
Dos propuestas islandesas que comparten varios elementos en común llegan a la cartelera española: ‘Un blanco, blanco día’ de Hlynur Pálmason y ‘Oro blanco’ de Grímur Hákonarson. En ambas películas la historia emana de un suceso trágico –la muerte de la pareja amorosa en un accidente automovilístico– que pudo, o no, ser intencionado. Su fecha de producción data del mismo año por lo que sería irrisorio hablar de la influencia de la una sobre la otra, pero sería totalmente lícito el apuntar el parecido en las preocupaciones de los dos cineastas islandeses.
De nuevo –parece que el grueso de filmes que nos llegan de Islandia explotan, para bien, este recurso– el paisaje adquiere una gran dimensión en su cariz simbólica y evocadora de los sentimientos gélidos de los personajes. Hákonarson alarga la sombra de su película anterior, ‘Rams (El valle de los carneros)’ (2015) donde los horizontes blanquecinos dialogaban sobre la erosionada relación entre dos hermanos, en una cinta en la que se escuchaban los ecos de ‘Una historia verdadera’ (1999) de David Lynch.

Aun así, el relato en ‘Oro blanco’ es otro. La aldea en que vive Inga (Arndís Hrönn Egilsdóttir) vive sometida bajo el yugo de una cooperativa que funciona a la suerte de una organización mafiosa. Alrededor de la muerte de su marido pulula un aire de misterio que para ella no deja lugar a dudas. Lo que veremos en la película, pues, es el acto de oposición que la mujer planta ante una cooperativa a la que nadie se atreve a desafiar. El factor novedoso radica en que en esta ocasión es la mujer quien se encarga de vengar la muerte de su marido, en un panorama cinematográfico donde nos encontramos exhaustos de viudos que vindican el homicidio de sus parejas.
Y, si el cambio que se proponía en ‘Rams (El valle de los carneros)’ era de valor personal –entre dos hermanos–, el que se da en ‘Oro Blanco’ incide en el ámbito social, en la lucha por la independencia de un pueblo de cara a sus superiores. De hecho, es curioso que la rebelión comience en algo tan asimilado como íntimo como la red social Facebook, sin darnos cuenta de la repercusión colectiva que esta puede llegar a tener.
Pese a todo, la película que aquí nos ocupa está lejos de alcanzar la brillantez que resplandecía en las imágenes de su predecesora. El juego con los géneros es nuevamente interesante, pero ¿qué película no juega con los géneros a día de hoy? Incluso la manera en que se está intentando promocionar –una suerte de comedia– resulta, para el gusto del aquí firmante, un tanto desacertada. La nueva propuesta de Grímur Hákonarson es un drama que, desgraciadamente, transita lugares demasiado comunes cuando en ‘Rams (El valle de los carneros)’ se nos ampliaban los –siempre blanquecinos, cegadores– horizontes.