El Festival de Sevilla 2021 llega a su mayoría de edad en una edición de nuevo marcada por la pandemia y sus correspondientes medidas de seguridad, pero con una apertura mucho mayor a la posibilitada por la situación en la pasada edición, donde las salas aparecían casi vacías debido a las distancias mínimas establecidas y los alrededores de las salas hacían lo propio. Con una programación que sobre el papel promete ser una de las mejores que ha tenido jamás la cita sevillana, y la proyección en exclusiva de alguna cinta con aspiraciones en la próxima temporada de Oscars, el cartel es casi inmejorable.

A continuación puedes leer las primeras reseñas de las películas que estamos viendo en esta 18 edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla.

París, distrito 13 (Francia). Dir. Jacques Audiard

El pistoletazo de salida del Festival de Sevilla 2021 resultó tener la pólvora un poco mojada. Mucho más acertada en el aspecto cómico absurdo que en el drama romántico, ‘París, distrito 13‘ de Jacques Audiard es una película sin gancho. Más interesante en su esqueleto social que en su trama principal, dinámica e intencionadamente fresca en las formas, pese a que ese blanco y negro lleve a confusiones, todos los problemas vienen de guion. Una historia a tres bandas donde las conexiones se siente forzadas hace que ‘París, distrito 13′ parezca la obra de un director rodando algo que no le pertenece, y que además no sabemos del todo si acaba de entender, pese a que su interés y sus ganas sean incuestionables.

Como para todos los venenos, siempre hay un antídoto. Cuando aparece Noémie Merlant en plano, la pantalla se enciende, los niños sonríen y la película empieza a flotar, abriendo vías casi pesadillescas en su narrativa. Algo que tan solo permanece hasta ese momento en que vuelve a desaparecer para dejar paso a los otros dos personajes protagonistas que convierten el visionado en pesado, dejando la obra en un limbo difuso, y poniendo a todos a dormir. Un guion escrito a seis manos en el que, por desgracia, no acaba quedando claro si todos estaban escribiendo la misma.

Pero es que cuando tienes un ojo como el de Audiard, de una manera u otra, el encanto siempre acaba por asombrar, aunque los destellos aquí sean más pasajeros que estables. Para la memoria quedan planos como ese beso con aires de Bella Durmiente, esas conversaciones nocturnas donde los rostros se iluminan reflejados por pantallas, o alguna que otra secuencia totalmente delirante en lo gratuito e inesperado, como un derechazo directo a la mandíbula, debidamente celebrado por un espectador en complicidad total con su artífice.

A destacar queda también una banda sonora fresquísima en su contemporaneidad, esparcida para envolver un mundo que parece estar muy por encima de lo que le sucede a sus habitantes. ‘París, Distrito 13’ queda en el retrato de una Paris de barrio, hecha de panorámicas y deconstruida desde pisos de estudiantes nocturnos repletos de sudor y carne, donde pese a que el discurso no abandone nunca el amor, la poca química acaba por asfixiar cualquier amago de mayor implicación.

La peor persona del mundo (Noruega). Dir. Joachim Trier

De mundos parados, de noches en vela que acaban en miradas durante el amanecer, de ver la vida a través de cristales de colores, de conversaciones donde las lágrimas acaban curando y de confesiones hechas con el corazón en la mano. De cine y de pura verdad, en todos y cada uno de sus apartados narrativos. Si ‘La peor persona del mundo’ no acaba siendo la película del Festival de Sevilla 2021, tras su estreno en el primer día del mismo, será una muy buena señal para quienes estaremos pisando las salas el resto de la semana.

‘La peor persona del mundo’ es divertida, canalla, descarada y sensual, pero también es romántica en su incansable búsqueda, desoladora en la franqueza de su desenlace, cercana en su creación de personajes y comprensiva con todos ellos. El cierre a la trilogía de Oslo que ha firmado Joachim Trier es la culminación de una voz imprescindible del nuevo cine europeo, a la que ya veníamos confirmando desde la magnífica ‘Oslo, 31 de Agosto’ (segunda parte de esta misma trilogía) o la adictiva y refrescante ‘Thelma’.

Esta vez, en una de esas apuestas que parecen ansiar el riesgo en su conquista del éxito, Trier se atreve a intentar un arsenal de géneros, y mágicamente consigue sacarlos todos adelante. Una obra mayor donde con una facilidad aplastante se tocan desde el drama a la comedia, pasando por el romance e incluso permitiéndose alguna que otra ácida crítica social al estado de la cultura en el mundo actual. 

Estructurada en capítulos con precisión quirúrgica para delinear cada rostro de su atrevida protagonista, en ‘La peor persona del mundo’ no hay juicio alguno hacia ella, dejándola brotar en toda su naturalidad, con lo atractivo y lo adictivo, pero también con lo repelente y lo caótico. La de Renate Reinsve es un «desastre» de persona con quien resulta imposible no empatizar. Un imán que se desnuda frente al espectador para no dejarle escapar de la sala si no es de su mano. Un recital sin parangón para embelesarnos y ponernos de su lado en un viaje repleto de dolor y desorden, pero también de ternura, naturalidad y sensualidad.

Si Renate Reinsve conquista construyendo todo el castillo de naipes, el que la ayuda a tumbarlo y romperte en mil pedazos es Anders Danielsen Lie. Trier despojándose de artificios para abrirse en canal sobre vida, legado y amor en un último tercio a pecho descubierto, donde la cámara lo apuesta todo a los silencios, miradas y reacciones de una Renate que ya no tiene armadura alguna, pero a la que el mundo no para de enviarle balas inesperadas.

Una obra de esas en las que se para el tiempo para que dos personas se encuentren y para que tu te enamores frente a una pantalla de cine. Todo lo sembrado y recogido desde su estreno en Cannes, con aquel premio a Mejor Actriz incluido, será más que merecido en su camino a la cita con los Oscars.

Festival de Sevilla 2021

Evolution (Alemania). Dir. Kornél Mundruczó

Hay cineastas a los que el ejercicio de estilo, en mayor o menor medida, es algo que parece ponerles cachondos. Kornél Mundruczó, lo quiera reconocer él o no, es uno de ellos, algo que sorprende en especial viendo el carácter teatral que retienen ciertos momentos de su nueva obra.

Cuando el director húngaro se pone a mover la camarita en escena, hay pocos en Europa actualmente que le echen cuerpo. En ‘Evolution‘ vuelve a demostrarlo, poniéndola a flotar para rescatar vidas entre paredes en una historia que abarca hasta tres generaciones de una familia judía, donde el peso del pasado amenaza con asfixiar a una descendencia que quiere echar a volar libre junto a esa cámara.

Comprimida en tres planos secuencias, cada uno dedicado a una de las generaciones de la familia, ‘Evolution’ abraza sin miedo la falta de ligereza de su concepto, dialogando una y otra vez, con la cámara o con la palabra, sobre la religión, su posición inflamable en los actos del pasado y su legado como fantasma del presente.

Opresivo y hasta desagradable en el terror de su primera historia, ambientado entre los restos de un edificio donde pase a no verlos entendemos que han sucedido actos emblemáticos de la Segunda Guerra Mundial; asfixiante frente al choque de diálogos con la segunda, donde una mujer intenta convencer a su anciana madre para certificar el origen judío de su hijo, algo a lo que esta se niega por miedo a que el pasado vuelva a repetirse para ellos; y con frescura liberadora en la tercera, dedicada a ese mismo hijo, para quien el ser judío ya casi no significa nada en su vida diaria, alzando la mirada de manera mucho más individual en busca de esas primeras experiencias, con la rebeldía inocente de adolescencia por bandera.

Cada cuál encontrará su rincón en distintos lugares de esta obra, pero ‘Evolution’ es sin lugar a dudas un éxito formal, con Mundruczó volviendo a sacar músculo para todos aquellos que adoran su gusto por los planos secuencia, y también para detrimento de todos aquellos que añoran la posibilidad de una mayor profundidad en sus guiones. Si no una obra menor, por lo personal de lo narrado, sí una pequeña y singular vuelta a casa tras su aventura americana con ‘Fragmentos de una Mujer’.

Festival de Sevilla 2021

True Things (Reino Unido). Dir. Harry Wootliff

True Things‘ es otra de esas muchas cintas británicas, llenas de humildad y trasfondo social, que acaban en el recuerdo cada edición de este Festival Europeo de Sevilla. Una relación que ya casi amenaza con la pedida de matrimonio. 

En esta ocasión, esa mítica frase del “amiga, date cuenta» parece ser el detonante de la idea para un Harry Wootliff que dialoga sobre la liberación y el despertar de una mujer anestesiada en lo cotidiano y miserable de su aburrida vida. Para liderarlo, una de esas magníficas actrices que parecen olvidadas en el poco discurso que generan a su alrededor.

Extraordinario trabajo el de Ruth Wilson en ‘True Things’, con un puzzle complicadísimo de personaje, exaltada por la repentina fantasía de un amor ansiado y aparentemente ideal, para acabar detonando el despertar del engaño a través de la búsqueda del amor y respeto hacia su propia identidad. Pese al gran apoyo de Tom Burke desde los minutos secundarios, un ya archiconocido del Festival tras su paso hace un par de años con ‘The Souvenir’ de Joanna Hogg, ‘True Things’ es una cinta hecha por y para las capacidades de Ruth Wilson. Rango amplísimo el de su interpretación, de la soledad a la conquista del amor fou, titubeando con el desenfreno y arrastrándose por la tristeza del desengaño. Todo explorado por la cámara de Wootliff sobre el paisaje de esa mirada magnética y distante que posee.

Muy a favor de estas películas donde los personajes se construyen no a través del acierto sino del fallo. A través de esa decisión errónea que te acaba pisoteando la vida, hasta por fin despertarte de ese limbo de fascinación idealizada en que te encuentras. Sobrevivir al desengaño con la claridad de una vendetta humilde en una nota de papel donde señalar que, sobre este pequeño trocito de tierra que todos ocupamos, tú también te acabaste dando cuenta de que merecías mucho más de lo que te daban.

The Innocents (Noruega). Dir. Eskil Vogt

Volviendo al tono de realismo fantástico que ya tocase como guionista en la ‘Thelma’ de Joachim Trier, de quien es colaborador regular, el noruego Eskil Vogt plantea en ’The Innocents’ un acercamiento al terror desde el prisma de una infancia que se escapa de la regularidad. Más enfocado en lo siniestro e inquietante del planteamiento y de sus figuras que en el miedo que pueden generar los hechos desencadenados, el éxito de Vogt aquí es el de mantener la narración siempre pegada a los límites y las sintonías de lo infantil, atreviéndose solo a romperlas en los momentos claves del relato para helar la sangre al espectador, que acaba por no saber dónde está la barrera.

Visualmente atrevida, con una elección de planos arriesgada y desconcertante que suman a la construcción de esa arquitectura que enclaustra el espacio a las cercanías de un bloque de pisos donde empiezan a surgir las conexiones entre críos, ‘The Innocents’ funciona casi como un thriller de suspense durante todo su metraje para acabar revelándose en un neowestern con un estanque como desierto entre unos niños con unas habilidades que bien podrían formar parte de los superhéroes mutantes de Marvel.

Apoyado en la interpretación de sus cuatro niños protagonistas, la sorpresa es mayúscula no solo por lo bien construidos que están especialmente la niña protagonista (Rakel Lenora Fløttum) y su hermana autista (Alva Brynsmo Ramstad), sino por la verdadera tensión que provocan sus acciones, con hincapié en el niño que hace las veces de villano (Sam Ashraf), temible en cada secuencia donde aparece con esa mirada en blanco.

Pese a que le agoten ligeramente sus casi dos horas de duración, que afortunadamente van de menos a más, el ritmo de montaje consigue mantenerte pegado a la pantalla hasta ese instante en que llega el punto de no retorno, los bandos quedan marcados, y los duelos empiezan a servirse con una calma inusitada en una obra de estas características.

‘The Innocents’ es quizás la cinta que mejor conseguirá hacer las delicias de los fans del género en el Festival de Sevilla 2021. Noruega demostrando, un año más, que siguen siendo uno de los países más en forma del continente.

Memoria (Tailandia). Dir. Apichatpong Weerasethakul

En estos tiempos donde se empieza a comer mantecados, al señor Apichatpong Weerasethakul le gusta cocinar castañas tan gordas como ‘Memoria’, su nueva película tras seis años de letargo (no inducido, como el que provoca) y once años después de ‘Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives’, su Palma de Oro en Cannes.

‘Memoria’, sencillamente y sin demasiadas flores que confundan el mensaje, es una insoportable película a la que ni siquiera la salvaría verla como se escuchan los audios en whatsapp: a velocidad x2. Un deplorable ejercicio contemplativo, repleto de planos alargados hasta la saciedad donde la profundidad impostada se permite respirar a sus anchas, y donde pese a la belleza de algún que otro paisaje, la fotografía no fascina, llegando a la sinvergonzonería de tenerte viendo cómo duerme una persona durante diez minutos, para a continuación hablarte de que no estaba durmiendo, sino directamente muerto.

El nivel de pretenciosidad es tal que, por un momento, al moverse una figura sinuosa entre las ramas de unos árboles durante el desenlace de la cinta, el primer pensamiento que te viene a la cabeza es el de que igual su director ha sido capaz de meter también un dinosaurio en la obra, intentando repetir aquella jugada imposible que elevase a los altares a Terrence Malick en ‘El Árbol de la Vida’. Para consuelo de algunos y tristeza de otros, pues la imagen hubiera sido digna de carcajada, este desenlace termina sirviendo al menos para que Apichatpong acabe de tirarse el rollo filosófico con la aparición de una nave espacial que parece sacada de ‘Lilo & Stitch’. Porque Ohana significa familia, pero la familia de verdad no te lleva a ver una de Weerasethakul.

Alejándonos de lo insultante del todo, el trabajo de sonido eleva ligeramente ‘Memoria’, trabajando con parsimonia los silencios y separando pistas en instantes donde la obra consigue arrastrarte ínfimamente a ese aire fantasmal de thriller y misterio sobre el origen de los ruidos que inquietan a una Tilda Swinton correcta en su desconcierto, casi paródica en sus revelaciones, y delirante en los cinco minutos donde la cinta se permite jugar a la comedia con un par de diálogos divertidísimos entre su protagonista y una doctora enamorada del trabajo de Salvador Dalí, alguien que “sí entendía la belleza del mundo”.

‘Memoria’ es café para muy cafeteros, siendo el café la obra del director tailandés, y los cafeteros esos cinco espectadores que aplaudieron al acabar el pase, algo que los otros tres que abandonaron durante su primera hora no llegaron a presenciar. Todo un éxito de proyección, vistas las espantadas habituales durante las sesiones matinales para prensa en años anteriores.

A Chiara (Italia). Dir. Jonas Carpignano

‘A Chiara’ es la mafia descubierta desde los ojos de una adolescente. Como ver a la Anna Paquin de ‘El irlandés‘ dándose cuenta por primera vez de que su padre vive en una película de Scorsese. Una pesadilla vívida de decepciones y madurez anticipada para una chica preocupada por las miradas ajenas y las palabras que no alcanza a escuchar tras las puertas acristaladas de su propia casa. El padre repentinamente ausente y la inquietud de obtener las respuestas que todos le niegan.

Cine de narrativa visual construida en espejo y dualidades, del primer plano al último, marcando la jerarquía de valores de quien debe elegir entre unirse al legado familiar, o hacer temblar el suelo de su vida, oponiéndose a todo lo que conoce y abriéndose a lo incierto de la renuncia. De correr en parado sobre una cinta de ejercicio, a tener campo abierto frente a ti para esprintar ante una niebla que no te deja ver nada con claridad. Un relato de madurez individual, pero con la familia siempre presente, colándose en primeros planos desde el mismo inicio, enfocándose en la ternura de una química entre hermanas que resultará fundamental como pilar emocional a lo largo del viaje para Chiara.

‘A Chiara’ también es Carpignano pegándonos a la espalda, al oído y a la vista de su protagonista, hasta hacernos cómplices del viaje, con un guion sencillo pero sólido y valiente en su desenlace, y con una imagen de textura delicadísima para con la mirada de esa adolescente sobrepasada por la verdad oculta que se abre ante ella, dejándole toda la frescura y juventud necesaria al sonido para hacerte vibrar en cada reunión familiar. Una vez más, Carpignano encadenando temazos en una banda sonora donde suenan desde el ‘Baby’ de J Balvin hasta el ‘Here’ de Alessia Cara, pasando el ‘Voce’ de la italiana Madame o el ‘Altalene’ de Mara Sattei, Slait, Tha Supreme y Coez.

Junto a la labor de dirección, el terremoto que sacude la obra es el trabajo profundísimo, pausado y natural de una Swamy Rotolo que se convierte en revelación absoluta de la cinta, como ya lo fuera el aún más joven Pio Amato en la anterior obra de Carpignano, ‘A Ciambra’, al que incluso vemos aparecer aquí con un pequeño cameo para los fieles del cineasta, solidificando aún más la conexión interna en su corta filmografía. Especial fascinación por ese tramo de la cinta en que Chiara se encuentra bajo las arenas movedizas del desconcierto, sacando Rotolo toda su contención para aguantar unas lágrimas de angustia y shock que solo acaban por salir en la libertad de la soledad y en el sofoco de la confirmación maternal.

‘A Chiara’ es el cierre perfecto a esa trilogía calabresa que comenzara el italoamericano hace ya seis años con ‘Mediterranea’, dejando su huella bien marcada ahora en el terreno de las deconstrucciones del género mafioso. Un relato clásico pero sobresaliente de esos que proyectan sus virtudes siempre en ritmo ascendente, con una voluntad casi neorealista en la franqueza con que plantea todos sus postulados narrativos. Un deleite no solo para los amantes del cine italiano, sino también para los que gustan de esos coming-of-age atípicos.

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