El humor de los hermanos Marx constituye caso aparte y único dentro del género cómico. Si hubiera que caracterizar brevemente la esencia de cada uno de ellos podríamos decir que el humor de Groucho, quizá el más brillante y, desde luego, el más admirado, se basa en un hábil e inteligente ingenio verbal unido a una gesticulación rápida y exagerada, el de Chico en la comicidad a la italiana, cuyos remotos antecedentes se encuentran quizá en la Commedia dell’Arte unido a los juegos de palabras inverosímiles, Harpo combina la bestialidad de un mimo con las travesuras típicamente infantiles.

La suma de todos estos elementos alcanza las cotas más elevadas de lo absurdo: el humor de los hermanos Marx reside en la tipificación de los personajes y en una inagotable capacidad inventiva que genera situaciones cómicas sin respiro. Básicamente, el esquema suele ser el mismo en todas las películas: los Marx quieren montar una función para la joven heroína o bien deben rescatarla de una situación injusta o peligrosa, lo que además permitirá a Chico y a Harpo lucir sus habilidades musicales. Para hacerlo, necesitan alguien que financie la empresa, generalmente un viuda rica ya madurita, encarnada siempre por la impagable Margaret Dumont, a la que Groucho debe conquistar para que «afloje la pasta». El esquema se completa con la consabida historia de amor entre la chica y el cuarto Marx, Zeppo, el eterno galán.

Resulta sorprendente que repitiendo la misma fórmula una y otra vez sus películas siempre resulten maravillosamente frescas y divertidas. En el fondo, el argumento era lo de memos, mera excusa para hilvanar los disparates «marxistas», pero precisamente en las ocasiones en que se alejaron más de la fórmula, la acogida por parte del público fue menos calurosa.

La identificación entre los Marx y sus personajes fue tal que muchos pensaban que Harpo era realmente mudo y que no eran en realidad hermanos, ya que eran demasiado diferentes. Groucho cuenta una anécdota, según la cual alguien le dijo que no podían ser hermanos porque, además de no existir entre ellos ningún parecido físico, uno hablaba con acento italiano, otro no hablaba nada y el tercero hablaba demasiado.

El trabajo de los hermanos Marx en el cine supuso un auténtico calvario para directores, guionistas y productores: eran indisciplinados e impredecibles dentro y fuera del plató. Podían no comparecer, esconderse para «echar una partida» o desaparecer de repente en busca de un trago o tras una rubia. Además, no obedecían las instrucciones, no se ceñían al guion, y si había que repetir una toma, cada vez interpretaban la escena de forma diferente. Paralizaban el rodaje continuamente porque sus improvisaciones y bromas provocaban tal hilaridad entre los presentes que todos tenían que interrumpir su labor para reponerse del ataque de risa. Había que utilizar al menos cuatro cámaras: una de ellas trataba de seguir el plan de rodaje en la forma prevista, las otras tres perseguían todo el tiempo a cada uno de los hermanos.

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