
Desde su estreno en la Berlinale del año pasado, ‘First Cow‘ emprendió un largo periplo festivalero a lo largo del cual ha acumulado numerosos elogios y reconocimientos, aunque la dichosa pandemia y su (discutible) ausencia en las grandes ceremonias de premios han complicado en cierto modo su distribución. Se estrena al fin en salas comerciales en España, tras recibir sendos premios en el Festival de Gijón y en el D’A de Barcelona, suscitando además una unanimidad poco habitual en la crítica.
La película es, en esencia y estructura, un western. El relato está ambientado en Oregón en 1820 y nos presenta a dos personajes en búsqueda de riqueza, aunque casi por accidente. Hay algo de búsqueda del sueño americano en plena fiebre del oro. Pero el oro en este caso es líquido y blanco, como la leche de esa primera vaca llegada al terriorio de los colonos, y que nuestros antihéroes (un tímido cocinero y un migrante chino tan ambicioso como errático) roban para forrarse vendiendo buñuelos de viento en las ferias.
Aunque no renuncie a valores y elementos canónicos del más norteramericano de los géneros cinematográgicos (personajes en constante búsqueda de un objetivo y de sí mismos, la relación del ser humano con el entorno, la camaradería masculina…), ‘First Cow’ juega también en cierto modo al revisionismo genérico por la vía del humor, omnipresente en la historia, aunque esté llena de claroscuros, situando la narración en un lugar cercano a la fábula.

Si en ‘Meek’s Cuttof‘ apostaba por invertir las expectivas formales del cine del Oeste reduciendo el encuadre hasta lo claustrofóbico y moviendo el foco hacia los personajes femeninos, en ‘First Cow’ Reichardt muestra una clara voluntad de mimetizar los arquetipos del referente desde una óptica alternativa. Se deconstruye en este caso el relato para poner en el centro a dos antihéroes más propios de la picaresca que del heroísmo, y convertir la grandilocuencia de la búsqueda del sueño americano en una mera lucha por la subsistencia, por la vía de acceso a una tan mundanal como codiciada materia prima.
Hay sin duda un apunte social en la película, tan poco obvio como importante. Se percibe en la voluntad de vincular aquellos tiempos con los nuestros (un Toby Jones en la piel de un villano con ecos contemporáneos, y sobre todo ese prólogo que enlaza de manera bellísima con el plano final del filme), y hablar por tanto de los orígenes de una civilización y unas estructuras socioeconómicas perversas, que convierten a meros supervivientes en conquistadores por la vía de la falsa épica del relato capitalista.
Y también en ese mencionado plano final vemos el punto álgido de otro de los elementos clave de este filme más poliédrico de lo que su sencilla premisa aparenta, una historia de búsqueda convertida finalmente en exaltación de una íntima amistad masculina, que enlaza en cierto modo con otra de las mejores películas de su directora (‘Old Joy’). La sutileza en esa escalada de afecto representa la cara más amable de este sobresaliente retrato de la condición humana en forma de fábula agridulce.