Akira, una rareza que creó escuela

‘Akira’ (1988), dirigida por Katsuhiro Ōtomo, es una distopía que se sitúa en el entonces lejano 2019. 30 años después de la Tercera Guerra Mundial, Neo-Tokyo vive sumida en el caos, el ruido y las luces. Jóvenes problemáticos abarrotan la estación de policía, no reciben ningún tipo de educación y pasan su tiempo en un submundo ilegal de drogas, carreras de motos y peleas. La gente se manifiesta y el ejército los ataca armados hasta los dientes, los que van contra un Estado presidido por la corrupción y el control son llamados terroristas y lo único que busca el Gobierno es crear un arma letal para controlar el mundo. ¿Resulta familiar?
Tetsuo, un joven a la sombra de su mejor amigo Kaneda, sufre un accidente de moto por culpa de un extraño niño-anciano que es fruto de un experimento secreto. Al estar expuesto a tal poder y viendo que él mismo tiene una energía que parece ser de interés para el experimento, Tetsuo empieza a formar parte del mismo. Sus capacidades empiezan a incrementar y a descontrolarse mientras Kaneda remueve cielo y tierra para llegar hasta su amigo. Todo esto con la larga sombra del misterioso Akira, una figura que todos alaban, temen y recuerdan por su destrucción de la ciudad treinta años atrás.
El futuro que nos presenta la película es uno protagonizado, en gran parte, por el poder, el espectáculo, la bestialidad, la magnificación de todo y la revolución. ‘Akira’ no solo presupone una Tercera Guerra Mundial, intuye una Cuarta teniendo en cuenta las catástrofes ocasionadas por la guerra anterior. Una rueda eterna que lleva a la destrucción total. De eso se trata la Historia del ser humano, la autodestrucción por el ansia de poder, lo inevitable de éste al repetir los propios errores por tal de conseguir definitivamente lo que tanto quiere: el control. La propia humanidad había encerrado a su creación por el peligro que suponía para esta, pero es la misma humanidad la que acaba buscando revivirla para poder dominar el mundo. Akira fue una creación que se acabó descontrolando pero, con Tetsuo, vuelven a buscar exactamente lo mismo, esta vez procurando su control absoluto. Por supuesto, de nuevo, sale mal.
La película no deja títere con cabeza. La gran crítica al mundo empieza por señalar al mismo hombre, que se cree un Dios de la guerra, y continúa exponiendo a los grandes poderes: los políticos, corruptos y vendidos; los medios de comunicación, al servicio del que más paga; la educación, los cuerpos de seguridad… Todos ellos son los culpables de ese presente destruido, tanto física como ideológica y éticamente.

Dejando atrás el mensaje y fijando la mira en un aspecto argumental muy característico de la película, escoger a un personaje como Tetsuo tiene un significado claro. Es un chico huérfano, abandonado, que acaba recibiendo el cariño de su amigo Kaneda. Este, por su parte, es fuerte, valiente y muy descarado, con un carácter más fuerte que, inevitablemente, ensombrece al de su amigo. Tetsuo es un segundón que, cuando se da cuenta de las nuevas capacidades que tiene, ve en ello la oportunidad de crecerse y dejar claro que él no necesita ser protegido por nadie, que es invencible. Él encarna al “héroe” y al “villano” a la vez: alguien normal convertido en extraordinario, un arma letal contra su propia especie, un chico corriente convertido en villano con la esperanza de ser una especie de héroe.
Llega un punto en el que a Tetsuo no le importa su propio sufrimiento, aquel al que ha sido sometido por los jefes del experimento y que le han provocado alucinaciones y un gran dolor físico. Tampoco le importa que su poder pueda destruir la ciudad, matar a sus habitantes o autodestruirse a sí mismo. Lo único que le interesa es Kaneda. Es muy significativo que, lo primero que reclama al saberse tan poderoso sea la moto de su amigo, la que él siempre quiso conducir pero se creía incapaz. La cuestión es que él solo era un chico al que la vida lo había convertido en una víctima y eso, más adelante se convirtió en ira, una furia incontrolable ocasionada por la lucha del ser humano contra el ser humano.
‘Akira’ es una película de culto por muchas razones: lo contundente de su mensaje, su estética y, también, por lo que significó para la animación japonesa y mundial. La producción fue masiva, era ambiciosa desde su ideación, con un gran presupuesto y un nivel de animación y producción a la altura. Dio visibilidad a este tipo de cine en el extranjero y pavimentó el camino de grandes éxitos como Dragon Ball. Pero, sobre todo, le mostró a un mundo marcado por Disney otra manera de hacer animación.
Pero, seguramente, el motivo por el que tuvo tan buena acogida por el público occidental fue por su semejanza, en aspectos clave, con el mercado occidental: la distopía, la animación avanzada a su tiempo y más de los 2000 que de los 80 y el estilo ciberpunk cercano a otras grandes producciones occidentales como ‘Blade Runner‘ y la clásica ‘Metrópolis’. Todo esto llevado a otro nivel. ‘Akira’ fue una rareza que creó escuela y que expuso un futuro no tan imposible en todos los aspectos.