Yo no hablo como en las películas de Aaron Sorkin. Tú no hablas como en las películas de Aaron Sorkin. Mi madre, hermana, padre, amigo, novia y vecino no hablan como en las películas de Aaron Sorkin. Ninguna interacción que presenciarás ahora o en un futuro entre tú y otra persona, u otra persona y una tercera, jamás rallará las cotas de brillantez, rapidez, ingenio y capacidad para dar réplicas y contrarréplicas con frases lapidarias como sucede en los guiones de Sorkin. Eso es una verdad obvia e innegable. Tan obvia que parece absurdo que sea el principal foco de crítica de las películas/series de Sorkin (a partir de ahora me referiré a las películas de Sorkin como el conjunto de sus series y películas).

Quiero decir, puede ser una crítica a cierto nivel. Si quieres un mundo verosímil, que todos tus personajes debatan con la vigorosidad de un lenguaraz guionista de cine puede suponer un problema.  No quiero una conversación coreografiada rítmicamente en una película de Eric Rohmer, Jaime Rosales o Richard Linklater, porque no es lo que me están proponiendo, y sería una desconexión absoluta con el mundo que están construyendo. Pero es que los mundos de Sorkin no suelen ser verosímiles, y aun así cuenta con excepciones. ‘La red social’ o ‘El juego de Molly‘ son ejemplos de sacrificio de su habitual cháchara intelectual en favor de las narrativas. Sigues teniendo la sensación de estar en un mundo de Sorkin, pero el festival de verborrea no es equiparable a otros ejemplos más autoindulgentes. Lo usual es que nos cuente su fantasía demócrata a través de escenarios imposibles y puramente cinematográficos más que reales. Eliminando el argumento de que da igual porque es divertidísimo y he venido a divertirme, y el factor de que es cine colegui, relájate un poquito, que no te veo cuestionar que John Wick mate a la mitad de Nueva York porque se han cargado a su perrito, ¿qué aportaría Sorkin? Pues no sé, la verdad. El sabrá. Yo sé lo que a mí me aporta, pero claro, afirmarlo así no queda tan resolutivo.

Aaron Sorkin se ha ganado la etiqueta de guionista estrella, en un Hollywood en el que rara vez los guionistas reciben demasiado reconocimiento a no ser que sean los creadores que también dirigen sus obras. Pero Sorkin es un reclamo en sí mismo, es uno de los nombres que figura en el cartel. En 2012 hizo una película sobre el creador de Facebook junto a David Fincher, uno de los directores más celebrados de los últimos 25 años, y fue presentada como obra conjunta. Algo sencillamente impensable para la totalidad de guionistas de todo el globo terráqueo. Pero no para Sorkin. Lo que le hace destacable es lo que te asalta nada más empezar cualquiera de sus películas: el diálogo. Es tal la rapidez con la que se contestan, y con la precisión quirúrgica con la que lo hacen, que se asemejan a robots programados para la sagacidad. Es entretenido. Entretenidísimo. Podría ver horas de sus escenas en bucle, y no me cansaría.

La red social (2010)
Jesse Eisenberg en «La red social» (2010), escrita por Aaron Sorkin (Novela: Ben Mezrich).

Lo que también sabe hacer, y es por lo que se le considera que tiene el talento que tiene, es escribir guiones. Que no es lo mismo que escribir diálogos, porque domine una no significa que no se preocupe de manera holística del funcionamiento del guion. Si que tiene sus más y sus menos, pero ya llegaremos a eso. Sus personajes son tan eficientes que pueden parecer robots, pero sabe dotarlos de humanidad, empatía, y, esto en el buen sentido de la palabra: estupidez. La estupidez, la torpeza, las cagadas a la hora de la interacción a pesar de ser dotados intelectuales casi todos ellos, que les insufla de humanidad. Porque no sé vosotros, pero yo soy bastante estúpido. Empatía instantánea.

Sus escenas nunca son debates presidenciales, son batallas dialécticas en la que lo que más impulsa a sus personajes son las motivaciones propias, sus dinámicas, los objetivos, la química. Personajes construidos en base a conflictos. Una de las mejores muestras es esa escena inicial de ‘La red social’. Te resume el tema de la película, la psicología del personaje principal, y el conflicto que articula el resto del filme, además de encapsular un tono siempre pendulante entre la comedia y el drama. Esto en una escena de apenas tres minutos, que se acaba antes de que nos dé tiempo a aburrirnos, y que consigue secuestrar la atención el espectador para el resto de la película. Ese es Sorkin cuando llega a sus cotas más altas. Cuando no, no deja de ser entretenido, pero ya llegaremos a ello.

El tono es otro factor importante. Las escenas cambian del drama a la comedia, y al drama de nuevo en el espacio de tres minutos de conversación. Es otra de las cosas que más cuesta balancear en el audiovisual que combina ambas. Si metes la comedia justo después del drama, socavas cualquier impacto emocional que pueda estar teniendo. Vendría a ser un pedo en el funeral de Iron Man. Que de hecho podría funcionar de manera emotiva, y a la vez divertida, pero para ello hay que tener un guionista competente, y una escena bien pensada. Se me ocurre el ejemplo del tío que hizo una grabación pidiendo que le sacasen de su ataúd para que la reprodujesen en su funeral. Y no solo fue divertidísimo, sino emotivo. Sorkin hace una cosa parecida. No que haya hecho el numerito del funeral. Rebaja muchas charlas serias con algún tipo de broma, lo que suele significar que la charla no fue tan relevante en un primer momento.

Moneyball (2011)
Brad Pitt y Jonah Hill en «Moneyball» (2011) escrita por Aaron Sorkin y Steven Zaillian (Novela: Michael Lewis).

Otras charlas que sí son relevantes acaban con una broma distendida entre los personajes, que equivale a la desaparición del conflicto entre ambos. Y es importante que Sorkin los diferencia porque en sus guiones la gente discute. Discute muchísimo. Discuten a niveles ridículos. Podrían discutir porque uno se ha comido la última magdalena, y el otro expresó que quería comerse dicha magdalena, en un tono que fuera de la utopía sorkiniana de relaciones humanas se tomaría como agresivo por cualquier persona, uno haría un comentario velado por la magdalena hurtada, el otro se lo tomaría a risa, la conversación escalaría, acabarían haciendo reproches sobre los aspectos de su relación que de verdad les molestan, y les interrumpiría algún elemento o personaje con un problema más acuciante, que desembocaría en otra discusión. Por lo que es crucial que Aaron Sorkin sepa destacar unas discusiones sobre otras, y lo hace. Excepto cuando no, pero ya llegaremos a ello.

Lo más nocivo que ha hecho Sorkin es convencer a una generación de adultos que la convicción de uno mismo y los discursos grandilocuentes son capaces de cambiar la opinión del más facha de tus colegas sobre la sanidad, la educación o porque no tiene que negarse a llamar Sara a su colega de toda la vida Raúl porque él ha sido toda la vida Raúl, cuando al resto de sus amigos les asigna un mote nuevo cada semana. Y esto no es así. Está lejos de ser así. Lo más probable es que no cambies su opinión con una exposición clara y contundente, sino que te encontrarás con una respuesta agresiva. Las razones son más profundas. Dudo que siquiera puedas cambiar la opinión de un amigo sobre un tema intrascendente, mucho menos de su sistema de valores. No inmediatamente, al menos. Aaron Sorkin nos convenció de que la lógica y el carisma son suficientes para cambiar el mundo. Y no lo son. Y da igual. Como he dicho al principio no van de la realidad, van de la realidad a la que él querría aspirar, y que cree que deberíamos aspirar. No es lo que lo es, es lo que debería ser.

La serie ‘The Newsroom‘ no es un retrato fiel de la actualidad del periodismo, pero es lo que debería ser el periodismo. ‘El ala oeste de la Casa Blanca‘ no es ni de lejos el día a día de la Casa Blanca, pero ojalá lo fuese. Dudo que ‘Studio 60 on the Sunset Strip‘ sea verdad, pero me resulta agradable pensar en un grupo de cómicos gozando de una libertad sin parangón para hacer sketches en frente de una máxima audiencia. Es una idealista, que te presenta una realidad alternativa donde todos hablan bien, son guapos y son soñadores con ínfulas de trascender por encima de un sistema corrupto y de los intereses de sus jefes, que en sus películas son siempre desalmados con intereses corporativos. Cuando funciona claro, cuando no… ahora ya llegamos a ello.

The Newsroom, creada por Aaron Sorkin
Jeff Daniels en la serie «The Newsroom» (2012) creada por Aaron Sorkin.

Cuando no funciona, se te puede atragantar el azúcar y la sobredramatización. Porque el exceso de vanagloriar a los periodistas en ‘The Newsroom’ hace que se filmen escenas tan ridículas como las noticias a ritmo de Fix you de Coldplay, que prácticamente equipara su labor a la de unos misioneros en África, exaltándolos como lo verdaderos y únicos patriotas. Los miembros de la redacción son figuras heroicas. O la vergonzosa escena en la que Maggie declara su amor en público a un autobús lleno de fans de ‘Sexo en Nueva York’. Porque la ficción idealizada no debería incluir la parte chorra de las comedias románticas.

Me gusta ‘Steve Jobs‘, pero esto es a lo que me refería con no saber enfatizar que conversaciones son más o menos importantes. Jobs y Wozscinak discuten acaloradamente tres veces en la película, y no se cual es la charla más importante basándome únicamente en el texto. Todo es todo el rato relevante, por lo tanto, nada lo es. Todas las conversaciones son airadas, y con una carga dramática elevada. Solo con la dirección de Danny Boyle consigue transmitirnos dónde tiene que dirigirse nuestra atención. Y hablando de dirección… en ‘El juego de Molly‘ puedes ver claramente como no es un director excelso en ningún aspecto. Hay alguna secuencia de montaje interesante, pero en general le cuesta transmitir cuando se trata de elementos que no tienen que ver con la palabra. Lo que quiero decir es que tiene sus más. Pero también tiene sus menos. En definitiva, tiene sus más y sus menos. Aunque tiene más mases que menos(es). Siendo sus mases más mases que los mases de otros. O sus menos (es)(es que suena feísimo lo de menoses) menos menos(es) que los menos de otros. Incluso sus menos(es) son más mases que otros muchos mases de otros. Algo así.

Hay momentos en los que puedes señalar que ha tenido exceso de poder o influencias, o poca convergencia creativa con alguien capaz de decirle que a veces mucho Sorkin es demasiado Sorkin. No haré bromas sobre sus clichés recurrentes, no porque se hayan hecho hasta la saciedad, sino porque ni siquiera los considero errores en sí. Disfruto de muchísimos clichés, en general. La ficción está llena de ellos, lo importante es si están bien usados. Con un propósito, dentro de una historia y unos personajes bien definidos. Los de Sorkin me gustan. Creo que mi mayor problema sigue siendo con ‘The Newsroom’. Que me sigue encantando, ojo, pero no me atrevería a recomendarla o siquiera a llamarla buena. Y esa ha sido la serie del pico de su carrera. No es que en general tienda hacia el realismo, pero ‘The Newsroom’ no me resulta honesta. No es idealismo, tiene un aura casi propagandística. Y me genera rechazo. Es verdad que tiende a sobrevalorar las profesiones que representa en la pantalla, como el hecho de que en un grupo de cómicos sean los adalides de la objetividad en ‘Studio 60 on the Sunset Strip’, pero a veces es un poco demasiado.

Steve Jobs (2015)
Michael Fassbender y Seth Rogen en «Steve Jobs» (2015), escrito por Aaron Sorkin (Biografía: Walter Isaacson).

Creo que le extraordinario de Aaron Sorkin es que consigue hablar de temas complejos, de un espectro variado, y no alecciona. Concibe un mundo de veneración por la palabra recitada, que determina que tiene la razón el que mejores ideas tiene, y el que las sepa exponer mejor. No el que grite más, o el que más imponga su parecer mediante la fuerza. En su mundo, el que pueda contestar rápido, y contestar agudo e ingenioso, se mantendrá en el debate. El que no, no podrá subsistir. Y da igual la profesión de la que estemos hablando. Da igual si eres el presidente, un cómico, un multimillonario informático o un periodista. El debate, y el que sale victorioso de él, es la clave. Es empalagoso, es excesivamente patriótico, y, todo sea dicho, cuesta cogerle cariño a sus personajes a pesar de que sean máquinas del diálogo argumentativo. Pero es brillante. Brillante a un nivel que resulta evidente con ver una sola de sus escenas. Y es profundamente humano. Que resulta extraño teniendo en cuenta el estereotipo de sus personajes.

Esto es algo en lo que me fijé en ‘The Newsroom’. Los secundarios todos tenían nombre, y se referían a ellos por sus nombres. No me refiero a los secundarios con parte activa en la trama, me refiero a secundarios que tienen un protagonismo similar al de un extra. No eran peones, no eran gente de fondo que podrían tratar como un saco de patatas parlante. Eran seres humanos que interactuaban como tales.  Se que parece una tontería, pero tenía interiorizado que en el cine el resto de personas fuera de los personajes principales no valían nada. Si Ross o Rachel o Mónica tienen que quitarle de la mano un refresco a un viandante de un manotazo porque tienen sed, están en su derecho. Para Sorkin no. El cine no puede contar la historia de todos los personajes que aparecen en pantalla, porque no habría película. Pero lo que hace Sorkin es no negarles el que son seres humanos igual de válidos. En fin, que los discursos no me resultan vacíos porque apoya esas palabras con hechos.

Porque no es lo que es, es lo que debería ser. Y porque sus palabras suenan bien. Suenan la ostia de bien. Suenan como no sonarán nunca la mayoría de las conversaciones grises de las que somos testigos a diario. Dejémonos de pedirle realismo a este buen hombre, y disfrutemos del espectáculo.

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