Peter Lorre, al que recordaremos siempre interpretando el papel del asesino de niños Beckert, en la película de Fritz Lang, ‘M, el vampiro de Düsseldorf‘, también se puso detrás de la cámara. El actor, de origen húngaro, solo dirigió una película: ‘El hombre perdido’ (1951). 18 años antes, Lorre abandonaba Alemania por ser judío, trabajando en 1934 en la versión británica de ‘El hombre que sabía demasiado’ a las órdenes de un joven Hitchcock. Ese mismo año se traslada a Hollywood, como otros tantos talentos europeos que acogió la industria hollywoodiense. En su primera película norteamericana, ‘Mad Love’, interpreta al científico calvo y loco, Doctor Gogol.

Lorre busca salir de esos papeles terroríficos que le daban, pero en vano, ya que sigue encasillado en ese tipo de interpretaciones. Sin embargo, en 1941 su carrera toma un giro inesperado con su papel de Joel Cairo en ‘El halcón maltés‘. Pero es en su regreso a Europa cuando dirige ‘El hombre perdido‘, película que no tiene demasiada resonancia entre el público de la época, pero que sin embargo agradó a la crítica y que vista hoy demuestra que tenía instinto como cineasta. Antes de morir en 1964 le llega la popularidad colaborando con Vincent Price y Boris Karloff en dos películas de Roger Corman, ‘Historias de terror’ y ‘El cuervo’, así como en ‘La comedia de los horrores’, de Jacques Torneur.

Una mirada crítica al pasado nazi de Alemania

La ópera prima de Peter Lorre, ‘El hombre perdido‘, se encuentra entre los pocos filmes que intentaron plasmar las ideas del cine expresionista alemán. La película se inicia en un olvidado campo de refugiados alemán donde trabaja un silencioso y honrado médico. Nadie sabe que su verdadero nombre es Karl Rothe, él mismo casi lo ha olvidado y, súbitamente, al llegar un nuevo tren de excombatientes, se encuentra con un hombre que en el pasado le ocasionó graves perjuicios: su antiguo ayudante.

Siendo un famoso científico en la investigación de los sueros, el doctor Rothe seguía desarrollando sus experimentos en medio de los bombardeos de Hamburgo. Su colaborador era Nowak, que en aquel momento se hacía llamar Hoesch. Pronto resultó ser un agente de la Gestapo. Vigilaba a la novia de Rothe porque existía fundadas sospechas de que había pasado la nueva vacuna al enemigo. La alocada Inge acaba manteniendo relaciones amorosas con el espía y cuando Hoesch logra lo que quería le cuenta cínicamente al doctor y al coronel Winkler toda la historia.

El hombre perdido (1951), dirigida por Peter Lorre
«El hombre perdido» (1951) fue la única película que dirigió Peter Lorre y que evidenciaba la complicidad de la sociedad alemana con el régimen nazi.

Rothe, callado y sumergido en su trabajo, se encuentra profundamente conmocionado por la doble traición de su prometida. Incesantemente, le resuena la voz de Hoesch que, sin el menor escrúpulo le susurra al oido: «deje que se marche la chica», «acabe de una vez con ella» y como hipnotizado, sus manos rodean el cuello de la joven buscando en vano una reconciliación, pero descarga su ira matándola.

Hoesch disfraza habilmente ese asesinato en los documentos oficiales, haciendo constar que se trataba de un suicidio. El estado no puede prescindir de un profesional tan valioso, de modo que el crimen queda impune. No obstante, el sentimiento de culpabilidad atormenta constantemente al científico. A partir de ese momento, el doctor Rothe es un «perdido» y vive vegetando en un estado de gran vacío interior. Está asqueado de sí mismo y sigue esperando que el destino cumpla lo que ha dejado de hacer el Estado: su muerte.

Pero el doctor Rothe debe seguir viviendo mientras a su alrededor van muriendo sus amigos, víctimas de los bombardeos y sus camaradas son ejecutados por su resistencia al régimen. Su cara se ha convertido en una máscara de piedra, las mujeres le temen y cuando de repente le acusan de asesino no se puede controlar. Su fuerza vital ha sido dañada y reacciona cometiendo otro asesinato. También su segundo crimen en un tren contra una desconocida queda impune: de nuevo el destino ha borrado cualquier prueba gracias a un oportuno bombardeo.

Culpable sin encontrar juez, el doctor Rothe sigue sobreviviendo rutinariamente. En una sorda desesperación cumple con su deber de médico en el campo de refugiados Elbe-Düvensted después de la guerra hasta el día en que se encuentra frente al hombre del que partió su perdición. Ahora, el doctor Rothe mata por tercera vez y en esta ocasión por decisión propia. El culpable juzga al más culpable y así toda una generación deshumanizada es condenada junto a Hoesch. Rothe ha realizado, al fin, su trabajo y se marcha solo y abatido.

Tuvo que pasar tiempo para que la crítica reconociera la originalidad y el valor de ‘El hombre perdido‘, donde se puede observar la influencia de ese cine alemán de entreguerras y, en especial, de quien le lanzó al estrellato, Fritz Lang, casi tan poco afortunado como él, tras su regreso a Alemania.

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