A propósito de ‘Los ilusos’, de Rafael Azcona

En un hermoso texto en homenaje a François Truffaut, publicado en febrero de 2015 en Letras Libres, en ocasión de la exposición que la Cinemateca francesa le dedicó por el 30 aniversario de su muerte, Jonás Trueba escribía que una de las lecciones que nos dejó el cineasta francés es «la importancia de apreciar a los maestros», que «los gustos pueden cambiar y evolucionar (es natural y las más de las veces deseable que así sea), pero uno no debe traicionar aquello que le ha sido fundamental».
Sin duda, Jonás Trueba aplica esta enseñanza en sus obras, no oculta a sus referentes, a los maestros y a las ficciones que le han inspirado y acompañado. Todo lo contrario, los reivindica. A sus películas les debo parte de la música, los libros y las películas de las que he disfrutado. Las pequeñas virtudes, de Natalia Ginzburg, los cuentos de Patricia Highsmith, Todo sigue tranquilo, de Chusé Izuel, La búsqueda de la felicidad, de Stanley Cavell o Confianza en uno mismo, de Emerson. Las canciones de Rafael Berrio, Tulsa o Soleá Morente. ‘Los inútiles‘, de Fellini. Quizá no hubiese llegado a ellos de otra manera, o quizá sí, hay cosas que nunca se pueden saber, solo son especulaciones. En cualquier caso, a su primera novela, Las ilusiones, le debo la introducción en la literatura y el cine de Rafael Azcona. Gracias a ella, llegué a las películas de Marco Ferreri en las que Azcona trabajó como guionista, a sus dibujos, a sus cuentos y a sus novelas, a la extraordinaria Los ilusos.
«El arranque o primera secuencia: como en Los ilusos, de Azcona, un joven que llega de provincias para instalarse en Madrid y triunfar. En este caso en el cine. Su mejor amigo va a buscarlo a la estación. Seguramente el joven de provincias no trae mucho equipaje.», así dice el fragmento de Las ilusiones de Trueba que me descubrió a Azcona.

Entre la vida de Rafael Azcona y su novela Los ilusos hay claros paralelismos. Posiblemente su base es autobiográfica. Azcona y el protagonista, el poeta Paco Durán Ruiz, eran jóvenes de provincias (Logroño y Pamplona) que llegaron a Madrid en busca de empleo, pero con sus ilusiones, en el caso de Paco, triunfar con sus poemas. Los ilusos es una novela costumbrista (no solo eso), probablemente Azcona plasmó en ella parte de sus vivencias, de lo que escuchó, le contaron, vio o presenció en el Madrid de aquellos años 50, parte del mundo y de la vida que conoció en las calles, en los bares, en las pensiones de mala muerte, en los cafés y en las tertulias de entonces, en el ya mítico Café Varela, el Comercial o el Maraca, lo cual no significa que en su caso la obra deje de ser una ficción, a mi parecer toda narración lo es.
En este aspecto y en otros, la novela de Azcona también presenta similitudes con la película ‘Los inútiles’ (desconozco si de manera deliberada o inopinada). También Fellini, con dieciocho años se trasladó a Roma desde su Rímini natal, en busca de fortuna como periodista, viñetista y dibujante. Sin embargo, sus suertes no fueron la misma que la del protagonista de Los ilusos (para la de los que después hemos disfrutado de sus ficciones). Tras llegar a la capital, pronto, ambos autores comenzaron a trabajar como dibujantes, redactores y escritores en distintas publicaciones, y después en el mundo del cine, como guionistas, y en el caso de Azcona esa fue la profesión a la que se dedicó casi todo el resto de su vida, convirtiéndose en uno de los más brillantes del cine español.
Pues además de su faceta como humorista gráfico y redactor en diarios y revistas de la época, principalmente en La Codorniz, en la que creó su célebre personaje El repelente niño Vicente, de buenas novelas como Los ilusos, Los europeos o El pisito (de la que después escribiría el guion para la película homónima de Ferreri), escribió el guion de películas inolvidables de nuestro cine. ‘El cochecito’, ‘¡Ay, Carmela!’, ‘El bosque animado’, ‘Plácido’, ‘La escopeta nacional‘, ‘El verdugo’, ‘Belle Époque’, ‘Tirano Banderas’, ‘La vaquilla’, ‘La niña de tus ojos’, ‘El anacoreta’ (interesante para este tiempo de aislamiento), ‘La lengua de las mariposas’ o ‘Los girasoles ciegos’, son algunos de los títulos de su inagotable carrera.

En el final de la película homónima de Jonás Trueba (el complemento o quizá el resultado o la versión cinematográfica de su novela Las ilusiones), el protagonista (interpretado por Francesco Carril) le dice a la chica con la que está empezando a salir (Aura Garrido) que el cine es como la vida, «una mezcla de cosas tristes y alegres», a lo que ella le responde que para eso no hay por qué ir al cine. Y eso son las obras de Azcona y Fellini, una mezcla de géneros, de comedia y tragedia. El mismo Azcona confesó que lo que le había inspirado en la literatura era «Escribir cosas divertidas sobre cosas tristes».
‘Los ilusos’ y ‘Los inútiles’ narran los sueños, aspiraciones y frustraciones de unos personajes, el final de una época y de una etapa de la vida, la eterna juventud (como también la novela Cuatro amigos, de David Trueba, con guiños a la película de Fellini). Son obras neorrealistas, sobre experiencias humanas y cotidianas, registros de un tiempo, un lugar y unos personajes, a los que se presenta y narra de la misma manera, primero la historia individual y a través de ella la colectiva. Hay un argumento y un personaje principal (no más importantes) sobre los que se desenvuelve el resto de la obra. En el caso de la novela de Azcona, Paco, que en la búsqueda de sus sueños de triunfar en la poesía conocerá a los poetas del Café Coloma, en las veladas de los Versos Sabáticos. Y en la película de Fellini, Fausto (y en consecuencia, su pareja Sandra), el jefe y guía espiritual de la cuadrilla de inútiles, embaucado por sus pretensiones, su deseo de una «buena vida», una vida de «viajes, libertad, diversión, sin preocupaciones, siempre rodeado de mujeres», como dice él mismo en un soliloquio, de vivir sin trabajar.
Los diálogos, los comportamientos, los gestos, la expresión de los personajes, lo que dicen y las más de las veces lo que no dicen es lo que los define, su mundo interior, sus sentimientos y emociones, su actitud frente a la vida. Paco Durán y los personajes que entran en su vida a través de las veladas de los Versos Sabáticos del Café Coloma son personajes a la deriva, despechados, insatisfechos, presuntuosos, engreídos, rudos, sórdidos, cómicos, obstinados, frustrados, leales, mentirosos, afables, vulnerables, apasionados, soñadores, ilusos, gente corriente. Pueden ser los más desdichados y los más felices al mismo tiempo, pasar de la euforia al suicidio, del desaliento al optimismo. No hay personajes buenos ni malos, mejores ni peores, solamente unos personajes y sus historias, sus encuentros y desencuentros. A través del detalle, de las situaciones (a menudo inverosímiles, como en la vida real), de los conflictos y dilemas a los que se enfrentan y de su lenguaje claro, desgarrado y vehemente, Azcona nos muestra a unos personajes llenos de matices y contradicciones, de luces y sombras, de deseos y debilidades. Son personajes que sienten envidia y al mismo tiempo alegría por los éxitos ajenos de sus amistades. Como Emma Bovary en Madame Bovary y Anna Serguéievna en La dama del perrito, desean obtener de la vida más de lo que la vida puede dar. Son ilusos y conformes (tienen cierto grado de conformidad, que no es lo mismo que conformismo y resignación). A través de la narración de las vicisitudes de Paco, de su viaje, tengo la impresión de acompañarlos en sus fracasos, en sus derrotas, en sus miserias y en sus alegrías, y me divierto con ellos. Pues por encima de todo, en la obra de Azcona hay buena conversación, ironía y sentido del humor.
Las insatisfacciones, las obsesiones, las incertidumbres, los contratiempos, el dolor y el placer, las penas y la dicha, las esperanzas y los temores, el paso del tiempo, las relaciones humanas, el amor, la amistad, la realidad y las fantasías, las ilusiones, lo bello y lo triste de la vida Azcona lo narra con gracia, ligereza y profundidad. Hay escenas y acontecimientos dramáticos que de tanto dilatarlos se vuelven cómicos, y a la inversa, lo mismo que en ‘Los inútiles’ de Fellini.

En un pasaje memorable de la novela Los ilusos, Paco cuenta la historia que le inspiró para escribir un poema, Madagascar. De niño se había sentido intrigado por una isla de color ocre llamada «Madagascar», situada en el azul de un mapa escolar, y de aquel recuerdo nació el poema: el niño, ya joven, se hace marinero con el deseo de navegar a aquel paraíso lejano. Sin embargo, después de una vida desgraciada, su deseo se cumple cuando es viejo, y posiblemente borracho o moribundo ni se entera de que desembarca en el territorio de sus sueños. La historia, además de sugerir una bella posibilidad sobre la inspiración del arte, contiene la esencia de la novela de Azcona y la película de Fellini. «Era lo bueno de la poesía, que destilaba la esencia de la vida», dice el personaje de Paco sobre el género.
A menudo me gusta imaginar que una ficción puede ser la plasmación de los sueños y obsesiones de su creador, que uno puede prestar parte de una vida, unos recuerdos, a unos personajes. Pero esto son inclinaciones personales, no más. Lo que me parece importante para valorar una obra no es su posible inspiración ni los asuntos que narra ni por supuesto su moral (de una ficción no espero rectitud ni ninguna lección ni mensaje ejemplar), sino lo que hace el narrador con esa inspiración y esos asuntos, cómo los cuenta, las cualidades narrativas de la obra, las posibilidades que nos inocula.
Los ilusos es una novela conmovedora y ambigua, no una simpleza edificante. No hay verdades nítidas, eso solo pasa en las ficciones pueriles. Sugiere a través de la sátira y la chanza. Solamente narra con ingenio y precisión una historia divertida sobre cosas tristes y alegres, un tiempo, un lugar y unos personajes, una sociedad y su época, la de la posguerra y la bohemia madrileña de los años 50, y más allá del costumbrismo (a mi parecer no menos importante), el nacimiento y el final de las ilusiones.
La primera edición de Los ilusos es de 1958, la publicó Fernando Baeza, en su Ediciones Arión (ya con las maravillosas ilustraciones de Antonio Mingote, compañero, colaborador y gran amigo de Azcona durante casi toda una vida), hace hoy más de medio siglo. Sin embargo, Azcona dedicó los últimos días de su vida a una nueva versión de la novela, más pulida y sin la censura de los tiempos de la primera edición, publicada en Ediciones del Viento, que cumple este marzo 12 años. El 14 de marzo de 2008 enviaba el texto definitivo al editor Eduardo Riestra. Nueve días más tarde, el 24 de marzo, Azcona moría. A él le debo parte de los tiempos felices que me ha dado la literatura y el cine.