Nadie es perfecto. La célebre frase que cierra la maravillosa ‘Con faldas y a lo loco’ (Some Like It Hot, 1959), de Billy Wilder, podría entenderse como una declaración de intenciones por parte de Michel Gondry en ¡Olvídate de mí! (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, 2004)

A pesar del interés de la industria del cine de Hollywood por vendernos la imagen ideal de la perfección, basada en la exacerbante egolatría y soberbia del individuo en un mundo competitivo por alcanzar la felicidad, lo cierto es que todos los personajes acaban por mostrar sus defectos. Y es que si fuesen perfectamente hipotenusos, y no lo catetos que se espera de ellos, acabaríamos odiándolos.

Lo mismo ocurre con nuestras parejas pasadas, presentes o futuras ¿Quién, al menos en una ocasión, no se ha sentido tentado de mandar al carajo una relación reseteándola de nuestras vidas y convirtiendo el tiempo transcurrido en una nebulosa resacosa? ¡Olvídate de mi! Frase valiente al principio, muy autosuficiente,  pero que con el  paso del tiempo comienza a pesar y, con ello, a crecer las sombras de la duda. ¿Habré hecho lo correcto? ¿Qué será de su vida? ¿Y si escribo un mensaje a ver qué contesta? Este último, el mayor error, según la experiencia, la madre de todas las ciencias. Un error que  muchas personas en esta época de confinamiento estarán cometiendo. Tranquilidad, es algo normal. Nadie es perfecto.

Y es que, en resumidas cuentas, de esto trata ¡Olvídate de mí!, la película de Michel Gondry. Se resume en un esquema universal: dos personas, da lo mismo mujer-hombre y todas sus variables, se conocen un día y todo acaba explotando en confeti y fuegos artificiales. “¿Dónde estuviste todo este tiempo mi media Mandarine?”, se suele decir.

A partir de ahí, nuestros protagonistas viven un auténtico idilio de amor hasta que comienzan a conocerse de verdad y la relación termina cuando ella decide borrarlo de su vida, después de una discusión. Un detonante, estalla la bomba y solo quedan los posos del zumo de naranja, ¿Le suena la historia? Seguro que podríamos ser los protagonistas.

Fotogramas de ¡Olvídate de mí! (2004), dirigida por Michel Gondry.

Lo especial de esta película viene al incluir algo que se suele pensar en los momentos en el que la autoestima está por los suelos, ¿y si existiese una máquina capaz de borrar de la mente los recuerdos de mi expareja para no sufrir? Añadiendo, a su vez, una trama excelentemente argumentada con mil vueltas de guion, con el propósito de darnos a conocer la relación entre los protagonistas, encarnados por Kate Winslet y Jim Carrey, en un laberíntico espejismo en el que se entremezcla pensamiento, ensoñación y realidad.

Otras películas recurren a la distancia física de los personajes, en medio de una ruptura, para reflexionar sobre los problemas que acarrea el mito del amor romántico, los conflictos personales por no saber lidiar con el superego en una relación sentimental, y por último, las segundas oportunidades con un final feliz.

Sin embargo, para no caer en el tópico descafeinado del drama amoroso comercial, Michel Gondry hilvana un película donde lo importante es mostrar el comienzo y el reencuentro de una relación,  obviando inteligentemente los motivos reales de la ruptura. ¿Por qué razón? Simplemente porque carecen de importancia. Todas las rupturas son la misma, los motivos, en la mayoría de las ocasiones, son minucias que solo sirven para justificarse. Los problemas reales van más allá del nosotros, se encuentran en el ego, lo personal. Porque al igual que los protagonistas de ¡Olvídate de mi!, la razones se basan en la incapacidad de convivir con lo que nos molesta, sumándose generalmente a la frase que da por título esta película, otra universalmente popular: “¡no trates de cambiarme!».

Después de la tormenta, siempre llega la calma y después de ti, después de ti, reitera Alejandro Sanz, no hay nada. Y es entonces cuando surge la reflexión. Las feromonas y el mito del amor romántico, uno de los principales problemas de la insalubridad de las relaciones sociales de nuestra cultura, extendida en su mayor medida por las novelas escritas en el siglo XIX y, después, por los medios audiovisuales, dan paso a la catarsis mediante la reflexión. Quienes son capaces de reconstruir una relación aparcando las diferencias, dejando a un lado su exacerbado egoísmo, concluyendo en la aceptación del otro, llegará a aventurarse en una segunda oportunidad, como nuestros queridos personajes.

Ya podremos tener sonando todo el día la cinta de nuestra pareja recitando nuestros mayores errores y defectos que solo hará que nos demos cuenta que la frase ¡Olvídate de mi!, casi nunca es la mejor opción. Al final y al cabo, esto sí que no lo olviden, nadie es perfecto.

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