
Sergio Leone, ferviente coleccionista y amante del arte, asiduo incansable del Museo del Prado (Las Meninas de Velázquez era uno de sus cuadros favoritos), alimentaba sus películas con citas y aportaciones de la pintura. Norman Rockwell, Edward Hopper, Edgar Degas (las secuencias de danza de la joven Deborah junto al gramófono) y Reginald March (el panel mural del que emerge Robert de Niro en la estación central de Nueva York en 1968) inspiraron algunos decorados de ‘Érase una vez en América’.
La secuencia de ¡Agáchate, maldito! (1971) en la que James Coburn asiste furtivamente a la ejecución de sus compañeros de armas se inspira en Los fusilamientos del tres de mayo de Goya; los primeros planos de semblantes desagradables que pueblan sus westerns, los notables en la diligencia de ¡Agáchate, maldito! , por ejemplo, recuerdan los rostros deformes de los cuadros de Goya.
La influencia de Max Ernst se deja notar en la secuencia del desierto de ‘El bueno, el feo y el malo’ (1966) y los paisajes desolados de todos sus westerns contienen reminiscencias de esos espacios despoblados y luminosos tan queridos por el surrealismo.
No obstante, el pintor cuyo universo ha dejado su huella en todos los filmes de Sergio Leone es Giorgio de Chirico y en especial su periodo llamado «metafísico» (1909-1917). Leone reconoce en múltiples ocasiones su deuda hacia el pintor italiano para quien las cosas nunca son lo que parecen ser. De Chirico, amante de las yuxtaposiciones insólitas y las imágenes oníricas, de las perspectivas engañosas y los cambios drásticos de escala, impregna el estilo de Sergio Leone.
La escenografía de la Angustia de la partida (1914), por ejemplo, con sus figuras minúsculas dispuestas como siluetas de papel sobre un decorado soberbio y luminoso, sus inquietantes juegos de sombras que inyectan en el espacio una presencia latente y su composición geométrica, constituye una de las fuentes patentes del cine de Sergio Leone.