciar entre los homenajes y las copias descaradas, y esta película copia la estructura e incluso ideas visuales de ‘Tango y Cash’. Si os contara muy por encima la premisa de ambas y el uso de ciertos personajes, no sabríais diferenciarlas. Me pareció muy descarado.
En resumidas cuentas,’ Fast & Furious: Hobbs and Shaw’ es un blockbuster en el mal sentido de la palabra: ruidoso, excesivo, con poco interés por ofrecer arcos interesantes a los personajes y un objetivo muy claro: que el espectador salga del cine pensando que Dwayne Johnson y Jason Statham molan muchísimo. Quizás lo consiga con muchos espectadores. Conmigo solo han conseguido crearme aburrimiento y cansancio.