Muchas cosas se han dicho del cine de Christopher Nolan. Amado por muchos, adulado por otros tantos, atizado por bastantes y odiado por menos de lo que parece, el británico se ha ganado por méritos propios ser un director de cine relevante en la cultura popular y a buen seguro será uno de esos nombres que la historia del cine estudiará en un futuro debido al innegable impacto de sus películas y de su privilegiada creatividad, aunque esto sea más competencia del tiempo que de un simple texto en una web concreta.

Poco se ha escrito sin embargo de las motivaciones que llevan a Nolan a crear de esa (su) manera sus historias. No sobre sus influencias (Ridley Scott, Stanley Kubrick o la portentosa forma de rodar acción de Michael Mann) ni tampoco sobre su traslación del poderoso campo de la imaginación a la gran pantalla que invita a endulzar la conversación con un “de sueños vive uno”. No, las motivaciones principales del londinense son la familia, y en concreto, los hijos.

Padre junto a Emma Thomas de tres hijos de nombre Magnus, Rory, Oliver y de una hija llamada Flora, todos sus vástagos nacidos en el nuevo milenio supusieron un cambio de rumbo notorio en el cine del realizador inglés. Sus primeras películas, ‘Following’ y ‘Memento’, ya eran thrillers perturbadores que planteaban historias complejas y donde el tiempo (la fugacidad del mismo en la primera y su paso implacable en la segunda) se advertía como el mortero de su cine.

Insomnio’, quizá la película más atípica de su filmografía, se alejaba un poco del aspecto temporal y focalizaba más su interés en lo policíaco a pesar de no perder esa atmósfera opresiva. No obstante,  por primera vez y coincidiendo con que era la primera película de Nolan con un hijo en su haber (Flora Nolan nacía en se preciso 2002), la figura del descendiente ya tenía impacto en la trama, pues el motivo del viaje del protagonista, Al Pacino, es el asesinato de una joven de 17 años.

El cine de Christopher Nolan
Christopher Nolan y Al Pacino en el rodaje de “Insomnio” en 2002.

2002-2014: La paternidad como un elemento narrativo importante

La insignificancia de traer este dato en seco a este artículo sobre el cine de Christopher Nolan contrasta con lo trascendental que este se vuelve al alinearlo junto al resto de ejemplos enumerados a partir de aquí. Desde 2002 hasta este actual 2020, Christopher Nolan ha tenido tres hijos más después de Rory, y coincidiendo con sus películas posteriores a ‘Insomnia’, la paternidad ha ido adquiriendo peso e importancia de menos a más en el desarrollo de las historias y de los personajes que han constituido su cine.

Aislando la magnífica trilogía que le dedicó a Batman a un lado, las siguientes películas de Nolan después del 2002 son, en orden cronológico, ‘El truco final’, ‘Origen’ e ‘Interstellar’. Corría el año 2006 cuando el británico decidió asomarse al mundo de la magia desde la máxima cercanía dramática posible con ‘El truco final’, una adaptación de la novela de Christopher Priest. Christian Bale y Hugh Jackman eran los lead men de la película, con nombres como Scarlett Johansson, Michael Caine y Rebecca Hall en el reparto.

‘El truco final’ escenifica la rivalidad descarnada de dos magos llamados Alfred Borden, a quién da vida Bale, y Robert Angier, interpretado por Jackman. Las iniciales de ambos nombres forman la palabra ‘ABRA’, la raíz del vocablo por excelencia en el mundo de la magia, ‘Abracadabra’. Esto prueba otro de los amores de Nolan, la riqueza del lenguaje y su fantasía por las formas de comunicación y transmisión de información. A la misma vez, Rory Nolan ya gateaba por las vidas de Emma y Chris, algo definitivamente clave en el proceso creativo del cine de Christopher Nolan.

En la película, Alfred Borden tiene una hija llamada Jess, fruto de un matrimonio fracaso con el personaje que interpreta Rebecca Hall, y a pesar de que la trama pone los focos en la toxicidad de la relación profesional de ambos protagonistas, el clímax de la película hace florecer la importancia que tiene para Borden su hija por encima de todo lo sufrido. No es casualidad entonces que quién hace de Jess cuando es un bebé en la película es en realidad Oliver Nolan, el hijo recién nacido por aquel entonces del director británico.

Nolan concibe el desarrollo narrativo del personaje de Borden como la demostración de que la paternidad es algo espectral si no puede ser física, y de que los hijos tienen que tener, sino un padre, lo más parecido a lo que este era. Ahí es donde radica, con un plot-twist de una solvencia extraordinaria, la crucial importancia de la figura del ayudante de Borden y de que el sacrificio que se hace en vida (la exigencia de ser un mago) debe estar motivada por algo extraordinario (descendencia), aunque no se viva para contarlo.

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Christopher Nolan y Christian Bale en el rodaje de “El truco final” en 2006.

Cuatro años después, convertido ya en una auténtica estrella en ciernes del cine hollywoodiense y con la crítica rendida a sus pies después de su visión humana y cabal del superhéroe en ‘El caballero oscuro’, Nolan decide algo capital en el devenir de su carrera que le generará tantos adeptos como detractores en el futuro: el estímulo que le hará hacer cine, además de sus propios hijos, será sí mismo, y no creará nada si él mismo no considera que lo que hace supone un reto menor para sí mismo que lo hecho hasta la fecha.

Con estas condiciones, Nolan decide adentrarse en los sueños y en el onírico campo de la sugestión mental, y perpetra la que muchos consideran su película más perfecta, una que tiene un palco bastante selecto en la cultura popular: ‘Origen’.  Para ello recluta a un elenco extraordinario donde destacan los Tom Hardy, Cillian Murphy, Ellen Page, Joseph Gordon- Levitt, Michael Caine o Marion Cotillard y que tiene como puntal de renombre a un tal Leonardo DiCaprio. Lo que es jamón de bellota en términos interpretativos.

‘Origen’ es un laberinto narrativo sin parangón con un acabado audiovisual apabullante, pero entre medias, a través de los subtextos, se advierten las intenciones poéticas de Nolan: la culpa, la cobardía, la redención, pero sobre todo, la paternidad, y aquí se aprecia desde dos vertientes complementarias,  la del personaje de Robert Fisher (Murphy) deseoso de mérito y negado de orgullo, y la del personaje de Dominick Cobb (DiCaprio), tortuoso en su tarea de ser padre.

Es admirando la diferencia entre ambas perspectivas donde se entiende con mucha claridad lo que Nolan, que acababa de ser padre por tercera vez dos años antes al tener a Magnus Nolan, piensa sobre la paternidad. Por un lado usa la figura del hijo inseguro por la vasta sombra de su poderoso padre (Fisher y su padre Maurice, interpretado por Pete Postlethwaite), algo que delata una inquietud suya por su propio padre, Brendan James Nolan. Por otro lado, DiCaprio es la pieza del tablero que encarna a ese padre victimizado por sus errores pero con ansias de cambio.

Nolan empezó a dedicarse al cine con la temprana edad de siete años gracias a una cámara Super 8 que tenía su padre, así que no es de extrañar que a pesar de no estar tan traumatizado como el personaje de Cillian Murphy en la película, el británico quisiese sentir la misma o mayor aceptación de su padre a la hora de ser un cineasta con poder y talento. Cómo es el Destino de cruel que justo antes de acabar de rodar ‘Origen’, su padre falleció después de una larga batalla contra el cáncer. Era una oportunidad durísima pero perfecta a la misma vez de decirle adiós mediante el lenguaje cinematográfico.

El cine de Christopher Nolan
Christopher Nolan, Leonardo DiCaprio y Marion Cotillard en el rodaje de “Origen” en 2010.

Desde el otro extremo se aprecia lo que Dominick Cobb, quien está personificado por un solvente Leonardo DiCaprio, supone para el director inglés. Atrapado por la culpa en un mundo y por la sospecha en otro, Cobb tiene que renunciar a sus hijos temporalmente, pero su único fin es volver con ellos, a pesar de que los puntos de giro de la historia lo mantengan más ocupado en la figura de su esposa Mal (Mario Cotillard). Se podría extraer de este y de otros ejemplos (como el de ‘El truco final’) que a Nolan también le interesa discurrir sobre el matrimonio, pero su vida son sus hijos, por mucho que esté enamorado de Emma Thomas.

No está dejado al azar que una de las versiones de James Cobb, uno de los dos hijos que el personaje de DiCaprio tiene en la película, sea en realidad el anteriormente mencionado Magnus Nolan, cuarto hijo del director, el cual sale en la escena de la playa con tan solo 20 meses. Tampoco es algo casual que el final abierto (o no) que deja el cineasta británico en ‘Origen’ brinda una definición esta vez eterna de la paternidad: sea de forma real o de forma ilusoria (una fina metáfora de la vida y la muerte), un padre siempre estará con sus hijos, porque la familia unida significa posteridad.

Interstellar, la cúspide de su concepción sobre los hijos

Finalizada su propuesta de revisión del mito de Batman en el 2012 con grato resultado, una oportunidad aparece en la puerta de Christopher Nolan gracias a una figura crucial en su carrera, su hermano Jonathan Nolan, del que muchos dicen (pero pocos afirman) que es mejor guionista que su consanguíneo. Jonathan fue contratado para elaborar un guion en base a una historia elaborada por el famoso físico teórico Kip Thorne y la productora Lynda Obst, los cuales eran amigos e incluso habían colaborado juntos, como por ejemplo en la película ‘Contact’, dirigida por Robert Zemeckis en 1997.

La película parecía destinada a caer en manos de Steven Spielberg, pero este movió su productora DreamWorks de Paramount, que necesitaba un nuevo director. Ahí fue cuando Jonathan recomendó a su hermano mayor, y después de un acuerdo entre Paramount y Warner, Christopher fue contratado para dirigir la película. La intención del mayor de los Nolan era fusionar su guion con el de su hermano, que llevaba cuatro años de trabajo detrás, para ambicionar sobre la figura del ser humano aventurándose en el profundo espacio en un entorno de consumo incesante de los recursos naturales. La película se llamó ‘Interstellar’.

El cine de Christopher Nolan
Christopher Nolan y Matthew McConaughey en el rodaje de “Interstellar” en 2014.

Sobre ‘Interstellar’ ya se ha dicho casi todo, pero en este contexto es importante hacer hincapié en la relación de Cooper y Murph, o lo que es lo mismo, entre el padre y la hija. Interpretado por un excelso Matthew McConaughey, Cooper es un padre comprometido con la educación y la crianza de sus hijos, pero algo desesperanzado por el negro futuro al que se asoma La Tierra. Murph, interpretada por tres actrices diferentes debido a los tres tiempos en los que el personaje se desarrolla, adora a su padre pero al contrario que él, tiene una inquietud científica por aspectos del conocimiento que denota un optimismo bastante atípico observando la trama.

Es evidente que esta vez en la mente de Nolan estaba su hija Flora. Quizá por eso, porque aquí estaba mirando desde la cámara a su única hija mujer (además literalmente hablando porque la propia Flora hace un cameo en la película subida a una furgoneta en medio del caos provocado por el ‘Cuenco de Polvo’), ‘Interstellar’ es la película más emotiva, honda y sensible de su filmografía. Un relato ciertamente distópico que se atreve a debatir sobre las posibilidades de la física y que encierra una declaración de amor perpetuo de un padre a su hija.

Ni el fin del mundo puede impedir la fuerza del amor, y para fortalecer esa esperanza están las promesas, esas que con un gran desarrollo narrativo pueden dar escenas dramáticamente arrolladoras, tal y como sucede cerca del epílogo de la película. El uso del amor como leitmotiv de la película obedece a las leyes del corazón de Nolan, unas que indican una visión etérea de la paternidad en el vínculo Cooper-Murph. Lo intangible y lo sublime haciendo una tremenda simbiosis cinematográfica, la traducción de lo que Nolan siente por su única hija con la dificultad de la empresa de Cooper (misión) disfrazando lo que más teme de su trabajo (la distancia).

Dunkerque, un virus y la posteridad

Había tocado los sueños, había tocado la física y el espacio, pero a Nolan nunca le parece suficiente. Él trabaja desde la superación, desde la autoestimulación que le provoca la irrupción de ideas vanguardistas y rompedoras que luego despliega en sus películas. En 2017, el cineasta británico decidió abordar en ‘Dunkerque’ la 1ª Guerra Mundial desde la perspectiva más rasa y cruda posible, la de la supervivencia de soldados jóvenes que se encontraban en una guerra adeudada por la generación que les precedía. Una operación de rescate civil para salvar a los hijos de Gran Bretaña de un destino no correspondido. Spoiler: lo hizo queriendo.

Dunkerque
Christopher Nolan con el reparto y equipo técnico en el rodaje de «Dunkerque» en 2016.

Tres años después, Nolan decide que ha llegado el momento de culminar una idea que le rondaba la cabeza durante 20 años. Términos como palíndromo, entropía, cuadrado sator o inversión temporal ganaban forma y terminarían convergiendo en un largometraje al que Nolan decide llamar intencionadamente ‘Tenet’. Ajeno esta vez a influencias cinematográficas, el inglés vuelve a contar con el asesoramiento de Kip Thorne en materia de mecánica cuántica y empieza el rodaje en 2019, pero llega el enemigo más temible del siglo XXI: el COVID-19.

Resignado a postergar el estreno de la película en cines (condición sine qua non para él), Nolan termina consiguiendo, después de mucha persistencia en la necesidad de recuperar cierta normalidad en la experiencia cinematográfica, que la película se estrene. El aciago nuevo mundo sobre el que ‘Tenet’ llega parece ir en consonancia con lo que sucede durante la trama, pero por enésima vez en su filmografía, no toda su notoriedad viene de la complejidad del argumento. Después de llegar hasta aquí, se podrá convenir en el hecho de que Nolan detrás de su asombrosa forma insufla de riqueza narrativa su fondo, aunque se predique lo contrario.

La película es espionaje, James Bond, Jason Bourne y Ethan Hunt en su capa más superficial, pero su visión de los vínculos humanos, de la posteridad y de dejar huella son los conceptos que hacen a ‘Tenet’ un filme distintivo y que confirman a Nolan como un alma creadora única. Es un relato que habla sobre las relaciones personales y el paso inexorable del tiempo sobre ellas, y donde la 3ª Guerra Mundial que se lee en su sinopsis en realidad es un envoltorio para lanzar un alegato sobre algo que Nolan intenta evitar a toda costa: la separación matrimonial y la consecuente ruptura del núcleo familiar.

Es por eso que el gancho más vital de ‘Tenet’, y por ende el personaje más suculento de la misma, es Kat (Elizabeth Debicki). Donde todos han visto un personaje plano que solo articula preocupación por su hijo Max (Laurie Sheperd), Nolan intenta proyectar en ella a su esposa, Emma Thomas, y a ese coraje que una madre saca por su vástago cuando su mundo se derrumba por culpa de su matrimonio. Es un relevo en la narrativa paternofilial del cine de Nolan, la cesión de una visión protectora y pasional desde la óptica materna, una película que habla sobre la posteridad desde el más afectuoso de los amores: el de una madre por su hijo.

John David Washington en el rodaje de Tenet
Christopher Nolan y John David Washington en el rodaje de «Tenet» en 2019.

Un legado para su descendencia

No es nada raro que Christopher Nolan se presentase en los primeros meses del año 2003 en las oficinas de Warner Bros queriendo reedificar los orígenes del superhéroe con el trauma infantil más famoso de la cultura popular: el asesinato de sus padres, ni que para lanzar sus proyectos en un alto secretismo usase nombres en clave en la preproducción de los mismos que homenajeaban a sus hijos: ‘Flora’s Wedding’ para ‘Batman Begins’ en 2005, RFK’ (‘Rory First Kiss’) para ‘El caballero oscuro’ en 2008, ‘Oliver’s Arrow’ para ‘Origen’ en 2010, ‘Magnus Rex’ para ‘El caballero oscuro: La leyenda renace’ en 2012 y ‘Flora’s Letter’ para ‘Interstellar’ en 2014.

Son más de dos décadas de carrera donde la mayoría de su éxito se cimenta en el aparato técnico de sus películas, en la espectacularidad de sus guiones o en la brillantez de sus asociaciones con Hans Zimmer, Wally Pfister, Hoyte van Hoytema o Lee Smith. Es el contorno del cine de Christopher Nolan lo que atrapa, pero es su reflexión poética, su lectura entre líneas, lo que convierte a Nolan en un cineasta profundo, emocionado y cariñoso. El envoltorio es una fachada que esconde amor por su familia, especialmente por sus hijos, a los que les va a legar una carrera cimentada en lo que siente por ellos, desde esa joven asesinada en ‘Insomnio’ en el 2002 hasta “la bomba que no explota” de ‘Tenet’ en el 2020.

A pesar de los debates en torno a su figura como cineasta, podría especularse que a Christopher Nolan no le interesa lo más mínimo pasar a la historia como uno de los mejores directores de la historia. Primero porque eso lo hará el tiempo, y segundo porque él ha conseguido hacer las dos cosas que más le apasionan en un mismo canal de comunicación: transmitir su cariño y amor por sus hijos a través de sus películas. Nolan ha fermentado un abrazo longevo a sus cuatro vástagos para que cada vez que vean sus películas con cierto uso de razón, ellos sientan el calor de su padre. La posteridad de Nolan no es el cine, sino la felicidad y el orgullo de sus hijos.

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