
Os preguntaréis qué relación existe entre un erudito especialista en mitología comparada como Joseph Campbell y gran parte de las historias que consumimos en la narrativa y el cine. No voy a desgranarles quién es Joseph Campbell porque cada cual debe adentrarse en sus teorías de forma personal como viaje iniciático, pero si puedo adelantarles la respuesta a esta reveladora pregunta. La respuesta es simple, todo y nada al mismo tiempo. Ahora entenderán por qué.
El cine, así como cualquier otro producto audiovisual, representa una interpretación de la realidad. Cuando nos metemos en una sala de cine o hacemos clic en el «tema oscuro» de nuestras pantallas se debe simplemente a un deseo de sumergirnos en una fantasía que de algún modo nos explique lo que vivimos ahí fuera. Es el viaje del retorno a la caverna de Platón, tratando de buscar los ideales en las copias imperfectas que se representan dentro del templo pagano, oscuro y compartido, aunque sea entre espectadores unidos mediante una plataforma online abierta desde sus smartphones, por ejemplo.
Esos ideales son arquetipos, ideas universales que se repiten siempre, sea cual fuere el tiempo y el espacio, que los aficionados al cine tendemos a dividir inútilmente por géneros, en un insaciable intento por clasificar algo que en esencia es lo mismo, el viaje de nuestro protagonista, el viaje épico de nuestras heroínas y héroes.
¿Y cómo es que las historias se reducen a ese viaje? Pues sencillamente porque la mitología, que no es otra cosa que el resultado de las narraciones que escriben las sociedades para explicar su propia existencia, se basan en la mayoría de los casos en un viaje épico desde el nacimiento hasta la muerte. Da lo mismo que sea Aquiles, Ulises, Wonder Woman, Buda, Jesucristo o Xena, la princesa guerrera. Todos estos héroes hacen el mismo viaje.
Sin embargo, no todos tienen por qué viajar necesariamente a los confines del mundo en busca de experiencias ni tener poderes especiales para afrontar su destino. La gente común representada en la tele o en el cine, personajes como el alienado de ‘El Apartamento‘, el utópico ‘Joker’, o el desesperado vitalista de ‘Buried’, por poner algún ejemplo, hacen el mismo viaje sin apenas moverse de su hábitat. La diferencia es que el plano de representación cambia a una dimensión interna, personal, donde la lucha por escribir su leyenda se encuentra dentro de ellos.
¿Cómo se construye un relato?
«Un poco exagerado, ¿no?», podrían pensar llegados a este punto. Sin embargo, existe una respuesta que explica esta teoría defendida por Joseph Campbell a lo largo de toda una vida dedicada al estudio de la mitología comparada y que podríamos perfectamente extrapolar a cualquier narración audiovisual. Para entenderlo mejor, definamos como se construye un relato.
Las historias suelen tener un protagonista que, desde primer momento, nos muestra su universo para explicarnos, en esencia, cómo vive y quién es él. Pero al poco tiempo surge un conflicto que le pone en la tesitura de afrontar su destino. Si se niega a este destino, que al principio lo hará por instinto de supervivencia, el final de la historia llegará pronto, pero si acepta el reto de luchar contra sus miedos, deberá enfrentarse contra su antagonista, unas veces descrito como una persona externa, mala, malísima, y otras halladas en el espejo de su alma, en el interior de nuestro protagonista. Este gran conflicto, la verdadera esencia de cualquier relato, lo que los estructuralistas definen como nudo, porque aprieta y ahoga, nos conducirá a la resolución de una verosímil historia marcada por un viaje con varios posibles finales. Un final feliz, un final trágico un final amargo, en boga desde el estreno de ‘La La Land‘. Piensen en Luke Skywalker, Neo de ‘Matrix’, Beatrix Kiddo de ‘Kill Bill’ o incluso en Heidi de ‘Homecoming’, por poner un ejemplo más reciente y sin épica trascendental.
Este viaje iniciático, pues todo esto se trata en esencia de un concepto que la antropología define como el rito de paso, marcará una transformación irreversible en nuestro protagonista, que no es otra cosa que la representación de nuestro yo, absorto en ese momento en los veinticuatro fotogramas por segundo que se proyectan delante de nuestros ojos, enmudeciéndonos como el niño de ‘Cinema Paradiso‘, para ayudarnos con la resolución del final a esclarecer algo oculto en nosotros mismos.
Es el viaje de nuestras vidas. No exagero. Si lo piensan bien, es lo que hacemos todos en nuestro día a día. Una lucha constante contra nuestros propios conflictos y obstáculos en un viaje por etapas que dura décadas. El cine y las series no nos cuenta nada nuevo. Sólo representan en sus películas la misma historia una y otra vez, pero de múltiples formas, tantas como nuestra mente, basada en nuestras experiencias individuales y colectivas, son capaces de imaginar.
Si quieren profundizar en la creación de los viajes que dieron vida a la historia de la mitología, recomiendo empezar a leer a Joseph Campbell a través de su obra The Hero with a Thousand Faces (El héroe de las mil caras, 1949). Pero si solo quieren poner a prueba esta teoría, cojan lápiz y papel y comiencen a desgranar sus historias preferidas. Inevitablemente trazarán una espiral infinita describiendo un viaje sin retorno por alcanzar la transformación de nuestros protagonistas. Frodo Bolson aunque regrese a la Comarca sabe que ya no será el mismo. Superman, por más que recree su planeta sobre hielo, sabe que nunca volverá a él. Este viaje que viven nuestros protagonistas es la misma aventura que intentamos hacer con nuestras vidas antes de que se nos acabe el tiempo y lleguemos a un escueto título de crédito que nos indique “This is THE END”.