
Alcanzamos la recta final del festival Cineuropa 2019 tras dos semanas intensas de mucho cine y una cobertura que estoy realizando con mi compañero Sergio. Cada hueco que tenía libre lo he utilizado para escaparme al Teatro Principal y al Salón Teatro de Santiago de Compostela y rescatar películas en segundos pases y disfrutar de los últimos coletazos de festival. Esta vez os hablaré de seis películas muy distintas entre sí y que me han generado todo tipo de emociones (para bien y para mal).
Reina de Corazones (Dinamarca). Dir. May el-Toukhy
La película de May El-Toukhy es, a día de hoy, la mejor posicionada para ganar el Premio del Público en la Sección Europea, y no me sorprende. Se trata de un relato pasional, oscuro y tenso que transita por líneas morales muy particulares y no tiene miedo a saltar al vacío en ciertas decisiones artísticas y narrativas. La película tiene un ‘in crescendo’ tan fascinante como incómodo, y asistes a los eventos y consecuencias de la trama con horror, pero no puedes apartar la mirada. Es un filme impredecible en muchos momentos y nunca sabes hasta dónde son capaces de llegar los personajes para conseguir lo que desean.
El-Toukhy realiza un despliegue audiovisual de primer nivel, utilizando el foreshadowing en el primer acto para que explote en pantalla en su tercio final. Los tonos cálidos en ciertas secuencias ayudan a enfatizar el lado más visceral de los personajes, y la cineasta no tiene miedo a ser explícita no solo a nivel argumental sino también visual. Es un filme sin miedo, sin concesiones, capaz de removerte en el asiento mientras desciendes a los instintos más primarios junto a los personajes. El reparto está fantástico, pero Trine Dyrholm merece todos los halagos habidos y por haber. Es una interpretación sutil a ratos, explosiva en otros, y requiere de mucha valentía porque debe desnudarse física y emocionalmente ante el espectador. Es un ‘tour de force’ que no olvidas fácilmente.
En definitiva, ‘Reina de Corazones‘ es, probablemente, mi película favorita de Cineuropa 2019. Una película que no deseo volver a ver en mucho tiempo porque abandoné la sala de cine descompuesto y sobrecogido.
Arima (España). Dir. Jaione Camborda
‘Arima’ es un filme muy particular. Rodada en 16mm, este filme de Jaione Camborda se introduce en un pueblo gallego para contarnos una historia de cuatro mujeres que comparten algún tipo de relación, ya sea a nivel familiar o amistosa. La mirada es esencial en esta película donde la realidad y la ficción se dan la mano, y uno asiste a sus 77 minutos de duración sin saber muy bien qué creer o en quién hacerlo.
Si bien sus intenciones son claras y ciertos elementos de la historia funcionan de manera aceptable, debo reconocer que no he entrado en el juego de la película a nivel narrativo porque en ningún momento he podido comprar lo que me vendía la cineasta. En su afán por crear misterio y jugar con la ambigüedad, siento que se olvida de entrelazar tramas de manera orgánica y que sumen a un todo. No hay contexto sobre los personajes, no sabemos absolutamente nada de ellos excepto en un diálogo sobreexpositivo que me pareció forzado. Al enlazar escenas de una manera tan poco realista, en ningún momento pude conectar con los personajes y sus conflictos, porque nunca se exploran lo suficiente. La película disfruta confundiendo al espectador, pero lo hace con cierto regodeo, como cuando en tres o cuatro ocasiones los personajes se cuentan secretos al oído pero nunca sabemos lo que cuentan y no parecen afectar a la trama de forma posterior. Además, creo que la dirección de actores es algo extraña porque las interpretaciones se sientes artificiales y telegrafiadas. Habría preferido un acercamiento más naturalista.
Por último, un aspecto que me desconcertó es la forma en la que Jaione Camborda ha utilizado la cámara. El 90% de lo que vemos en pantalla son planos medios, primero planos o primerísimos primeros planos. Rarísima vez utiliza el entorno para contarnos cosas, para potenciar una escena o enfatizar el estado mental de los personajes. El uso de los espacios brilla por su ausencia porque realmente no se ven. No hay grandes angulares, apenas hay planos generales y no recuerdo haber visto casi ningún inserto o plano detalle que informe al espectador de lo que acontece en pantalla. Es una lástima porque la intención es buena y no es habitual ver un filme protagonizado por cinco personajes femeninos (uno de ellos es una niña), pero no puedo evitar sentir que ha sido una oportunidad perdida.
Flatland (Sudáfrica). Dir. Jenna Cato Bass
Jenna Cato Bass nos regala una especie de western con ciertos toques de «road trip» y nos cuenta la historia de una mujer que quiere huir de su vida y por el camino se reencuentra con una amiga con la que escapará de su deprimente realidad. Juntas reabrirán ciertas heridas y buscarán el camino que las libere de sus ataduras y las haga sentir vivas.
En todo momento, ‘Flatland’ es un filme feminista y queda claro desde el minuto uno. Las mujeres de la historia sufren abusos, injusticias o situaciones de vulnerabilidad contra las que tendrán que luchar, y creo que en gran parte de su metraje, el mensaje es claro y funciona. Mi sensación es que el filme tiene un inicio desigual en el que no es capaz de alzar el vuelo y abrazar su propia naturaleza. Pero una vez las cartas se ponen sobre la mesa y se vuelve más autoconsciente y excesiva, la película vuela muy alto. Me gusta cómo Cato Bass perfila a los personajes, ya que no son maniqueos en su forma de ver la vida. Tienen luces y sombras pero todos buscan su propia libertad y realización personal. Hay una lucha constante por superar obstáculos pasados y cerrar heridas que siguen abiertas. Hay planos realmente hermosos, la película es visualmente potente y entiendes los conflictos de los personajes.
En resumen, ‘Flatland’ es una película que va mejorando según avanza la historia. Tiene bajones hacia la mitad, pero lo compensa con un final satisfactorio que cierra los conflictos de los personajes de forma coherente. Estaré muy atento a los próximos proyectos de esta notable directora.
Zombi Child (Francia). Dir. Bertrand Bonello
‘Zombi Child’ es una película muy interesante y con picos realmente notables que se «sabotea» a sí misma al introducir una subtrama a mitad de filme que se vuelve el motor de la historia de forma innecesaria.
A lo largo de su primera hora, Bertrand Bonello construye la historia en torno a dos tramas que se establecen en momentos temporales distintos, las cuales se nutren la una de la otra de manera indirecta. Por un lado asistimos en el pasado a la historia de un hombre que lidia con su muerte y posterior «despertar». Este zombie no recuerda quién es, pero con el paso del tiempo va cobrando conciencia de sí mismo y observamos su evolución gradual. Por otro lado, en la actualidad, tenemos a Mélissa, una adolescente que empieza en un nuevo instituto y trata de hacer amigas en un entorno en el que se siente extraña. Estas tramas se complementan relativamente bien, si bien la historia del zombie a ratos se vuelve demasiado contemplativa y no avanza lo suficiente como para mantener el mismo interés que con la trama de Mélissa. La dinámica que existe entre el grupo de amigas me recuerda levemente a Harry Potter, en el sentido de que se trata de cinco amigas que siempre están juntas, que se escabullen cada noche a una sala para hablar de sus cosas y fortalecer su amistad, y recorren los pasillos del colegio sabiendo en todo momento que existen reglas que no deben romper y que pueden ser castigadas. Esa parte me ha gustado porque profundiza en su amistad y en las características de cada personaje.
Sin embargo, la película da un giro bastante sorprendente tras una hora de metraje, y decide adentrarse en el mundo del vudú, las posesiones y una serie de conceptos abstractos que diluye todo lo construido con anterioridad hasta despojarlo de sus virtudes. Es un cambio de tercio tan radical que genera tanto desconcierto como rechazo, porque sientes que dos películas están luchando entre sí para ver quién será la vencedora y dominante, pero a mí personalmente me interesaba mucho más el camino que asentó en su inicio. Es realmente frustrante porque había una película muy estimulante ahí, pero se acaba perdiendo en historias que no aportan tanto a la trama principal y desvirtúan lo cimentado anteriormente.
Martin Eden (Italia). Dir. Pietro Marcello
El filme de Pietro Marcello es, durante gran parte de su metraje, una historia hermosa sobre el aprendizaje, la sed de conocimiento, el esfuerzo constante y la búsqueda de aquello que nos mueve, del motor que nos impulsa hacia adelante. Y esa hora y pico de película me ha enamorado. Una pena que Marcello decida tirar de excesiva ambición en los 45 minutos finales y expanda los elementos que conforman la película hasta aumentar la escala temática a niveles contraproducentes. Me funciona mejor cuando es más intimista y simple porque desprende cercanía, calidez y muchísimo encanto. Pero en el instante en el que pisa temas sociopolíticos, el tono de la historia cambia ligeramente y no es tan interesante y efectiva como lo visto anteriormente.
Entiendo las intenciones del cineasta y la forma que tiene de evolucionar el personaje de Martin, pero hay un momento en el que la cinta realiza una elipsis abrupta y ese salto se siente precipitado y poco explorado. Es como si la película no quisiera extenderse más de la cuenta e ignorara pasos que debía haber dado para que dicha sección se sintiera más relevante. Incluso en sus peores momentos, ‘Martin Eden‘ se las arregla para tener una fuerza arrolladora y muchas de las conversaciones que la cinta posee son realmente interesantes y vemos a los personajes desde prismas distintos. Y la película luce espectacular en cada plano. La fotografía de Alessandro Abate y Francesco Di Giacomo parece haberse realizado en los años 70. La película parece haber sido rodada hace cuatro décadas, con su grano característico, con el uso de colores cálidos y mucho contraste para resaltar figuras y teletransportarnos a Italia en pleno verano (en este sentido, veo ciertos paralelismos con la fotografía de ‘Call Me By Your Name’ y ‘Cegados por el sol’, ambas de Luca Guadagnino).
Termino. ‘Martin Eden’ es una película con mucha energía e intensidad, brillante cuando tira de sencillez y modestia, ruidosa y desigual cuando se focaliza en la política. Es un filme con personalidad y la interpretación de Luca Marinelli es digna de todo elogio. Una presencia descomunal en pantalla que mantiene el filme a flote incluso cuando tropieza en su narrativa.
Dragged Across Concrete (USA). Dir. S. Craig Zahler
Tras la formidable ‘Bone Tomahawk’, y a falta de ver ‘Brawl in Cell Block 99’, lo nuevo de S. Craig Zahler me parece un paso atrás en su filmografía. Si bien contiene secuencias sobresalientes y un ritmo tan pausado como coherente con la historia que quiere contar, verdaderamente creo que Zahler tropieza en el guion y la forma de dibujar a los personajes.
La película está cocida a fuego lento, no tiene prisa en evolucionar conflictos, y se siente en todo momento como una olla a punto de explotar. A pesar de su larga duración (2 horas y 39 minutos) en ningún momento me aburrí ni sentí que la película se regodeaba en su propio estatismo. Su estructura e intenciones son claras y en ese sentido no puedo reprocharle absolutamente nada. El reparto lo hace bien, aunque el único que realmente destaca es Mel Gibson en un personaje que le sienta como un guante y que exprime en cada plano. Los problemas vienen por otro lado.
Zahler toma decisiones bastante extrañas. Para empezar, los personajes verbalizan pensamientos que se pueden entender sin necesidad de que sean dichos en voz alta, y en varias ocasiones los siento forzados. Es una forma bastante mediocre de presentar conflictos. Sé que es un problema que le encuentro yo personalmente, porque soy fan de la narrativa visual y prefiero que los problemas me los muestren y no me los cuenten, pero esta herramienta la utiliza Zahler de forma excesiva. Además, usa la misma estructura a lo largo de toda la película con los personajes que van a sufrir algún tipo de percance o desenlace trágico. Nos regala una escena en la que dichos personajes muestran su parte más emocional y vulnerable (siempre tirando de sobreexposición), para luego dañarlos o arrebatarles algo o a alguien para que sintamos pena por ellos. Pero es tan redundante esta estructura que ya desde la segunda vez que lo utiliza ves a kilómetros quién va a sufrir o a morir, porque te lo ha telegrafiado con anterioridad. Para terminar, hay escenas que resultan tan artificiales y difíciles de creer, que mucho antes de explotar el drama a mí ya me ha perdido porque no me creo lo que está ocurriendo. Un ejemplo: un personaje aparece en un sitio concreto en un día concreto por un motivo específico, y «casualmente» en ese mismo instante se produce una situación de peligro. Es todo tan obvio y hay tan poco interés por que se sienta orgánico que acaba matando la urgencia dramática de la escena.
El final de la cinta está bien, y el director sabe dirigir con gusto visual, sobre todo a la hora de mostrar la violencia explícita. Incluso se permite ciertos gags realmente divertidos que matan el mal sabor de boca que generan aspectos mencionados anteriormente. Pero el resultado final es agridulce porque el buen hacer a nivel de dirección y ciertas escenas con sentido del humor de por medio no salvan los subrayados innecesarios de ciertos temas que pueblan la cinta. A ratos, parece que Zahler quiere imitar a Tarantino, pero no le sale y se queda en tierra de nadie. No es una mala película, pero estos detalles me han perseguido durante todo su visionado y ahora mismo sólo puedo recordarla como un entretenimiento correcto con potencial pero incapaz llevarlo a cabo con criterio.