Amor a segunda vista’ da comienzo con una hermosísima secuencia de montaje en la que observamos el enamoramiento, el noviazgo y, por último, la postrera crisis de la pareja protagonista del filme. Se trata, por tanto, de cuatro minutos de metraje en los que –debido a que Hugo Gélin, el director de la película, transita lugares comunes para poner en escena la relación– de la pantalla se desborda empatía, emoción, felicidad para que, finalmente, la realidad irrumpa de un coletazo y nos resitúe en un ambiente más decante.

Raphael (François Civil) es el escritor de una exitosa saga juvenil de ciencia ficción en la que el protagonista, el héroe, vendría a ser un alter ego suyo, una versión mejorada de sí mismo, quien es acompañado en sus aventuras –desde el comienzo de su amorío– por una trasunta de su pareja, Olivia (Joséphine Japy). Pero en el momento en que Raphael se da cuenta de que está estancado en su propia relación, decidirá dar muerte al personaje de Olivia, lo que tendrá como consecuencia –como castigo– que, al día siguiente, se despierte en una realidad distinta, donde su novia, además de haberse convertido en famosa, no lo conoce. El objetivo durante la integridad del metraje será, género obliga, el intento por reconquistar a su alma gemela.

Amor a segunda vista dirigida por Hugo Gélin
Escena de «Amor a segunda vista» dirigida por Hugo Gélin. Fuente: Vértigo Films

El filme de Hugo Gélin se siente como un soplo de aire fresco –aunque tampoco en demasía– en el circuito de las comedias románticas, de una manera más temática que formal: la totalidad de situaciones que tienen como fin hacer reír al público se originan a partir del habla de los personajes, dejando totalmente de lado el uso cómico que podría desprenderse del montaje (estoy pensando, por ejemplo, y permítaseme la comparación, en el cine de Edgar Wright), por lo que no es casual que uno de sus actores, Benjamin Lavernhe, sea publicitado como alguien que proviene del campo de la comédie-française.

En definitiva, ‘Amor a segunda vista’ juega sus cartas entre secuencias dominadas por una comedia acertada, actores y actrices que encajan perfectamente en sus respectivos roles y una confluencia con la ciencia ficción que alarga la sombra de películas como ‘Atrapado en el tiempo’ (Harold Ramis, 1993), donde un personaje arisco deberá cambiar, esto es, convertirse en mejor persona, para que todo vuelve a su, ya mítico, status quo.

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