
Después del esperado estreno de la última obra de Martín Scorsese, ‘El Irlandés’, producida por Netflix y que los medios ya vaticinan como próxima ganadora de los Oscar, resulta necesario hacer hincapié en la verdadera esencia de esta película, la relación paterno filial del personaje interpretado por Robert de Niro. Lo demás es superfluo, meras anécdotas de las relaciones de poder que se repiten incansablemente a lo largo de la historia del cine, dentro de un marco histórico discutible pero atractivo para el espectador.
Después de ver este largometraje de tres horas y media, que pasa en un abrir y cerrar de ojos gracias a la narrativa que presenta su guionista, Steven Zaillian, se deduce que, si no fuese por el personaje de su hija, esta película claramente caería de nuevo en la apología de la mafia. Una más al estilo de Coppola u otras obras del propio Scorsese que no consiguieron trasmitir un ápice de crítica sino más bien todo lo contrario, la glorificación de un grupo de clanes viviendo al margen de la sociedad, en su propio mundo, regido por estrictas normas basadas en el honor y el respeto a la familia. Una serie de películas que exponían la violencia explícita sin miramientos al mostrarnos únicamente el punto de vista de un grupo de personajes que tratan de hacernos creer, procurando también convencerse a sí mismos, que no les quedaba otro remedio que acatar las órdenes que les mandaban, siendo unos peones más, un engranaje de la banalidad del mal, como postuló Hannah Arendt.

Sin embargo, Scorsese salva en el último instante las manos de pillarse de nuevo con la puerta que separa el bien y el mal. Esta vez nos narra con acierto su tema favorito sin dejar de caminar por la delgada línea roja que separa lo legal de lo inmoral. En ‘El Irlandés’ recurre a una intrahistoria que no tiene apenas diálogo pero que está cargada de argumento y sirve de contrapunto para condenar los hechos narrados, aunque éstos nos hagan disfrutar de tres horas y media de camarería, invitándonos a sentirnos «uno de los nuestros», como decía el personaje de Joe Pesci en claro homenaje a su ‘Goodfellas‘.
«Decidí (sobre el personaje interpretado por Anna Paquin) que no tenía por qué decir nada. Que solo se limitaría a mirar a su padre cuando hiciera cosas terribles». Martin Scorsese
Esta intrahistoria se presenta en silencio, solo con la atenta mirada de una hija que comprende desde muy pronto quién es en realidad su padre. Funciona como espejo emocional recordándonos al espectador algo muy importante: “oye, quizás admiréis y respetéis a mi padre, pero no olvidéis que por ello no deja de ser un asesino”. El personaje interpretado por Robert de Niro deberá enfrentarse a las peores misiones y encargarse de los tipos más duros, pero su mayor reto es recuperar el amor de su primogénita, es su batalla final.
La conversación con una de sus hijas sobre el miedo que padecieron por la sobreprotección de su padre, así como el silencio de una habitación sin visitas al final de la película, lo resumen todo. La soledad de un patriarca abominable, incapaz de arrepentirse, que de tanto defender a su familia vivió sus últimos días sin ella. Un silencio que nos invita a compartir con el viejo irlandés la tristeza de saber que hay actos que por mucho que queramos, son imperdonables.
Hablarán de ‘El Irlandés‘ y su clan pero esta historia gira en torno a la otra familia, simbolizada en su hija Peggy Sheeran, la verdadera antagonista de su vida. Papel interpretado en la niñez por Lucy Gallina y en su versión adulta por Anna Paquin, cuyo silencio en el filme (solo tiene una frase con seis palabras y aparece menos de 10 minutos en una película de tres horas y media) ha abierto además un debate sobre la representación de las mujeres en la pantalla.