
En país donde cualquiera puede morir, donde muchos toman justicia por cuenta propia, donde son muchas las personas que no saben qué hacer con su vida por diferentes motivos y su futuro es totalmente oscuro, son los jóvenes, y aludiendo al texto final de Gonzalo Arango que aparece antes de los créditos de ‘Los conductos‘, quienes llevan la peor parte porque están condenados en un lugar donde la violencia es el común denominador, muchas veces son víctimas y se ven obligados a ser victimarios porque no tienen otra opción.
Pinky, el protagonista de ‘Los conductos’, primera película de Camilo Restrepo y ganadora del premio a la mejor ópera prima en la Berlinale 2020, es un fiel representante de ese grupo de jóvenes y de personas que no han tenido alguna oportunidad, que han sido olvidados, que han cometido un error y terminaron en manos de narcotraficantes, de grupos paramilitares, de pandillas, en las guerrillas, o en sectas o familias religiosas, como le sucede en esta oportunidad al personaje interpretado por Luis Felipe Lozano.
La voz en off del protagonista, que a veces pareciera un narrador en tercera persona, contextualiza al espectador, explicándole las razones por las cuales huyó de una familia/secta la cual lo fue adoctrinando poco a poco al punto que lo llevó a huir de ella y del padre, esa figura fundadora, grandilocuente y de respeto que en la historia puede ser quien recibe el disparo en el primer minuto de la película, pero que también puede llegar a ser no solamente el padre que lo acogió en la familia/secta de la cual huye, sino el propio Desquite o la mismísima sociedad, representada en los trabajos en los cuales no dura porque no se lleva bien con los compañeros y pareciera que no hubiera pasado el periodo de prueba; figura, en definitiva, de la que no se ha podido desprender y que para lograrlo, tiene que dejar su vida atrás, vida que lleva plasmada en la culata de un revolver.

Así como existe una violencia contenida que está a punto de estallar, o que incluso ya lo hizo, una violencia que se aprovecha de la utilización del fuera de campo, también existe un círculo vicioso representado a través de los orificios, de ‘Los conductos’, del cual no se puede escapar. Pero Pinky lo intenta, recorriendo un túnel al que nunca se le ve la luz al final, como si no existiera esperanza alguna, pero que lo lleva a encontrarse con Desquite, ¿su otro yo? ¿Alguien que también huyó de la familia/secta? ¿Qué huyó del padre? Un hombre al que Pinky no quiere parecerse, pero con el que comparte ese desasosiego, con el que se cuenta historias y con quien termina intercambiando su vida y renaciendo, de una manera muy visual y poética, para manifestar su malestar por todo lo que le ha sucedido, porque es el propio Pinky el único que puede hacer algo por cambiarlo todo.
Acercándose a la experimentación narrativa y visual, rodada en 16 milímetros y en 4:3, lo que le da una textura que solo da el negativo cinematográfico, y en donde además, pareciera, los fotogramas cobraran vida propia, se salieran de un marco como si de una pintura se tratase para moverse y generar todo tipo de sonidos, la película de Camilo Restrepo es una catarata de símbolos y alegorías con múltiples capas que se aprovecha de la forma para generar un fondo que deja muchas preguntas a las que el espectador debe encontrarle respuestas si lo desea.