
Akira Kurosawa, con su mirada sobre el mundo de las artes marciales, su interrogación sobre el sentido del heroísmo (el conflicto entre el individualismo y el altruismo), marcará el cine japonés. Cada una de sus películas se convertirá en un punto de referencia, constituyendo a la vez una influencia para el resto del cine, tanto asiático como occidental. Kurosawa y las películas de samuráis, más allá de encasillarse en el llamado cine de acción, concilia el espíritu del Japón de los samuráis y el humanismo, principal virtud de su cinematografía, cuyo alcance es realmente universal.
La leyenda del gran Judo (1943)
Sin ser una película de samuráis (se trata de combates a manos desnudas). ‘La leyenda del gran Judo‘, al colocar Kurosawa la relación maestro-alumno en el núcleo de la historia, y al hacer del budismo zen (dominio de sí mismo) el instrumento necesario para la consecución de la sabiduría, plantea una temática propia de las películas de artes marciales de Hong-Kong.
En las películas de Liu Chia Liang, que giran en torno al aprendizaje combinado de una técnica (el boxeo chino) y de una virtud marcial (el wudo), las enseñanzas del maestro (su medio es su voz) guían al combatiente en el momento fatídico, como el recuerdo de la flor de loto que sale en ayuda de Sanshiro. ‘Sugata Sanshiro‘ es el remake de esta película producida en 1965 por Kurosawa a partir de su propio guion e interpretada por Toshirô Mifune que influirá en el cine hongkonés.
Los siete samuráis (1954)
Mientras el cine japonés glorifica sus figuras históricas (justo después de ‘Los siete samuráis‘, Toshirô Mifune encarna al legendario Miyamoto Musashi Inagaki entre 1954 y 1956), Kurosawa inaugura, con el personaje del samurái errante «en paro» (el ronin), nuevas perspectivas en el terreno de la aventura y la ética. ‘Tres samuráis fuera de la ley ‘(1964) de Hideo Gosha, rodada en blanco y negro, es una continuación ridiculizada de ‘Los siete samuráis’, puesto que los samuráis, en lugar de ayudar a los campesinos a enfrentarse con los ronin, que se comportan como bandidos, se convierten en disidentes al aliarse con los campesinos contra los señores que les explotan.
Como contrapartida, cuando atacan el pueblo vecino, el episodio de la mujer a la que raptan los bandidos y, al volverse loca, se suicida arrojándose a las llamas, prefigura en un plano visual y dramático el apocalipsis venidero (‘Kagemusha, la sombra del guerrero’, ‘Ran‘).
El trono de sangre (1957)
Con esta película que transcurre durante las guerras entre clanes, Kurosawa evoca la reciente deriva militar nacionalista que condujo a sus país al desastre. El héroe interpretado por Mifune se cree invencible, protegido por sus predicciones, igual que Japón se cree protegido por la voluntad de los disoses de la religión sintoísta cuando le declara la guerra a China y luego a Estados Unidos.
Al final de ‘El trono de sangre‘, los guerreros se niegan a obedecer a su señor antes de acribillarle con sus flechas. Acto de insubordinación, justificado por los guerreros (no hay lealtad para con el maestro, si él mismo es desleal), que permanece como la parte de utopía de la película pues no hubo rebelión ninguna contra los jefes durante la guerra de los años cuarenta.
El mercenario (1961)
Sanjuro, samurái astuto y manipulador, sabe venderse y pretende sacar provecho de la riqueza de los poderosos porque ha captado a la perfección los nuevos valores de su época. Todo el cine estadounidense, en especial el western, que ya le ha hallado la medida a la distancia entre esas dos mentalidades, verá en ‘El mercenario‘ su nuevo estandarte, emblema de un mundo desencantado, gobernado por el cinismo y el oportunismo, cuyos valores están en crisis.
El remake de ‘El mercenario’ de manos de Sergio Leone, ‘Por un puñado de dólares’ (1964), con Clint Eastwood, será el agente de dicha mutación, emblemática de los años sesenta. Una fuente de inspiración considerable la que ejerce la cinematografía de Kurosawa y las películas de samuráis.
Sanjuro (1962)
En el Japón de la era Tokugawa, un grupo de nueve jóvenes samuráis está decidido a acabar con la corrupción reinante y a acabar con todos los que están relacionados con ella. Consiguen el apoyo del inspector de policía Kikui y se preparan para llevar a cabo su plan. Poco después, aparece Sajuro, un personaje salido de entre las sombras, que empezará a actuar y a poner orden en medio del caos.
Mientras que ‘El mercenario’, por su escenografía del enfrentamiento, influyó en el western de los años sesenta, ‘Sanjuro’, con el géiser de sangre del combate final, provocó un punto de inflexión en la representación de la violencia e hizo su primera aparición la estética del manga en el cine de Kurosawa y las películas de samuráis.
Barbarroja (1965)
Cuando Barbarroja (Toshirô Mifune), ofendido por la conducta de la hospedera del barrio de los placeres, se bate contra sus matones practicando un jiu jitsu brutal y violento (se rompe un brazo, se tuerce un pie), se transforma por un momento en Sanjuro aunque regresa, en cuanto termina el combate, al médico que es. Vemos como examina las heridas que acaba de infringir y pronuncia su diagnóstico.
Regreso a los orígenes (el recuerdo de un Sanjuro impulsivo), bajo la forma de un desdoblamiento de personalidad (el verdugo y el que cura). El humor de esta escena, única por su talante, no tendrá descendencia pese a ser, para Mifune, la más bella de las salidas.