El español Segundo de Chomón fue uno de los directores pioneros del cine mudo junto a los hermanos Lumière, George Méliès y Charles Pathé. Pero viajemos a finales del siglo XIX: el cine ha nacido. Lo complicado es encontrar al padre, porque unos treinta y dos inventos entre 1893 y 1896 podrían considerarse como tales. En pos de la brevedad, mencionaremos que ese título recae en los de Thomas Alva Edison y los hermanos Lumiére. ¿Por qué? Pues porque estos individuos eran los que contaban con una base industrial y los cimientos de una red de comercialización, en el momento justo en el que cristalizaban unas condiciones propicias en el plano socioeconómico y tecnológico para la aparición del cine.

«Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.» Arthur C. Clarke

El poderoso industrial estadounidense encargó a William K. Dickson el cinetoscopio, terminado en 1894. Éste era un rudimentario sistema para visionar escenas en movimiento grabadas en una cinta de celuloide, parpadeantes y no por más de veinte segundos. Tampoco era proyectable, pero ese problema lo solucionaron Louis y Auguste Lumiére, con la invención del cinematógrafo; arrastrando de manera intermitente la película mediante una manivela, el aparato podía filmar, exhibir mediante proyección, y elaborar copias de la misma. En una histórica proyección el 28 de diciembre de 1895, los hermanos mostraron al mundo las imágenes de un tren acercándose a la estación, o de obreros saliendo de la fábrica, un anticipo de las inmensas posibilidades de este nuevo medio.

Segundo de Chomón
Segundo de Chomón (1871-1929), un pionero del cine mudo.

Inicios del siglo XX: los Lumiére pronto abandonaron el cinematógrafo, considerándolo poco más que una curiosidad científica. Otros recogieron su testigo en Europa, para transformarlo en un espectáculo, una atracción casi circense adaptada a los gustos populares. El cine fue arraigando en centros industriales como Lyon o Turín, donde hubiera público disponible (obreros, sobre todo), y mano de obra especializada para sostenerse técnicamente. La primera década del siglo vivió el auge de las productoras Pathé Frères y Gaumont, mientras que en los Estado Unidos, Edison intentaba alzarse con el monopolio de la producción cinematográfica del país recurriendo incluso a prácticas de matonismo e intimidación. Esto provocó que las productoras independientes abandonasen Nueva York, y se instalaran en un lugar más tranquilo para trabajar, Hollywood (California).

Volviendo al viejo continente, una figura brillaba con luz propia: el gran Georges Méliès, uno de los pioneros del cine de entretenimiento, y abuelo del género fantástico y de la ciencia-ficción. Fue uno de los afortunados espectadores de la primera exhibición del cinematógrafo, y se enamoró del invento. Aplicó sus conocimientos de teatro y efectos especiales (su especialidad) para crear historias fantasiosas que fascinaban al público, desde cuentos infantiles a adaptaciones de novelas (‘Viaje a la Luna’), formando una biblioteca de unos 4.000 títulos en su etapa más fecunda, entre 1902 y 1908. Pero aunque a través de su productora Star Films intentó crear un verdadero negocio de creación y distribución de películas, entre la competencia cada vez más voraz y desleal de las productoras francesas y estadounidenses, y la pérdida de interés del público, Méliès fue incapaz de adaptarse y terminó arruinado y casi olvidado.

Había más cineastas interesantes en el panorama cinematográfico, como Edwin S. Porter, director del primer wéstern ‘The Great Train Robbery‘ (1903), novedosa cinta que por su montaje de fragmentos se emancipaba del lenguaje teatral; o Alice Guy-Blaché, la primera directora de cine de la historia. O el sujeto de nuestro interés en este artículo, el merecedor de tan larga introducción contextual, el director aragonés Segundo de Chomón (1871-1929). Ellos vivieron en la época en la que el cine, todavía, era indistinguible de la magia.

Segundo de Chomón, el español que inventó el stop motion y dio color al cine mudo

Segundo de Chomón nace el 17 de octubre de 1871 en Teruel. De sus primeros veinte años de vida sabemos poco, salvo que hizo la educación secundaria, y muy posiblemente ingeniería. Entre 1895 y 1897 viaja a París, con algunas ocasionales estancias en Barcelona; en la ciudad del Sena conocerá a una actriz de teatro y opereta, Julienne Mathieu, quien será su pareja y la madre de  su hijo Robert. Es posible que ella tenga la «culpa» de que Chomón se interesase por el cine, ya que mientras él estuvo en Cuba con el ejército, ella trabajaba en el coloreado de películas para las importantes productoras Star Films y Pathé.

En los primeros pasos del nuevo siglo, Segundo de Chomón se decide a entrar en la industria cinematográfica. Lo hace en Barcelona, por entonces el gran centro industrial de España, y el lugar con las mejores condiciones para el negocio del cine. Empieza con un taller de coloreado, y con encargos de traducir al castellano los rótulos de las producciones de la Pathé. Entre 1901 y 1905 se sumaron dos nuevos trabajos: la distribución en el mundo hispanohablante de las películas francesas, y la elaboración de productos propios para el catálogo de Pathé y el mercado nacional, al convertirse en su concesionario en Barcelona.

De esta época son sus primeros cortometrajes. Por ejemplo, ‘Los héroes del sitio de Zaragoza‘ (1903) es una reconstrucción épica e historicista de la defensa de la capital aragonesa en tres cuadros, que incluye en su fresco a paisanos armados, Agustina de Aragón y efectos pirotécnicos. Al año siguiente se estrena el filme cómico ‘El heredero de Casa Pruna’, cuyo argumento se sintetiza en la siguiente secuencia: un rico y feo heredero le dicta un anuncio a un escribiente público, en el que busca una mujer con la que casarse; animadas por el mensaje, un buen número de señoritas se plantan en la propiedad, y superado por la situación, el heredero corre despavorido y perseguido por las casaderas. Una trama calcada de una producción estrenada sólo unos meses atrás en Barcelona, ‘How a French Nobleman Got a Wife Through the New York Herald Personal Columns’, de Edwin S. Porter (hace un siglo lo que a veces te destripaba las películas no era el tráiler, sino el título).

También lleva a cabo, por encargo de la Pathé, una serie de documentales centrados en Barcelona y alrededores. Estos testimonios gráficos muestran el Tibidabo, Montserrat, el Parque de Ciutadella o el puerto de la ciudad en la primera década de los 1900, facetas de una urbe cosmopolita, tan vibrante en el apartado cultural como tan conflictiva era su situación político-social (terrorismo anarquista, los orígenes del catalanismo político o los problemas del régimen de la Restauración…). Pero no faltaba mucho para abandonar la Ciudad Condal, y dar el siguiente paso en la colaboración con la Pathé y en su propia carrera como cineasta en Francia.

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