Los seres humanos necesitamos de relatos para subsistir. De aquellos que contengan un inicio, un nudo y un desenlace con los que poder irnos a dormir con la conciencia tranquila. El miedo al interrogante –a la imposibilidad de atar unos cabos simbólicos– puede arrastrarnos a un camino del que no es tan difícil descarrilar, como sucede con aquel coche que se abisma al vacío en la secuencia de apertura de ‘Un blanco, blanco día’.

A causa de ello, Ingimundur (Ingvar Eggert Sigurðsson), el policía jubilado que preside el filme, enviuda. El cambio entre planos (generales) hace avanzar el tiempo, pero no su dolorosa situación. Llueva, nieve, anochezca, amanezca… parece que algo muta, pero, en realidad, todo sigue igual. Solo le queda una nieta a la que cuidar y una casa por terminar de construir, donde el pasado se abisma como algo doloroso, pero no lo suficiente como para no buscar recuerdos en el fondo de una caja de pertenencias.

Un blanco, blanco día dirigida por Hlynur Palmason
Escena de «Un blanco, blanco día» dirigida por Hlynur Palmason. Fuente: La Aventura.

En ‘Un blanco, blanco día’, Hlynur Palmason hace un comentario sobre los mecanismos y engranajes del thriller: las imágenes que permean la cinta se descubren áridas, grisáceas, propias del entorno rural islandés, de la misma forma que demuestra otra propuesta con la que comparte nacionalidad y que llega también a la cartelera: ‘Oro blanco’ de Grímur Hákonarson. Pareciera como si el personaje de Ingimundur tuviera que encarnar un personaje arquetípico del género para encontrar una razón por la que levantarse cada día.

Comentaba muy acertadamente un usuario de la plataforma Letterboxd, que toda la película podría resumirse en que la nieta del protagonista, cuando éste le da a escoger entre escuchar un cuento bonito o de terror, opta por lo segundo. El escollo se descubre cuando la ficción se interpone en los lindes de su realidad, y el anciano se convierte en un ser vengativo que no duda en arrastrar a sus seres queridos con él.

El jugar unos roles dentro de la propia ficción acarrea como consecuencia que uno no pueda dividir la realidad de la quimera, lo verdadero de lo ilusorio. Pero el problema reside en que la película no aporta nada especialmente novedoso a través de su discurso; hay vestigios, secuencias, que despiertan interés, pero la suma de todas las partes no tarda en languidecer. A fin de cuentas, quizá Hlynur Palmason tampoco supo pisar el pedal de freno.

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