Fiereza, música y filosofía, cuestiones existenciales entre maquillaje y canciones muy pero que muy pegadizas, con letras sucias y profundas. En esta clave, el personaje de ‘Hedwig and the Angry Inch‘ cuenta su historia de vida, una llena de alegrías momentáneas que se deshinchan con el tiempo, una felicidad que nunca dura demasiado y deja paso a la soledad y a la persecución de unos sueños que jamás se cumplen.

Hedwig es feliz con su cuerpo masculino, huye sin esconderse de este concepto que atrapa demasiado las mentes de las personas: el género binario. Hedwig es Hedwig. Baila entre cajones sociales, sin cerrar ninguno porque tampoco lo necesita hacer nunca. Hasta que se ve obligada a definir a qué género pertenece. Nunca se le había presentado tal planteamiento hasta que el hombre al que considera el amor de su vida quiere casarse con ella. Pero es un militar y no puede casarse con “él”… pero sí podría hacerlo con “ella”. Aunque Hedwig no necesitaba operarse, pues ya es quien quería ser y como quería ser, finalmente lo hace. Porque para Hedwig, el amor es más fuerte. Siempre lo es. El amor por los demás, nunca por ella misma. Y por culpa de esa operación fallida, Hedwig queda con una “angry inch” y un matrimonio roto.

Persiguiendo sus sueños de cantante conoce a quien será, parece ser, el amor de su vida. El definitivo. Y entorno a Tommy empieza a girar toda su existencia. Lo convierte en lo que ella quería ser, lo ayuda a cumplir su sueño enamorándose por el camino, abandonándose a sí misma por él. Y, una vez más, Hedwig queda con el corazón destrozado y una relación traumática que le persigue hasta el presente, en el que la cantante y su banda van de pueblo en pueblo intentando ganarse un éxito que parece que nunca podrán tener… A no ser que Hedwig se dé a conocer por su pasado relacionado con el famosísimo cantante Tommy Gnosis, dejando a un lado su talento para recibir la atención deseada por otro medio.

Hedwig and the Angry Inch, dirigida por John Cameron Mitchell
Escena de «Hedwig and the Angry Inch» (2001), dirigida por John Cameron Mitchell.

Historia de amor y desamor

Conocemos tan profundamente a la protagonista que podemos llegar a sentir lo que ella siente, el miedo, la devoción o la desesperación, las ganas de conseguir ese sueño por el que tanto se esfuerza y tanto le cuesta alcanzar, su profundo amor por Tommy a pesar de todo lo que le ha hecho… Hedwig se crió en Berlín Este fuera de los estándares sociales, abandonó su país y su vida por un amor que lo convenció para dejar de ser “él” sometiéndose a una operación a pesar de no querer hacerlo. Una persona que vive con una tara en su cuerpo de la que se avergüenza y a la que, sin embargo, le dedica el nombre de su banda y una canción: su “pulga enfurecida”, el resultado de ceder ante los deseos de otros en vez de los suyos. Convirtiéndola en el centro de su mundo. Para no olvidar.

Hedwig y su historia se van creando por capas, desvelándose la verdad, construyendo al personaje y sus matices, librándola de esas primeras impresiones que, más tarde, cobran otra forma, otro significado y dan dimensión a una protagonista a la que habíamos encasillado al principio. Hedwig no es solo aquella cantante que, sedienta de protagonismo, no puede permitir que su pareja y cantante de la banda tenga un pequeño solo en su canción, aquella dedicada a un importante episodio de su vida. Es más que eso. O, al menos, eso tiene una razón de ser. Y ahí reside, en gran parte, el interés de la película: la construcción de un personaje atractivo que pone sobre la mesa cuestiones como la identidad o la visión que uno tiene de la vida. Más allá de que Hedwig represente parte del colectivo LGTBIQ+, la película habla también de temas políticos y morales en clave de dramedia, cuestiona los límites del amor y del éxito. En fin, está llena aunque parezca, de vistosa, vacía.

‘Hedwig and the Angry Inch’ es un canto, prácticamente literal, al amor. En general. En mayúsculas. Al amor propio, al romántico, a lo que uno hace, a lo que uno es, a las posibilidades de la vida. Y también es un lamento, casi tan poderoso como ese canto al amor. ¿Hasta qué punto se debe amar a los demás por encima de uno mismo? Es más, ¿hasta qué punto uno cree amarse a sí mismo cuando este amor propio es solo una sombra de lo que realmente debería ser?

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