Como los mejores cortometrajes, o al menos aquellos que son lo suficientemente inteligentes como para conocer los límites de su alcance y sus medios, ‘La vida entre dos noches‘ coge uno de esos pequeños detalles sobre la cotidianeidad de personajes que habitualmente no reciben el foco de las grandes producciones comerciales, para construir una historia que pone al descubierto los cristales rotos de la sociedad, a través aquí de la conexión entre un padre de clase baja y su hijo dependiente, durante un día en el que nadie acude a la ayuda de quienes la necesitan.

Dedicándose a respirar en los detalles de la interpretación de su protagonista, la obra de Antonio Cuesta aprovecha para apoyarse a través de la cámara en esos pensamientos y debates internos que pasan por su cabeza, permitiéndose el tempo adecuado como para no convertirse en una historia más ambiciosa de lo que necesita ser, haciendo de su pequeña escala y de su foco narrativo su mayor virtud, con algún que otro recurso de dirección y edición que destaca por su confianza, como esos planos subjetivos frontales en las conversaciones para colocarte en plena confrontación.

No por tener más presencia y éxito durante esta última década en nuestro país con la aparición de nuevos cineastas de clase obrera, el cine de temática social deja de ser relegado a esa concepción de “cine menor», salvo que quien lo lidere sea un gran medio capaz de mercantilizar la emoción (barata) del espectador para sus beneficios, como bien demuestra el éxito presente en taquilla de ‘Campeonex’. Para estas labores, y para la honradez emocional implícita y deseable en el acto, el cortometraje siempre llevó la delantera a sus hermanos mayores.

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