
El Festival de Cine de Gijón 2022 encara la recta final de su 60 edición con un constatable éxito de público y una programación que podemos situar a la altura de las mejores ediciones que recordamos. A lo largo de la semana se han celebrado numerosos encuentros con los espectadores de los múltiples invitados del certamen, entre los que encontramos al realizador portugués Pedro Costa, ganador con ‘Vitalina Varela’ del premio a la mejor película en el FICX 2019, que impartió una clase magistral tras la proyección de su ópera prima ‘O Sangue’, o a la cineasta francesa Patrizia Mazuy, objeto de homenaje y de una retrospectiva, que incluye su aclamado drama de época ‘Saint-Cyr’.
También ha llegado a Gijón el guionista californiano Dustin Lance Black (ganador del Oscar por ‘Mi nombre es Harvey Milk‘) que presentaba ayer en una librería local ‘Niño de mamá’, libro de memorias que ha sido editado en España por la editorial asturiana Camelot coincidiendo con el estreno de su reciente adaptación en formato de serie documental para HBO Max. Lance Black, conocido además por su activismo LGTBQ y por su relación con el campeón olímpico Tom Daley, ofreció esta mañana una masterclass sobre escritura creativa, y presentará esta noche un pase especial de ‘Mi nombre es Harvey Milk’ en el Teatro Jovellanos.
Rimini (Austria). Dir. Ulrich Seidl
El controvertido cineasta austriaco Ulrich Seidl, autor de la trilogía Paraíso (Amor, Fe, Esperanza), visitó el Festival de Gijón 2022 para presentar sus dos últimos trabajos, ‘Sparta’ (vista en San Sebastián, donde surgió un gran debate sobre la pertinencia de su proyección) y ‘Rimini’, con la que compitió en la sección oficial de la Berlinale a principios de este mismo año. Estamos ante un díptico que comparte determinados personajes y que, como el propio Seidl confirmó a la prensa, serán objeto de un montaje conjunto que las unifique como una sola obra.
Si nos ceñimos a ‘Rimini’ y siempre dentro de un baremo adaptado al carácter incendiario de las películas de su director, podemos afirmar que estamos una de sus obras más accesibles, a pesar de que por la pantalla desfilan temas tan espinosos como el abandono paterno, el alcoholismo, o la prostitución. Seidl se las arregla para que a partir de un material tan incómodo surjan en el espectador ciertas sonrisas ante el retrato burlón de un caradura apodado ‘Richie Bravo’, una vieja gloria de la canción sentimental que se arrastra por los escenarios de los vacíos hoteles de una Rimini que, fuera de la temporada turística, luce decadente y casi espectral ante el foco de Seidl.
El perfecto encaje del nebuloso e inquietante escenario con la situación personal y emocional de su protagonista, es solo uno de los hallazgos de este inspirado trabajo de Seidl, una película de perpetuo aire crepuscular que mantiene un tono tragicómico mientras muestra un catálogo de miserias morales y traumas colectivos muy reconocibles en la nuestra vieja Europa, siempre con un cierto afán de provocación que estimulará a algunos e irritará inevitablemente a otros. Hablaremos de la más polémica ‘Sparta’ en nuestra próxima crónica.
Crónica de un amor efímero (Francia). Dir. Emmanuel Mouret
A pesar de una extensa filmografía como director, en la que ha abundado (casi siempre con humor) en las relaciones amorosas y los estragos que provocan en su víctimas, Emmanuel Mouret dio un importante salto artístico y mediático con su último filme ‘Las cosas que decimos, las cosas que hacemos’ con la que competía en la sección oficial del FICX 2020, y que obtuvo más tarde 13 nominaciones a los premios César de la Academia francesa, además de tener el honor de figurar en la lista de las 10 mejores películas para la revista Cahiers du Cinéma.
Con esta ‘Crónica de un amor efímero’, Mouret pule determinados aspectos de su anterior filme, por la vía de una mayor sencillez (menos personajes) y una magnífica concreción a la hora de apuntar a los momentos que marcan el auge y declive de una relación pasajera entre dos amantes condenados al desencuentro. El siempre estupendo Vincent Macaigne repite con Mouret en un papel de tierno infiel desubicado que le va como anillo al dedo, acompañado por una sobresaliente Sandrine Kiberlain. Además de plantear escenas de una comicidad contagiosa, el guion hace un uso inteligente de la elipsis, y es rico en matices emocionales al explicar el romance de sus protagonistas desde sus distintas perspectivas. Su excelente escritura está complementada por una dirección sutil y especialmente atenta a la lograda química entre ambos actores.
Estertor (Argentina). Dir. Sofía Jallinsky, Basovih Marinaro
Los argentinos Sofía Jallinsky y Basovih Marinaro irrumpieron con fuerza en el largometraje gracias a su ópera prima ‘Palestra’, una rareza de retorcido genio que maravilló a la prensa en la pasada edición del FICX, donde ganó el premio a la mejor película de la sección Tierres en Trance. Gracias al premio del propio festival, sus responsables han podido poner en marcha su segunda película, en la que mantienen un espíritu de ‘cine de guerrilla’, cuya escasez de medios es compensada con toneladas de inventiva y mala leche.
‘Estertor’ versa sobre cuatro individuos que cuidan de un genocida argentino, que cumple condena en su domicilio ya que padece Alzheimer. La violencia grupal que ejercen sobre este despreciable criminal, sitúa al espectador en una incómoda encrucijada moral, pues con gran probabilidad se sorprenderán riendo ante las auténticas barbaridades a los que se somete al protagonista pasivo de una historia que explora el origen de la violencia grupal además de exponer, desde un microcosmos muy particular, la desigualdad social arrastrada durante décadas en la sociedad argentina. Una película divertidísima, alérgica a la corrección política, y muy bien interpretada, cuyo atrevimiento y singularidad merecen todo tipo de elogio y celebración.
How to blow up a pipeline (USA). Dir. Daniel Goldhaber
La nueva película de Daniel Goldhaber, tras su interesante debut con ‘Cam’, convierte el manifiesto homónimo del activista pro-clima sueco Andreas Malm en un tenso thriller de ficción sobre el sabotaje a un oleoducto perpetrado por un grupo de jóvenes activistas estadounidenses con diferentes motivaciones que se unen gracias a las redes sociales, para perpetrar un arriesgado atentado con el que pretenden boicotear a la industria del petróleo y alertar a la sociedad sobre sus perniciosos efectos sobre el clima y sobre la sociopolítica.
Estructurada en capítulos dedicados a sus diferentes personajes, y con un montaje digno de una película de atracos, el film de Goldbaher es efectivo en sus formas (un tanto manidas) y definitivamente incendiario en sus postulados ya que, a pesar de un cierto tono documental, la película toma un claro partido por sus protagonistas y sus actos, y justifica hasta cierto punto un activismo radical con peligrosas consecuencias. Su valentía es innegable, como también resulta evidente que encontrará tantos adeptos como feroces detractores. En cualquier caso, y por el bien de un debate social necesario alrededor de los efectos de ciertas industrias sobre el clima, merece alcanzar una distribución a la que quizá le cueste acceder por su vocación controvertida.