
‘Asteroid City‘ es un diminuto pueblo en medio del desierto en el suroeste estadounidense. Es el año 1955. La mayor y más famosa atracción del pueblo es un cráter gigantesco y el cercano observatorio astronómico. Este fin de semana, el ejército y los astrónomos darán la bienvenida a cinco jóvenes científicos para que muestren sus descubrimientos. No muy lejos de allí, por encima de las colinas, se divisan nubes en forma de hongo procedentes de unos ensayos nucleares.
Este es el escenario de la última película de Wes Anderson, una juguetona y brillante comedia, rebosante de imágenes para llenar la vista, pero también con la carga emocional tan propia de sus obras anteriores.
La jornada festiva en honor a los logros de los jóvenes astrónomos se ve interrumpida por una visita inesperada: un alienígena. Asteroid City es cerrada a cal y canto, y el ejército se inventa una historia para tapar la realidad, pero los precoces genios, que nos recuerdan a los niños y adolescentes de los clásicos de Spielberg, tienen un plan para dar la noticia al mundo.
Pero como siempre ocurre con el inimitable Wes Anderson, la historia es mucho más grande. En la Costa Este de Estados Unidos, los personajes de Asteroid City están en el escenario preparando una obra titulada ‘Asteroid City’. Y aquí nos adentramos entre bambalinas para acercarnos a las vidas de estos actores de 1955. Actores de teatro que adquieren experiencia y están a punto de convertirse en estrellas.
Tan divertida como cualquiera de las películas de Wes Anderson, desde luego, pero más cósmica, la cinta es un examen reflexivo y personal de unas complejas relaciones familiares y de nuevos romances, padres e hijos, secretos, descubrimientos y unos niños que demuestran ser más astutos que los adultos, además del Oeste estadounidense de horizontes abiertos y la grisácea Costa Este. Y todo con el perfecto equilibrio que Wes Anderson sabe imprimir mejor que nadie.
‘Asteroid City’ es un nuevo tipo de creación para Wes Anderson, pero sigue siendo muy familiar en cuanto a la sensación y la ambientación. Es un lugar onírico desde el que puede contemplarse el universo: el amor y la soledad, el dolor y la esperanza, el significado de la vida (y de la muerte). Wes Anderson siempre nos conduce a lugares donde nunca hemos estado, y lo hace con una sorprendente cantidad de detalles, pero la esencia de estos mundos nace de los individuos que los habitan. Wes Anderson nos lleva de viaje por el desierto, pero las carreteras que van hasta nuestro destino conectan dos vertientes de la cultura americana de los años cincuenta del siglo pasado: el teatro y el Lejano Oeste.
“Para mí, una película no se limita a una sola idea”, comenta el director. “Son como dos cosas separadas que acaban por unirse y empiezan a construir una película”. El primer concepto que vino a la mente de Wes Anderson y Roman Coppola fue la metrópoli de la Costa Este, pero no tardó en tomar otra dirección. “Creía que iba a hacer una película en torno al teatro. Pensaba en Paul Newman y Joanne Woodward… Se nos ocurrió realizar una especie de making of de una obra que preparan… La titulamos ‘Autómata’ e iba a transcurrir íntegramente en un restaurante automático. Pero también hablábamos de hacer algo tipo Sam Shepard… y acabamos saliendo del restaurante automático para ir hacia el desierto”.
En la época, los mundos del escenario y del cine estaban – literal y figuradamente – bajo las nubes de la Guerra Fría. La exagerada ansiedad política encajaba con el miedo a la posible caída de un misil y con la explosión popular de la fascinación por los alienígenas y visitantes interplanetarios. Desde las bombas nucleares a las invasiones marcianas, todos, niños y adultos, miraban hacia el cielo. En palabras del cineasta: “Hay algo que conecta estas cosas, algo procedente de la era Eisenhower y su xenofobia”.
Varios artistas – sobre todo actores y directores – empezaron sus carreras, como Elia Kazan, inspirándose en los métodos de interpretación rusos, mezclando política y arte en el colectivo Group Theatre. ‘Asteroid City’ es la historia de unas cuantas personas en un momento de la historia, y Wes Anderson se hace una pregunta: “¿Qué corriente emocional subyacía en el Actors Studio? ¿Qué les pasaba? Cuando se situaba una película en esa época, ¿qué América se quería retratar?”
Contemplando las estrellas
Como si fuera un sueño, la película es una mezcla de ideas y de lugares. Arranca en blanco y negro en un estudio de televisión que recuerda a los programas de la edad dorada de la pequeña pantalla como ‘Playhouse 90’, en otras palabras, Broadway en televisión, con obras dirigidas por John Frankenheimer y Sidney Lumet retransmitidas en directo, con estrellas de la talla de Lee Cobb y James Dean. En la época no había una escuela de teatro más famosa que el Actors Studio, donde estudiaban futuras leyendas como James Dean, Marlon Brando, Julie Harris, Sidney Poitier y Rod Steiger con profesores de la talla de Elia Kazan y Lee Strasberg. Para muchos de los actores de esa generación, y también para futuros directores y guionistas, el salto de los escenarios a la gran pantalla incluía una parada en los dramas televisados.
“Cuando empecé a querer hacer cine, este periodo era el corazón de todo”, explica Wes Anderson. “Veíamos ‘El padrino’, ‘Taxi Driver’, a Brian De Palma. Y quizá más a Marlon Brando y James Dean, Montgomery Clift y Elia Kazan. Eran películas que tenían una relación con los escenarios. Este grupo de películas a las que me refiero probablemente se forjó con ‘Un tranvía llamado deseo’. Tennessee Williams es una de las voces importantes de ese periodo y la herida abierta de esos personajes”.
El teatro está incrustado en la narrativa de Wes Anderson. El trabajo en común, los decorados, la coreografía visual, todo forma parte del escenario donde debe resolverse lo irresoluble. Eso ya se ve en la primera película de Wes Anderson, ‘Bottle Rocket’, en torno a un par de incipientes ladrones con una fuerte inclinación por los golpes teatrales, o también en Max Fischer de ‘Academia Rushmore’, y Margot Tenenbaum de ‘Los Tenembaums, una familia de genios’. El teatro es un aparato que sirve para procesar dramas interiores. Antes de sumirnos en Life Aquatic, la historia arranca en un escenario.
El cineasta empezó a escribir obras para un solo actor a los 9 años; conoció a Owen Wilson años después en un seminario de escritores de teatro y le dio un papel en una obra universitaria llena de humor sobre Sam Shepard titulada ‘A Night in Tunisia’. “Me encanta Sam Shepard, siempre he adorado a Sam Shepard”, reconoce. “Owen y yo teníamos una auténtica fijación por Shepard antes de rodar nuestra primera película juntos. En la época, formaba parte de nuestra vida. Recuerdo leer algo donde hablaba de los soldados que regresaron de la II Guerra Mundial y que nunca volvieron a ser los mismos, sino que se convirtieron en padres violentos y perturbados. Él creció con esto”.
La fascinación por Sam Shepard fue la inspiración para el personaje de Augie Steenbeck. Augie también ha estado en el campo de batalla, aunque no como soldado, sino como fotógrafo. Stanley, el suegro de Augie, a pesar de ser un hombre ocioso, lleva un arma, la culata siempre sobresale por encima de su cinturón. En una entrevista con el periodista Matt Zoller Seitz, el cineasta sugiere que a Stanley, como a muchos hombres de su generación, la costumbre le viene de la II Guerra Mundial y al reintegrarse a la vida civil, la conservó. Estos son los detalles que Wes Anderson incluye siempre en sus trabajos. Aunque no llamen la atención ni se ofrezca explicación alguna, nos lo dicen todo de un personaje en un segundo sin necesidad de elaborar una larga explicación.
En 1995, la guerra sigue estando muy presente entre los veteranos, sus familias e hijos. En palabras de Wes Anderson: “Algo ocurre, la América media ha salido del país y conocido el mundo, han vuelto dañados. Heridos, desesperados, perdidos, no encajan con la superficie estilo club de campo que el país desea tener y proteger. Son las dos caras de la moneda”. Aunque sin cargas explosivas, e interpretada con delicadeza por los actores Tom Hanks y Jason Schwartzman, esta sensación es palpable entre Augie y Stanley, que nunca pensó que su yerno fuera lo bastante bueno para su hija. Sin embargo, y como muchos melodramas hollywoodianos de la época, no hay una gran tragedia, y debido a su entrega a los cuatro niños, siguen siendo una familia.
Wes Anderson y Roman Coppola sabían desde el principio que Jason Schwartzman, un colaborador habitual, debía ser el centro de la película. “Escribimos el guion para Jason”, corrobora el cineasta. “Es un personaje que Jason no había interpretado antes, pero sabíamos qué facetas podíamos pedirle a Jason y lo que sería capaz de hacer; construimos la película a partir de eso”. En ocasiones, el actor participó en el proceso de escritura, y recuerda el momento en que Wes Anderson se lo propuso por primera vez: “Vino a decirme que tenía una idea, pero que quería trabajar con Roman porque me veía en esa idea y sería mejor que los dos la escribiesen y la preparasen para que yo pudiera leerla cuando ya estuviera más construida”.
El actor no dudó en apuntarse al proyecto. “Era el principio de la pandemia, un momento de caos, incertidumbre y confusión”, dice. “Pero tener la posibilidad de hacer algo con Wes era como una especie de faro en medio de la niebla. No tenía ni idea de qué iba, pero era mi faro. No sé más. Me ayudó mucho y le estoy muy agradecido”.
Los personajes de Augie Steenbeck y de Jonas Hall, el actor que le interpreta en la película, ambos encarnados por Jason Schwartzman, empezaron a cobrar forma. Según reveló el actor en una entrevista reciente, escuchó numerosas grabaciones de Stanley Kubrick en su intento de lograr hablar entre dientes y hasta se hizo instalar una sala de proyecciones en su casa. Algunas referencias visuales saltan a la vista, como cuando se ve a Jones con el suéter tapándole la barbilla, un guiño a la legendaria serie de fotografías que Roy Schatt le hizo a James Dean titulada ‘Torn Sweater’ (Suéter desgarrado).
Encuentros cercanos
En ‘Asteroid City’, el encuentro con el alienígena es un momento tan maravilloso como confuso, no tan distante, en cierto modo, de la pérdida de un compañero o un familiar muy cercano. Augie puede hacer una foto y demostrar que es real, aunque una foto no explica ni ayuda a entender. Pero sus vidas cambian, y lo único que se le ocurre a Augie es: “Creo que el alienígena ha robado el asteroide”.
El aspecto físico del alienígena – tal como era de esperar – causa un grave revuelo en Asteroid City. Los científicos deliberan, el ejército se moviliza, empieza la cuarentena. Pero ninguna de estas medidas es comparable en importancia al cambio que sufren las personas que le han visto, dejando a todos entre perplejos, encantados y con una nueva conciencia de sí mismos. Para la Dra. Hickenlooper, el alienígena representa un hito científico, el descubrimiento de una vida; para el General es una nueva finalidad. Y para todos los demás, sobre todo los más jóvenes, nuevas posibilidades en el universo también revelan nuevas posibilidades en la Tierra.
En el verano de 1947, una misteriosa nave plateada se estrelló en el desierto cerca de Roswell, Nuevo México. El ejército se limitó a dar un breve informe y el incidente no tardó en aparecer en la portada de los periódicos, dando pie a un misterio cósmico que sigue presente en la imaginación de los estadounidenses. En 1955, año en que visitamos ‘Asteroid City’, la obsesión de Estados Unidos con los platillos volantes había llegado a la literatura, el cine y la televisión, acentuada por los sueños de la era atómica y de la carrera espacial, a lo que debe añadirse las pesadillas de la creciente histeria provocada por la Guerra Fría, donde cualquier cosa foránea se consideraba una amenaza. En 1955, una familia afincada en el campo de Kentucky juró haberse defendido del ataque de pequeños alienígenas verdes, manteniéndoles a raya con sus armas de fuego “durante cuatro horas”. El caso sigue sin aclararse del todo, aunque los escépticos lo atribuyen a fenómenos naturales, como meteoritos, búhos o una intoxicación. En muchos aspectos, los platillos volantes eran una sublimación de muchos miedos, y no solo del comunismo, de una invasión soviética o de la aniquilación nuclear, sino también del creciente desempleo y la inflación.
Para entonces, el misterio alienígena era investigado por el gobierno estadounidense, y ese mismo gobierno también lo avivaba: los OVNI se convirtieron en la excusa perfecta para programas militares secretos. Por cierto, el OVNI que se estrelló en Roswell era un globo aéreo ultrasecreto desarrollado para espiar el programa nuclear soviético. Más recientemente, unos vídeos granulosos de la Marina estadounidenses y otros informes sugieren que se trataría de aparatos de potencias extranjeras, pero algunos detalles y el secretismo habitual dejan entrever otras posibilidades: los platillos volantes podrían ser naves estadounidenses o alienígenas. El misterio persiste.
El Alienígena siempre estuvo en el centro de la historia, un misterio que obliga al pueblo a proceder a un examen de conciencia. Al acercarse al primer encuentro, Wes Anderson y Roman Coppola empezaron a pisar terreno desconocido. “Seguíamos escribiendo, pero los detalles aparecían en el momento”, recuerda el director. “La sensación era que se revelaba según avanzábamos. Y viendo la película se siente un poco lo mismo, como si el espectador lo fuera inventando a medida que transcurre”.
El Alienígena que aparece en pantalla es un muñeco fotografiado en stop-motion, pero en vez de moverse delante de una pantalla verde, Jeff Goldblum se puso el traje y reprodujo los movimientos del visitante astral. A continuación, Andy Gent, que se había encargado de crear las criaturas de ‘Fantástico Sr. Fox’ e ‘Isla de perros‘, construyó un alienígena de casi un metro, una miniatura de un tamaño poco habitual para la técnica de animación stop-motion. Después de probarla en Londres, Kim Keukelerie, que también había colaborado previamente con el cineasta y conocida por su trabajo con Tim Burton y los estudios Aardman, animó al visitante interestelar en Francia.
En ‘Asteroid City’, todos los que ven al Alienígena salen un poco de su órbita cuando descubren el infinito. Puede que ya “no estén solos” en el cosmos, pero también han cesado de estar solos como individuos