
Podría constituir ‘You go to my head’ el mayor ejemplo de cine silente de, al menos, lo que llevamos de año. Durante casi toda su primera parte el diálogo tarda en hacer acto de presencia y, cuando lo hace, no refleja nada que no se desprenda de sus potentes y, en ocasiones, hipnóticas imágenes.
Se trata de la ópera prima de su director, el belga Dimitri de Clercq, quien después de llevar años trabajando como productor ha dado forma a temas, intereses y geografías que ya desde largo tiempo rondaban por su imaginación (no por mero capricho el desierto y los lugares desolados y vacíos se erigen en localizaciones centrales dentro del filme).
‘You go to my head’ indaga en lo que podríamos considerar –aunque con sumo cuidado– una retorcida historia de “amor”, donde se aúnan los fantasmas y ecos de un pasado cinematográfico que en todo momento permean la imagen contemporánea de la cinta, en la que –argumento obliga– una joven mujer que sufre un accidente en medio del desierto (Delfine Bafort), y que no recuerda nada su vida pasada, es rescatada por un hombre maduro (Svetozar Cvetkovic) que afirma ser su marido.
Cuesta recordar en los últimos tiempos una película como esta, donde la primacía de unos colores cálidos transmiten una tranquilidad que –no podría ser de otra forma– choca de manera radical con la perversa narrativa que engloba la enunciación, dejando así el protagonismo no solo a los dos personajes principales que sostienen el apartado actoral en su totalidad sino también a las sensaciones que se desprenden de la iluminación en los rostros de los mismos, en los recovecos de la casa modernista vacía en la que conviven (que se presenta como símbolo de la mente escindida de la protagonista) y en los áridos parajes desérticos.

Pero la apelación a los sentidos traspasa esas fronteras: la obra de Dimitri de Clercq deja lugar, en ocasiones, a lo sensorial, al intento de que el espectador se sumerja en las experiencias táctiles que los personajes están teniendo en pantalla como se evidencia en ese baile de cuerpos que impregnan los encuadres de la secuencia sexual en el desierto, o en todo el trabajo con el cuerpo de la mujer/actriz, ya sea desde lo meramente visual a lo háptico.
Lo cual se redirige y focaliza, en todo momento, hacia una atmósfera tensa, malsana y engañosa donde se obliga al espectador a dudar de las intenciones del hombre que dice ser el marido de la chica accidentada. ¿Es en realidad su mujer, o su amnesia le está dando la oportunidad de tener la vida que siempre ha ansiado querer? ¿O, mismamente –es otra posibilidad que se desprende–, estamos condenados a ser íntimos desconocidos de nuestras parejas por y para siempre?
‘You go to my head’ deja este tipo de cuestiones pululando por sus imágenes hasta que, inevitablemente, intenta proporcionar alguna respuesta a sus enigmas, lo cual, si bien frustra en buena medida el magnetismo de lo desconocido al que alude la cinta, nos hace ser conscientes de que, posiblemente, no se trate de una historia en la que el hombre vampiriza a la mujer, sino en que ambos se manipulan el uno al otro, como si se volviera a poner en escena, ambientada esta vez en la era moderna, la relación que ya se tejía en ‘El hilo invisible’ (2017) de Paul Thomas Anderson y, mucho antes, en el vertiginoso relato hitchcockiano.