Entre los dos Batman, Tim Burton dirigió una película más modesta, estrenada en 1990. La Warner había renunciado al proyecto, considerándolo poco comercial. Será la Fox quien asuma la producción de ‘Eduardo Manostijeras‘: no va a lamentarlo. La película, que podía haber sido un musical, es una variación sobre el mito de Frankenstein, una criatura que se escapa de su creador, pero antes que nada se trata de un relato en tono de cuento, presentado, como debe ser, por un narrador.

Es una anciana que relata a su nieta la extraña historia, un flashback de hecho, sobre un hombre con tijeras en vez de manos cuya irrupción trastoca la vida tranquila de una pequeña ciudad americana. «La idea me surgió de un dibujo que había hecho hacía tiempo», explica Burton, «una imagen que me gustaba mucho. Me vino inconscientemente y estaba unida a la idea de un personaje que desea tocar las cosas pero que no puede; es, al mismo tiempo, creador y destructor. Sin duda, esta imagen me surgió siendo adolescente: es una época en que me sentía incapaz de comunicarme. Es una sensación normal a esa edad: la idea de que la imagen y la percepción por parte de los demás no se corresponde con el verdadero yo interior…»

Eduardo tiene tijeras en vez de manos, tijeras que son un instrumento y amenaza a un tiempo, porque su creador, un anciano inventor que vivía en una gran mansión gótica a las afueras de la ciudad, se muere sin poder terminarlo. Para este papel de «amable» sabio loco, el cineasta recuperó a su maestro, Vincent Price, débil y enfermo, pero que encarna con la mayor dignidad al extravagante personaje.

Eduardo Manostijeras (1990), dirigida por Tim Burton
Vincent Price y Johnny Depp en «Eduardo Manostijeras» (1990), dirigida por Tim Burton.

Pero la elección del actor principal de ‘Eduardo Manostijeras‘ marcará un antes y un después en la carrera de Tim Burton. Como cineasta ya reconocido, le proponen nombres de estrellas cinematográfica del momento. Conoce a Tom Cruise, con prestigio en alza tras el éxito de ‘Rain Man’ (1988), y que acababa de rodar ‘Nacido el cuatro de julio‘ de Oliver Stone. El encuentro no fructifica. Burton ya se ha fijado en un joven actor con cara de ángel, ídolo del público adolescente por su papel en la teleserie 21 Jump Street. A los 26 años, Johnny Depp aspira a algo diferente a los papeles de jóvenes guaperas y vaya si lo consigue. Su interpretación es digna del cine mudo (solo dice 150 palabras en toda la película), donde cada gesto mal calculado puede acarrear consecuencias desastrosas. Con su pelo negro y ataviado con extrañas prótesis metálicas, concebidas por el creador de efectos especiales Stan Winston, logra una expresividad única, que discurre a través de su mirada, inocente, perdida, asustada o colérica.

Una representante de productos cosméticos, interpretada por Dianne Wiest, cansada de no encontrar clientes, se acerca a la mansión en la que encuentra a Eduardo, solo y asustado. Llena de buena voluntad, lo lleva a casa y de ahí deriva la estructura de la película: Eduardo descubre el mundo de la «normalidad», desconocido para él, y parece que llega a integrarse. Pero, más tarde o más temprano, estaba escrito que su «diferencia» va a conducirlo al rechazo.

Eduardo Manostijeras (1990), dirigida por Tim Burton
Eduardo Manostijeras se convierte en peluquero de señoras, siempre inspirado en la creación de peinados extravagantes.

Si ‘Eduardo Manostijeras’ se inicia en una atmósfera de cuento, a la que no es ajena la música de Danny Elfman, rica en coros etéreos, la primera parte del relato recoge verdaderos momentos de comedia: ¿Cómo vivir la vida diaria con tijeras afiladas en vez de manos? ¿Cómo llevarse la comida a la boca? Con rapidez, Eduardo saca partido a esa particularidad: se convierte en un consumado escultor de arbustos, dando forma a sorprendentes figuras animales en elegantes jardines. Asimismo, se convierte en peluquero de señoras, siempre inspirado en la creación de peinados extravagantes. Que les corte el pelo llega a ser, incluso, un juego erótico: encontrarse a merced de unas cuchillas afiladas les proporciona a estas mujeres desesperadas americanas un delicioso escalofrío, que, al final, no podrán perdonar a Eduardo. Lo inquietante nunca está alejado de lo extraordinario: la misma escultura vegetal con forma de dinosaurio toma, a la caida de la noche, un aspecto terrorífico. La misma realidad se puede apreciar como inofensiva o peligrosa, según quien la mire

La sátira social da lugar a una denuncia violenta del oscurantismo, pero la mirada de Tim Burton es, en primer lugar, tierna hacia sus personajes e impera durante toda la película un curioso sentimentalismo. El epílogo constituye, incluso, un melodrama bastante eficaz. La sencillez del relato le da riqueza y múltiples significados, fábula contra la intolerancia, autorretrato apenas encubierto, imagen de un adolescente, frágil y peligroso a la vez, tanto para él mismo como para los que le rodean. Algunos han creído ver una reflexión sobre el miedo al Sida, resaltando el cliché del peluquero homosexual. Burton nunca lo ha admitido ni negado.

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