
A partir de los años 50, el cine japonés vive una época dorada, con el rodaje de más de 200 películas al año. El acontecimiento más notable de este periodo para el país nipón fue el León de Oro que ganó ‘Rashomon‘, dirigida por el maestro Akira Kurosawa, en el Festival de Venecia de 1951, y luego su consagración americana ganando el Oscar a la mejor película extranjera. El director de ese estudio, Masaichi Nagata, ve en ello una oportunidad para exportar y relanza la producción de películas «históricas» con vistas a satisfacer el apetito de exotismo del público internacional. Aprovechando esta coyuntura, Kenji Mizoguchi (1898-1956) puede al fin llevar a la pantalla Una mujer de placer con el título de ‘La vida de Oharu, mujer galante‘ (1952).
El guionista Yoshikata Yoda condensa los episodios de la novela de Saikaku Ihara, cuya acción transcurre en la era Ed. Kinuyo Tanaka interpreta el papel principal dando vida al personaje de Oharu, pero el rodaje fue difícil porque Mizoguchi se negaba a tener en cuenta el presupuesto de la película y busca de manera enfermiza la perfección en todos los aspectos.
‘La vida de Oharu, mujer galante‘ relata, en flashback, la vida de la hija de un samurái, que el destino transforma en mercancía sexual, asunto que resume los temas que el autor ha trabajado siempre: prostitución, opresión social, brutalidad y cobardía de los hombres, imagen negativa del padre, destino trágico y sin salida.

Oharu se nos muestra como una víctima en muchos niveles, incluso por su naturaleza sensual, que le impide resistirse a los hombres. Por ese motivo, se deja explotar, con o sin su consentimiento, en una sociedad en la que ha perdido su lugar infringiendo las leyes de su casta. Tan solo es un objeto de placer para las diferentes imágenes del padre que se encuentra: rico, señor que le paga para tener un hijo suyo, mercader libidinoso, etc. En cuanto a su progenitor, no es sino su proxeneta.
Mientras quienes detentan el poder la rechazan tras haber abusado de ella, quienes la aman sinceramente son asesinados, como la ejecución del amante, asesinato del marido, o detenidos por la policía, como el ladrón, los dos últimos con un parecido físico marcado por la feminización. Aparecen en la ficción después de que Oharu ha dado a luz a un niño que le arrebatan y son dos imágenes desplazadas de ese hijo. Además, los pierde como ha perdido al hijo, porque la sociedad la quiere como amante, no como madre, pues su cuerpo pertenece al ámbito de la demostración estético en tanto prototipo de la perfección: si el señor la contrata para tener un hijo es por su parecido al retrato de la mujer ideal según el imaginario del poder masculino.
El intento de suicidio de Oharu
Esta escena está rodada en un solo plano con la ayuda de una grúa que permite la amplitud y las variaciones del movimiento en el espacio. Tiene lugar después de que la protagonista se entere de la decapitación de su primer amante y trate de suicidarse con un puñal. Su madre lo impide. Entonces la vemos salir de la casa y correr por el jardín con la intención de matarse. Su madre la persigue para sujetarla.

La situación dramática está filmada con distancia en un soberbio paisaje que sirve de decorado y cuya calmada belleza contrasta con la dureza de la acción. Oharu atraviesa ese lugar sereno expresando un inmenso dolor y una desesperación absoluta. Pasa entre los árboles, entre los rayos de luz, intenta apuñalarse, arrojarse al pozo, siempre perseguida por su madre aterrada. Su desenfrenada carrera anuncia su vagabundeo durante el resto del filme. Irá de un lugar a otro sin poder establecerse en ninguna parte, sin conocer la paz ni una felicidad duradera.
Pero aquí, Mizoguchi también nos muestra un cuerpo en movimiento, un cuerpo codiciado sin tregua por los hombres pero anhelado solo para el placer sexual o la maternidad. Un extraño sentimiento de debilidad y fuerza se desprende de esta mujer que busca la muerte para unirse a su amante, que acaba de ser ejecutado por el verdugo. La propia duración de la secuencia aumenta esta sensación de vértigo en el espectador.
Un año antes ‘Cuentos de la luna pálida’ (1953), considerada su obra maestra, Mizoguchi realizaba una de las películas clave en su filmografía. Un cineasta con una visión humanista, y también feminista, de una fuerza incomparable que ha perfilado los más hermosos retratos de mujeres traicionadas, marginadas y humilladas por los hombres.