
‘Sin señas particulares‘, ópera prima de Fernanda Valadez, sigue cosechando más éxitos, esta vez en su estreno en México, después de haber sido galardonada en certámenes como Sundance, San Sebastián y Washington. El triunfo de la película en el Festival de Morelia sugiere que la mexicana es profeta en su tierra.
El filme sigue el calvario de Magdalena (Mercedes Hernández) quien avanza tras las huellas de su hijo Jesús (Juan Jesús Varela), un migrante extraviado. Por sus caminos se cruzan un “diablo,” algún chivo expiatorio y bastante simbolismo bíblico. De las mismas características proféticas son las profundas reflexiones de Sayak Valencia, profesora tijuanense del Colegio de la Frontera Norte y doctora de la Universidad Complutense. Tanto el pensamiento de Valencia como la película de Valadez están arraigados en la realidad fronteriza mexicana y mundial. Los espectadores del filme, al menos, lo han visto así.
El acto de ver es primordial en el cine, pero también es cierto que la narco-nación lo usa como arma para sembrar miedo en su población y consolidar su poder. Por eso, la ética visual de ‘Sin señas particulares’ resulta clave. Como bien dice su resumen, la película se sitúa en la crisis migratoria. Sin embargo, es de esperar que esta presentación no desvela el desenlace del filme que se relaciona con las desapariencias a cargo de la narco-nación, concepto que según la investigadora Valencia pone en evidencia la colaboración entre el estado y los emprendedores del capitalismo gore. Narco y nación, según Valencia, producen la muerte. Su teoría se sirve del cine de género (el slasher) para el aspecto visual de la espectacularización de la violencia y la muerte tomando prestada su caracterización de la literatura española medieval. Respeto a sus personajes, los endriagos son monstruos híbridos, cruces entre hombre, hidra y dragón, que habitan las fronteras globales.
Sin ver las titulares señas particulares de su hijo desaparecido, Magdalena se niega a firmar la declaración de su muerte. En la comisaría se le explica que se ha encontrado su mochila pero no su cuerpo. Magdalena, poniendo en duda su muerte, quiere ver para creer. Las autoridades, la polícia en concreto, están asociadas de esta forma con el fallecimiento y no el rescate del joven. Al seguir los pasos de Jesús, Magdalena descubre que había sido raptado junto a un compañero por el “diablo,” es decir por los funcionarios de la narco-nación. Sin embargo, esto ha sido más bien un reclutamiento forzado. Jesús se ve obligado a matar a su compañero con un machete o ser matado.

No obstante, este es un momento slasher sin gore. La visión discapacitada del testigo ocular del asesinato solo nos ofrece imágenes borrosas de la matanza en las que se ve una figura diabólica (con cuernos y cola) a contraluz de una fogata. Como indica un personaje, por allí las cosas se habían puesto “candentes,” es decir infernales. El diablo del crimen organizado se ha apoderado de Jesús. ‘Sin señas particulares’ es, en primer lugar, la historia de la pasión de una madre y, en segundo, la fábula de la conversión de Jesús en monstruoso endriago. Cuando madre e hijo se re-encuentran por sorpresa, Jesús, con arma en mano y madre en mira, le dice: “me agarraron y ya no puedo irme. No se preocupe, mandaré dinero.” Jesús ya es pieza en la maquinaria del capitalismo gore que produce muerte y dinero.
Al final, Magdalena sí firma la muerte de su hijo Jesús, que ha dejado de existir al convertirse en endriago. ‘Sin señas particulares’ no cae en la trampa del gore, se niega a jugar el juego de su imaginario al no reproducir imágenes fetiches de dolor corporal ni para generar placer ni para fomentar miedo. De este modo, su apuesta ética recuerda al pensamiento de Susan Sontag en Ante el dolor de los demás: toda imagen que no sirve como llamada a aliviar la violencia resulta en voyeurismo. Frente al capitalismo gore, el acercamiento visual de Valadez pretende generar empatía en lugar de miedo o indiferencia paralizadora. El ojo de la cámara no ve la muerte espectacular pero los corazones de sus espectadores sí sienten el dolor.