En Confianza en uno mismo, Ralph Waldo Emerson, reflexiona sobre la búsqueda y construcción de uno mismo. «Es fácil comprender que una mayor confianza en uno mismo tiene que producir una revolución en todas las ocupaciones y relaciones de los seres humanos, en su religión, su educación, sus búsquedas, su modo de vivir, sus maneras de asociarse con los demás, su propiedad, sus miras especulativas»- escribe el filósofo norteamericano en un revelador pasaje. Una referencia que Jonás Trueba tampoco amaga en su última película, ‘La virgen de agosto‘. Los pensamientos de Emerson, a través de Cavell, están presentes desde la primera escena.

Sin embargo, como ya comenté en su reseña para este mismo medio, a pesar de que es en esta última película donde la cuestión de la identidad se muestra de forma más evidente, en realidad, este siempre ha sido el gran tema del cine de Jonás Trueba.

Sus películas pueden verse como cuentos filosóficos a través de los cuales se plantean distintas cuestiones existenciales: el amor, el desamor, la amistad, el deseo de superación, el final de una etapa de la vida, el peso del pasado en el presente, las ilusiones, la búsqueda de la vocación, el ideal del arte, el amor a la vida. Trueba, como Rohmer, entiende el cine como cuestionamiento, como una forma de pensarnos a nosotros mismos, de filosofía. Sus películas son diálogos, con personajes clásicos, que dudan para tratar de llegar a la verdad sobre sí mismos.

En esta búsqueda, Jonás Trueba reivindica una bella y primitiva concepción del cine: como simple registro de las cosas, del mundo. Deudor de las imágenes de los Lumière y de Mekas, también para Trueba, el cineasta tiene esa misión probatoria, testimonial, de observación y registro. En este sentido, como explicó en un reportaje-entrevista de Carlos Reviriego a propósito de ‘Todas las canciones hablan de mí’ (2010), su primer largometraje, «el cine ya es de por sí un perfecto ejercicio de melancolía: retener imágenes que borra el tiempo para poder regresar a ellas».

La cámara de Trueba filma la vida misma, la idea lumieresca de «lo extraordinario de lo ordinario»: una conversación, un paseo, una mirada, rutinas ajenas, amigos en un bar, de fiesta, los libros que leen, el cine que ven y les gustaría hacer, la música que escuchan, una carta que habla de un amor de adolescencia, una chica que observa por la ventana, un viaje. Formas de actuar, de sentir, de amar, de relacionarse, de mirar. Momentos de la vida y comportamientos que hablan de quiénes somos y porqué, de quiénes podríamos llegar a ser.

Los exiliados románticos de Jonás Trueba
Francesco Carril, Luis E. Parés, Renata Antonante y Vito Sanz en «Los exiliados románticos» de Jonás Trueba.

En este sentido, en ‘Los exiliados románticos‘ (2015) y en ‘La reconquista‘ (2016) ya podía verse mucho de lo que sería ‘La virgen de agosto’. La idea emersoniana de lo conversacional, el valor de lo cotidiano o la reflexión sobre la construcción de la identidad a través de las distintas etapas de la vida son cuestiones que ya recorrían estos filmes. De hecho, hay escenas en este último que dialogan con sus anteriores. La conversación entre amigos en la memorable escena del río de ‘La virgen de agosto’ podría ser una continuación a la de ‘Los exiliados románticos’ en que aparece el relato de Natalia Ginzburg, Las pequeñas virtudes.

En estas dos escenas, a través de la conversación entorno a una serie de cuestiones generacionales y existenciales: el trabajo, la maternidad, la educación, la familia, la verdadera vocación, la ciudad en la que vivimos, las personas con las que nos relacionamos, lo que hemos vivido, lo amado, Jonás Trueba nos lleva a las grandes preguntas latentes en  su filmografía: ¿Cómo se llega a ser uno mismo?, ¿Quiénes somos ahora y por qué?, ¿A qué nos debemos? Los pensamientos de Emerson y Ginzburg sobre la vocación y la independencia de uno mismo en el discurso de los personajes, tratarán de ofrecernos, de forma abierta, posibles respuestas a estos interrogantes.

En suma, a través de la filmación de la vida, de la revelación de imágenes de un mundo y un tiempo, las películas de Jonás Trueba nos hablan sobre la importancia del pensamiento propio y del diálogo para la búsqueda de uno mismo, de las pequeñas virtudes. De la identidad en el sentido más humano, y no de «las grandes ideas» -como diría la reciente Premio Nobel de economía Esther Duflo- que suelen asociarse a esta y que siguen arrastrando masas.

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