En esta tercera semana del Festival Cineuropa 2019 –y después de las dos primeras crónicas escritas a cuatro manos desde este blog– ha tenido lugar la sesión de la mítica película sorpresa que no ha resultado ser otra más que la ganadora del Premio del Jurado en Cannes –ex-aequo junto con ‘Bacarau’ de Kleber Mendonça Filho– ‘Los miserables’ de Ladj Ly, a lo que se ha sumado un pase especial gratuito para ‘Ema’ del chileno Pablo Larraín, como solución al fallo acaecido en la proyección inaugural del propio festival.

A mayores, ayer tuvo lugar uno de los eventos más esperados por los seguidores de Cineuropa 2019: el maratón, que este año –y a través de ocho filmes–llevaba por título “Yo contra el mundo”, en referencia a los guerrilleros/as urbanos/as a los que homenajeaba, aunque a diferencia de otras ediciones no se haya incluido una película sorpresa entre todas las visionadas.

Por nuestra parte, hemos podido ver las nuevas propuestas de los europeos Bruno Dumont y Bertrand Bonello, habituales del festival santiagués, además de muchas otras obras no exentas de interés. A continuación, nuestra pequeña crónica.

Juana de arco (francia). Dir. bruno dumont

Si ya en ‘Jeanette, la infancia de Juana de Arco’ (2017), Bruno Dumont experimentaba ampliamente con los géneros histórico y musical, depositando sobre ellos un punto de vista radicalmente personal –la utilización de actores poco profesionales, el uso de la música death metal, las reducidas localizaciones a la hora de narrar un acontecimiento capital para la Historia–, su secuela, ‘Juana de Arco’, va un paso más allá, desbordando de una manera nunca vista el género histórico, retorciendo los tropos del mismo.

‘Juana del Arco’ podría suponer, durante su primera mitad, el caso más original, irónico y sentimental –aunque estos dos últimos adjetivos podrían anularse el uno al otro en manos de otro cineasta– que ninguna película de los últimos años haya realizado con su banda sonora. En ocasiones, Dumont hace uso de la música extradiegética como si quisiera mofarse de las situaciones que está poniendo en escena para, al mismo tiempo, regalarnos momentos de una conmoción y sensibilidad absoluta donde el filme parece rendirse a un estudio metafísico de la psique de su protagonista.

Por otra parte, en su segunda mitad, aquella que narra el dilatado juicio a la campesina francesa, la película parece desviarse de su curso y convertirse en otra cosa. Así, lo importante no son los acontecimientos históricos –ya los sabemos de sobra– ni una correcta representación de los mismos, sino las conversaciones banales, dilatadas y posthumorísticas entre los verdugos, los cardenales o los guardias que se ven involucrados en el proceso. Dumont no duda en sacrificar cualquier ápice de realismo en detrimento de su deseo por desligarse de los patrones marcados por los géneros transitados, culminando lo que en un comienzo podría considerarse como una gamberrada más, en una de las mejores obras no solo de Cineuropa 2019, sino del año.

les enfants d’isadora (francia). Dir. damien manivel

Como rezan los títulos iniciales de la película, Isadora Duncan ­–coreógrafa y bailarina estadounidense del siglo XIX–, fue incapaz de volver a ser feliz después de la muerte de sus dos hijos. Pese a ello, diseñó una coreografía en la que, en el movimiento final, hacía el ademán de abrazarlos, de mostrarles su cariño, una última vez. ¿De qué manera, pues, mostrar esa ausencia, ese vacío?

La película, ganadora del premio a mejor dirección en el Festival de Locarno, se sitúa en la actualidad para mostrarnos a cuatro personajes que, en mayor o menor medida, comparten la trágica historia de Isadora, y que, en su obsesión por la misma, se entregan en cuerpo y alma a la danza. De esto modo, la cámara de Damien Manivel se inmiscuye con un aura cuasi documental en los repetidos y repetidos ensayos por parte de las bailarinas, convirtiendo al gesto de las actrices en un intento por asir esa nada, ese vacío incalmable.

little joe (austria). Dir. jessica hausner

No sería de extrañar si de un tiempo en adelante se dijese que ‘Little Joe’ forma parte de la nueva temporada de ‘Black Mirror’ (Charlie Brooker, 2011-), ya que parece contener todos los ingredientes de un episodio –de los peores, eso sí– de la antología en cuestión. La película de Jessica Hausner hace gala de una fría y virtuosa puesta en escena que aparenta esconder la nada que se adentra en sus imágenes (más allá de que los caprichosos desplazamientos de cámara, los cuales se puedan considerar como una personificación del virus del que se habla en el filme), lo que intenta ser recompensado, de alguna manera, con una banda sonora estridente que no dudará en coger al espectador por sorpresa para impactarlo como sea.

Ideas iniciales, como los temas planteados en las primeras secuencias –la felicidad, la depresión, la dura decisión de dejar marchar a un hijo– parecen ir perdiendo importancia conforme el filme avanza y todo se vuelve más y más absurdo, en detrimento de, lo que comentábamos arriba, apostar por un shock al público constante sin tener nada más en cuenta. Pese a lo cual hay un cierto interés por resignificar determinados tropos de los géneros entre los que gravita, como se evidencia en esa secuencia que nos hace pensar que el filme se ha convertido en un slasher donde una planta es la asesina, aunque todo quede finalmente relegado a la mera anécdota.

knives and skin (usa). Dir. jennifer reeder

29 años nos separan de aquel cadáver que, en los primeros minutos de ‘Twin Peaks’ (David Lynch y Mark Frost, 1990-1991), iba a encargarse de resquebrajar por completo las características del relato policíaco y la soap opera, además de constituirse como marco de referencia – de influencia– de muchas obras, tanto televisivas como cinematográficas, posteriores. Y es que la sombra del cuerpo exánime de Laura Palmer es, sin duda alguna, alargada hasta ‘Knives and Skin’, la última película de Jennifer Reeder.

En ella, la desaparición de Carolyn Harper sacude, a su manera, a una comunidad del medio oeste de Estados Unidos, en la que los arquetipos del cine norteamericano de adolescentes parecen haber entrado en una suerte de trance: el equipo de fútbol americano, las animadoras, las mascotas y la banda de marcha se presentan como enrarecidos, como meros adornos de unos personajes que intentan esconder la vacuidad, egoísmo y las carencias propias de la posmodernidad. Una vacuidad que, por otra parte, lleva al apartado formal al exceso: una paleta de colores saturados, las luces de neón que inundan los encuadres por doquier, la música extradiegética que impregna la narración en casi su totalidad resignificando las posibilidades enunciativas… El universo de ‘Knives and Skin’ se vehicula a través de un tempo suspendido, donde la premisa argumental ­–¿Dónde está Carolyn Harper? ¿Quién ha matado a Carolyn Harper?– tarda poco en olvidarse para adentrarnos en las vidas de unos arquetipos del cine norteamericano que se resisten a seguir encajando en su propia condición.

zombi child (francia). Dir. bertrand bonello

Ecos de ‘Yo anduve con un zombie’ (1943) de Jacques Tourneur transitan las imágenes de la nueva película de Bertrand Bonello, donde se recupera aquel imaginario para trasladarlo hasta la realidad actual de un internado escolar francés femenino, en el que, como enuncia una de las protagonistas, se va a contracorriente de la estética contemporánea del zombi en cuanto hogaño el muerto en vida se ha convertido en un ser más rápido que antaño dada a hipervelocidad que domina nuestra era, siendo ‘Zombi Child’ un filme que va contra la norma, mirando hacia el pasado del género.

Razón por la cual Bonello nos sitúa en un espacio donde las mujeres protagonistas no están ya esclavizadas por jefes sin escrúpulos, sino por ellas mismas (por una malsana adicción a las nuevas tecnologías, por el amor profesado hacia ciertos chicos…), pero donde todo, en sucesión, vuelve a la lentitud de antaño, a la apreciación del gesto y del ligero movimiento de los personajes, a unos cuerpos imbuidos por el espectro y la magia de la música urbana, como ya se había podido ver hace tres años en ‘Nocturama’ (2016), en la que un grupo de adolescentes terroristas bailaban, encerrados en un centro comercial, al ritmo de I don’t like de Chief Keef antes de la tragedia.

ghost town anthology (canadá). Dir. Denis Côté

Ausencia y presencia: ejes vertebradores de ‘Ghost Town Anthology’, una de las pocas películas que el Festival Cineuropa 2019 acogía bajo el fantástico y el terror, no tarda en languidecer y poner al descubierto la nimiedad de su propuesta. Bajo su estética granulada, como si de una proyección se tratase, sus apagados colores y una cámara que no ceja en su empeño de movimiento constante pero sin ningún propósito ni fin, Denis Côté crea un relato sobre un pequeño pueblo que es asolado por la tragedia (la muerte por accidente de coche de uno de los lugareños más jóvenes), para a la postre dejar atrás todo interés por la narrativa y hacerla pivotar entre varios frentes carentes de interés.

Pareciera como si el filme de Côté intentará establecer un diálogo –salvando las distancias– con el cine que propugnaban Thomas Vinterberg y Lars von Trier en su Dogma 95, pero se quedara, no obstante, en la mera reproducción, en la mera copia de unas imágenes que ya no nos pertenecen, cuya inquietud escénica parece avivar algo ausente pero que, desgraciadamente– y a excepción de ciertos pasajes en los que se consigue conciliar una cierta atmósfera malsana–, tiene el estatus de un mortinato desde sus primeros minutos.

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