Sin duda una de las grandes películas del inicio de la década de los años 30, en plena irrupción del cine sonoro, es ‘M, el vampiro de Düsseldorf‘ (1931), dirigida por el austriaco Fritz Lang, director que no solamente gozaba ya de un importante reconocimiento producto de sus películas anteriores como ‘El Dr. Mabuse’ (1922), ‘Los nibelungos’ (1924), ‘Metrópolis’ (1927) entre otras, sino que además fue el causante de la cuasi quiebra de la UFA, su relación con su guionista y simpatizante del nazismo Thea Von Harbou causaba encuentros y desencuentros y, aparte, era uno de los directores favoritos para hacerse cargo de las películas del nacionalsocialismo, ofrecimiento que le llegó más tarde por invitación propio Goebbels, razón por la cual Lang huyó de Berlín tiempo después.

Basada en hechos reales, esta historia cuenta como una ciudad es aterrorizada por un asesino de niños a quienes se les acerca en la calle para intentar establecer un vínculo con ellos, conquistándolos con la compra de dulces o juguetes hasta que finalmente los desaparece y acaba con sus vidas. Este hecho no solo tiene consecuencias para las familias de la víctimas sino también para los distintos estamentos de la sociedad, representados en el gobierno local, la policía e incluso en los vendedores ambulantes, los habitantes de la calle, mendigos y hasta los mismos ladrones y traficantes, quienes son uno de los grupos más afectados debido a que son señalados como los principales sospechosos de las desapariciones de los infantes, lo que conlleva a que la policía ejerza una gran vigilancia sobre ellos, afectando su negocio y su modus vivendi.

M, el vampiro de Düsseldorf (1931), dirigida por Fritz Lang
Escena de «M, el vampiro de Düsseldorf» (1931), dirigida por Fritz Lang

La primera película sonora de Fritz Lang, en la cual tuvo completa libertad en toda su realización, emplea con gran virtuosismo el uso del sonido adelantándose a su tiempo, debido a que en esa época aún muchos directores de distintos lugares del mundo se negaban a dejar el cine silente. El uso del leimotiv por medio del silbido del perturbadísimo Hans Beckert, interpretado por un joven Peter Lorre, quien provenía del teatro de improvisación, así como también de la voz en off en varias ocasiones en fuera de campo de la madre de Elsie preocupada porque su hija no llegaba a casa, son una muestra de la utilización de un elemento que le daría una tridimensionalidad al cine antes inimaginada, como en este caso el anticipo de una fatalidad que ya no se encierra únicamente en el fotograma, en la imagen, sino que por el contrario, la traspasa.

Por otra parte, la historia de ‘M, el vampiro de Düsseldorf’ conserva algunas características del expresionismo alemán no solamente en términos de puesta en escena como la iluminación y las sombras que esta produce, los diferentes encuadres y angulaciones que se usaban para acercarse más a los personajes y su psicología; también comparte varias de las temáticas esbozadas por el movimiento como lo son la muerte, la locura, el mundo poseído por la angustia y la incertidumbre, las carencias y hasta el carácter demoniaco que quedó instalado en el ambiente como consecuencia del resultado de la Primera guerra mundial. Pero al mismo tiempo sienta las bases de lo que más adelante se conocería como el cine negro, género del cual el mismo Lang sería uno de sus más grandes exponentes.

M… muestra como el ser humano es perseguido por la voluntad de poder que el mismo ser humano ha creado. Aquí, tanto la policía como los ladrones y traficantes, que controlan el bajo mundo, utilizan toda su red y su autoridad, a la cual la propia policía misma no puede llegar ni acercarse –toda una simbología de la división y construcción del poder social– con el fin de perseguir al asesino para proteger sus intereses que parecen, por momentos, compartir.

M, el vampiro de Düsseldorf (1931), dirigida por Fritz Lang
Escena de «M, el vampiro de Düsseldorf» (1931), dirigida por Fritz Lang

El homicida es un perturbado, angustiado y frágil hombre que no puede controlar sus impulsos porque sus deseos son más grandes que él, al punto de que casi se desdobla y se convierte en otro cuando comete los crímenes hasta no acordarse de nada y leerlo todo en los periódicos del día siguiente. Ese hombre es enjuiciado y juzgado por sus pares, por sus propios otros yo, quienes se sienten con el derecho, el deber y con una superioridad moral, de rigidez arquitectónica, de hacerlo por encima de los entes gubernamentales porque su vida, su reputación y su negocio está juego producto de las fechorías que ese sujeto está cometiendo, de los estragos que dicho individuo ha causado en la ciudad.

Para el director austriaco una de las cosas más importantes en su cine es resaltar que el ser humano tiene un destino marcado del cual es imposible zafarse y es esa lucha la que Lang muestra en la mayoría de sus películas. Ese destino es entonces la M con la que marcan al homicida en espalda, es esa cruz con la que tiene que cargar y es gracias a ella que lo capturan, porque no tiene otra opción y porque por más que lo intente, no puede escapar de algo que es más grande y fuerte que él, tal y como lo confiesa en ese juicio donde se desvanece al exteriorizar lo que siente mientras termina con la vida de los niños.

M, el vampiro de Düsseldorf‘ no solamente es la voz colectiva de la ciudad versus la voz individual de un asesino, no es solamente el hombre versus la sociedad, es también una renovación del expresionismo que deriva en lo que más adelante sería el film noir, es también una exploración de la condición humana, de sus miedos, de sus fantasmas, de sus carencias en donde de una u otra forma se siente de una manera ambigua el asenso del nazismo. Es, en definitiva, una de las más grandes películas que ha dado el cine alemán y la que más prefería, en palabras pronunciadas en ‘El desprecio‘, el propio Fritz Lang.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *