Imposible diálogo entre el olivo y el leñador

‘El olivo‘ (2016), penúltima película dirigida por Icíar Bollaín, es una rica reflexión ecofeminista sobre la actualidad en España. En esta especie de road movie de la última crisis económica, la joven protagonista, Alma (Anna Castillo), emprende desde Valencia un viaje quijotesco con su amigo Rafa (Pep Ambròs) y su Tío Alcachofa (Javier Gutiérrez) a Dusseldorf (Alemania) para recuperar el olivo milenario, amado por su abuelo (Manuel Cucala), que ha vendido su familia. Este guion de Paul Laverty enlaza magistralmente las circunstancias del olivo, el abuelo y la joven. Tras esta sintonía resuena con fuerza el argumento de Alicia H. Puleo, quien en su libro Ecofeminismo para otro mundo posible explica la polinización cruzada implícita en su objeto de estudio.
Según Puleo, el feminismo nos enseña a despojarnos del sexismo y del androcentrismo, nos permite percibirlos allí donde se hallan tan anclados que se vuelven invisibles. El ecologismo nos libera del ingenuo y, a la vez, interesado antropocentrismo extremo que ha marcado a fuego nuestra concepción de la historia y del mundo, nos emancipa de la tiranía del consumo alienado y nos revela la desmesura productivista y sus víctimas humanas y no humanas.
Esta es una cosmovisión que se ha visto en varias producciones anteriores de Bollaín, que suman ya nueve largometrajes. Sin ir más allá, cabe mencionar a este respecto a las mujeres migrantes como flores transplantadas de ‘Flores de otro mundo‘ (1999) y la guerra del agua en Bolivia que sirve de trasfondo de ‘También la lluvia‘ (2010). De esta segunda, Estrella Cibreiro resume ciertas claves que se reflejarán de nuevo en ‘El olivo’.

Bollaín desenmascara y socava, en efecto, modelos masculinos tradicionales de dominio y explotación (tanto a nivel humano como ambiental) para dar paso a una ética de cuidado y protección que se proyecta en la película como un modelo alternativo de ciudadanía. La mirada empática de Bollaín en ‘También la lluvia’ parece constituir, en efecto, una propuesta por la paridad, la sostenibilidad y la interculturalidad respetuosa y solidaria, afirma Cibreiro.
El olivo del título funciona como eje central en la tesis de la película sobre la sostenibilidad. El árbol de Bollaín y Laverty simboliza, además, la familia, remitiendo al árbol genealógico, y el restablecimiento de la armonía familiar, por medio de la rama de olivo como ofrenda arquetípica de paz. La búsqueda literal de raíces a la que se aventura la protagonista facilita la reconciliación familiar y va acompañada de una recuperación sensorial.
El ecofeminismo en El Olivo
Según el ecofeminismo y ‘El olivo’, el maltrato o la explotación de la Naturaleza van de la mano con los que sufren la tercera edad y la mujer. El desarraigo se asocia en el filme con tres personajes: el olivo, Yayo (Manuel Cucala) y Alma. Y es que el olivo, que hasta tiene cara, es un personaje en toda su plenitud y representa el desarraigo primordial de la película. Este había sido adquirido por Viveros romanos, que a su vez lo vendió a una empresa energética alemana, RRR Energy, para convertirse en su logo y ocupar una posición central en el vestíbulo de su sede.
El montaje de la película, que presenta la excavación del olivo y, a renglón seguido, la discusión familiar sobre el traslado del abuelo a una residencia de ancianos, invita a la comparación entre ambos. El cuidado del abuelo se ha vuelto más complejo: es mudo, sufre de demencia y se ha extraviado varias veces. Alma atribuye su malestar al duelo por su “hijo perdido,” su querido olivo. La nieta se opone al destierro del abuelo del seno familiar, protestando: “Lo vais a matar.” Efectivamente, según los del vivero, pocos olivos sobreviven el traslado. Una familiar dice que “los han vendido como leña”.

En su momento, sin embargo, el abuelo protestó: “ese árbol no es nuestro” y “ese olivo es sagrado”; es decir, que pertenece a la tierra, a un patrimonio que nos supera como seres humanos. Con los treinta mil euros de la venta, los hijos del abuelo financiaron un restaurante costero que cayó posteriormente en la ruina. Es entre los escombros de este mismo lugar que se descubre otro abuso mientras Alma y Alcachofa buscan los papeles de venta. La protagonista le confiesa a su tío que cuando trabajaba de camarera, el barman abusaba de ella. De esta forma, el filme equipara el maltrato de la tierra con el de la mujer. Como posible consecuencia del trauma sufrido, la protagonista se autolesiona, arrancándose de raíz los cabellos en momentos de caos interior. En definitiva, un desarraigo doloroso engendra otro.
En cambio, tanto Alma como su abuelo se sienten más tranquilos en el lugar ameno de su olivar donde deleitan sus sentidos en contacto con la naturaleza. En estas secuencias, la vida del olivar se enfatiza a través de la melodía, que contrasta claramente con la música bacalao de la discoteca a la que acude Alma para silenciar, como dice Rafa, el jaleo que tiene dentro. El olivar tiene un ritmo bien distinto. De hecho, la primera frase en la película que Alma le dice a su Yayo, rodeados ambos por olivos cosechados, es “¿Lo oyes?” Pero sus familiares no están; el abuelo está físicamente presente pero ausente espiritualmente y el olivo ausenta en ambos aspectos.
Resulta natural, entonces, que Alma se entera del fallecimiento de su abuelo encaramada a las ramas del olivo muerto en RRR Energy. Aquí de nuevo la banda sonora de la película llega casi a apagarse, silenciándose la conversación telefónica con la triste noticia y el llanto de Alma. No es casualidad que en este fotograma de Alma abrazada a su olivo en Dusseldorf aparezca su cuerpo camuflado en el árbol con la mímesis cromática de su sudadera y la corteza. Asimismo, el cartel de la película hace hincapié en la pertenencia de la protagonista al mundo natural y su carácter espiritual: “Hay tierra con Alma”. Como explica Puleo, “La Modernidad ‘ha desencantado’ la Naturaleza al combatir la idea de que la habitaran los espíritus o tuviera una dignidad sagrada, preparando de esta forma su explotación intensiva capitalista”. Es por eso notable que ‘El olivo’ enfatice el canto y el encanto de la Naturaleza.

A pesar de la campaña de protesta en los medios sociales que lanzan sus amigas, RRR no le concede a Alma ni una conversación en persona ni por teléfono. La investigación de estas mismas amigas y conocidas revela la vergonzosa realidad de la actividad de la empresa, que en clara contradicción con su autoproclamada sostenibilidad, incluye entre sus prácticas talas masivas de árboles, excavaciones, perforaciones y desplazamientos de poblaciónes por todo el mundo. El trabajo de Alma en un criadero industrial y la broma que le gasta a su tío desde este mismo lugar también forman parte de esta economía política, que la película muestra como grotesca.
El filme abre con un plano general del criadero a “vista de gallina”, es decir desde su nivel y perspectiva a ras de suelo. Se ve la protagonista pasear por la planta apartando los cuerpos de las gallinas muertas, mercancía de usar y tirar. Desde allí, Alma llama a su tío, quien perdió todo en la crisis que estalló en el 2008, imitando a una representante de su banco que le quiere cobrar y ofrecer servicios para la salud mental con descuento. Todo esto se entiende dentro de un marco global. La réplica de la neoyorquina estatua de la libertad que le sustrae Alcachofa a un antiguo cliente moroso junto al paradero alemán del olivo apuntan a la participación y la influencia de capital y políticas fiscales extranjeras en la crisis económica española.
Mi título es un eslabón en una cadena de significados que parte de la duquesa-filósofa-poeta inglesa Margaret Cavendish (1623-73) hasta los cineastas Bollaín y Laverty, pasando por la estudiosa del ecofeminismo Puleo. Esta última reescribe un título de la primera, agregándole un adjetivo importante: Imposible diálogo entre el roble y el leñador. El texto original de 1653 personifica la Naturaleza y llora la soberbia del hombre: “el árbol centenario recuerda los beneficios que concede a los humanos –su sombra y cobijo, el dulce sonido de sus hojas y los cantos de los pájaros–y lamenta que el espíritu inquieto del hombre moderno quiera superar a la Naturaleza”.
En el filme, el leñador no entabla diálogo con el olivo milenario. Sin embargo, Alma celebra un pequeño triunfo: se lleva un ramo del olivo en Dusseldorf para, con las enseñanzas de su abuelo, hacerle un injerto en su olivar. Este acto representa el entierro del patriarca y el renacimiento de la familia. La protagonista cierra tanto la ceremonia como el filme con su propuesta: “¿Os imagináis cómo será la vida dentro de mil años? A ver si esta vez lo hacemos un poquito mejor”.
Para nuestros abuelos.